“…tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, era emigrante y no me recibieron, estaba desnudo y no me vistieron, estaba enfermo y encarcelado y no me visitaron”
Mateo 25:42-43

En estas fechas, en las que con motivo de la Natividad del niño Dios se hace propicio reflexionar sobre nuestras vidas, en cómo hemos respondido al Señor Jesucristo, nuestro Salvador, es necesario tener claro para quienes aspiramos a tener cabida en el Reino de Dios, si estamos haciendo lo pertinente para lograrlo.
Muy fácil es decir que acudimos puntualmente a misa en los días de precepto, que servimos en el ministerio de alguna parroquia, que hacemos oraciones y donaciones para quien así lo requieren, etc., pero si eso lo llevamos auténticamente en el corazón y en todas y cada una de las acciones diarias, todo lo demás está perdido y no tendremos buenas cuentas que rendir cuando sea el momento.
De qué sirve orar por los pobres y por los migrantes, si cuando los tenemos en frente no los apoyamos o somos selectivos para hacerlo. Qué sentido tiene asistir a la eucaristía y dar el saludo de la paz a quienes se encuentre al lado, si saliendo del templo no saludamos al vecino o decimos improperios a quienes se nos atraviesan con el vehículo. Para qué llamar o considerar al prójimo hermano, si le repudiamos por tener una orientación sexual distinta, por ser drogadicto, por ser afrodescendiente, por tener una ideología política diferente, entre otros múltiples rechazos.
En las redes sociales que se comparten con algún círculo de amigos o conocidos, a la vez que se envían mensajes religiosos, se goza y se hace alarde de virilidad cuando se difunden imágenes pornográficas, sin importar que en casa y en la familia haya una madre, una esposa, una hermana, una hija, una nieta, etc. Tremenda incongruencia y falta de respeto.
Se estudia la Biblia y se conoce la vida de Jesús, pero quien es empleador y/o comerciante explota y humilla a sus trabajadores, además de abusar con altos precios sin importarle las condiciones económicas de los consumidores y del país. Igualmente, soborna autoridades para conseguir contratos y para evadir responsabilidades.
Podemos ver cómo a algún compañero o compañera de trabajo se le está sobajando, acosando sexualmente, hostigando, denostando, ignorando y separando de los demás, y no tenemos el valor de siquiera ser testigos objetivos en algún procedimiento legal, ya no digamos en defenderle con lo que esté a nuestro alcance.
No nos atrevemos a criticar a una organización política o de otra índole con la que en términos generales simpatizamos, para así evitar exhibirla ante adversarios o recibir el rechazo de quienes la integran, aún y cuando sean más que evidentes sus aspectos negativos. Preferimos seguir a ciegas y defender a ultranza sin importarnos vernos afectados, emitiendo argumentos absurdos y mentirosos para no ponerles en mal.
Únicamente queremos recibir y disfrutar sólo lo que nos agrada, pero por ningún motivo estamos dispuestos a solidarizarnos y apoyar a los demás, incluso ni con los propios padres. Pesa más el aquí y ahora que nos pueda proporcionar satisfacción, lo efímero, que cualquier obligación moral o legal para con los demás, olvidando agradecimientos o reciprocidades debidas. Nos hemos olvidado de la entrega y de los sacrificios por los semejantes, pretendiendo exclusivamente obtener recompensas por hacer nada.
Pero cuando llegamos a ofrecer algo a quien se encuentra necesitado, no falta la toma de foto para divulgarlo, principalmente tratándose de políticos, quienes comúnmente no lo hacen con recursos propios, sino de la sociedad.
Podemos ensimismarnos y engañarnos hasta con que somos santos, pero el camino hacia la gloria de Dios nos será negado cada momento en que pretendamos hacer nuestra voluntad y no la de Él.
Bien ha señalado el Papá Francisco, que “El Reino de Dios no se deja ver con la soberbia, con el orgullo, no ama la publicidad: es humilde, está escondido y así crece”, agregando que es el Espíritu Santo el que lo hace crecer, no los planes pastorales (Homilía del Papa: El Reino de Dios crece a escondidas, Vatican News, 01 de noviembre de 2017).
Asimismo, el Sumo Pontífice ha referido que “Todos nosotros estamos llamados en este camino del Reino de Dios: es una vocación, es una gracia, es un don, es gratuito, no se compra, es una gracia que Dios nos da. Y todos nosotros los bautizados tenemos dentro el Espíritu Santo. ¿Cómo es mi relación el Espíritu Santo, el que hace crecer en mí el Reino de Dios? Una buena pregunta para hacernos hoy todos nosotros: ¿Yo creo, verdaderamente creo que el Reino de Dios está en medio de nosotros, está escondido, o me gusta el espectáculo?” (ídem).
Creo que conscientemente sabemos qué haría Jesucristo en cada una de las situaciones que se nos presentan en el día a día, su palabra, su temple, su misericordia, su amor incondicional y la entrega de su vida por salvarnos, pero eso no nos mueve para siquiera apenarnos de lo muy cortos que nos quedamos frente a Él.
Ojalá y diéramos una pausa en estos festejos supuestamente con motivo de la Natividad del niño Dios, para hacer una recapitulación de nuestras vidas y recomponer lo que haya lugar para verdaderamente agradar al Creador.