Los mexicanos hemos tenido unos siete años de una marcada polarización política. Desde las precampañas y campañas de la elección presidencial de 2018, los partidos políticos tanto en su interior como hacia las organizaciones oponentes, se han venido dando con todo. Un desagradable espectáculo que lamentablemente ha sido secundado por el ciudadano común.
En mi experiencia personal, no recuerdo haber presenciado tanto odio y rechazos por diferencias no necesariamente ideológicas, sino más bien por filias y fobias incitadas desde la verborrea rabiosa tendiente a denostar al adversario. Con razón o no en la acusación, lo que ha obrado es la voluntad de escandalizar y de provocar divisiones sin importar sus consecuencias, más que denunciar formalmente.
El cambio tan abrupto en un régimen político, es de una alta afectación a intereses de distinta índole, máxime si en el caso del poder económico es producto mal habido de la connivencia con personajes e instituciones gubernamentales. Es así que esas ambiciones desbordadas por tener cada vez más y más, al verse amenazadas, recurren a diferentes e influyentes medios para manipular realidades y conciencias. Tienen en sus manos la posibilidad de “limpiar” de la memoria social trayectorias turbias y de triste desempeño, integrándose al acervo de personajes que en esa polarización ciegamente habrá que defender o atacar. En política los ángeles y los santos no existen.
Pero ese ánimo por dividir y exacerbar, no es privativo de determinadas personas u organizaciones, ni exclusivas del ámbito político. Lo mismo en quienes detentan el poder en los diferentes niveles, como en sus respectivos opositores. Es visible en múltiples tribunas y medios de comunicación, desde donde se lanzan mentadas de progenitoras y partidas de jeta a diestra y siniestra, sin importar las investiduras y respeto hacia gobernados y lectores, según sea.
Hemos estado presenciando mezcolanzas entre quienes se dicen ejemplo en la vida política y social, con los otrora señalados de vulgares ladrones o güevones. Vemos como en todos y cada uno de los niveles de gobierno, ahora son “respetables” funcionarios y compañeros aquellos que fueron enemigos. Aquellos a los que se les señaló de corruptos, cínicos y demagogos, han sido purificados por la gracia de la ambición de poder. La izquierda convive con la derecha (y hasta con la ultraderecha), y viceversa.
A propósito, esas verdaderas figuras de la izquierda, auténticos luchadores sociales que se la partieron en su momento y que fueron personajes imprescindibles para tener el avance democrático del que ahora gozamos —no esos íconos inventados o mal considerados como tales—, han sido soslayados y hasta despreciados por quienes ahora se supone representan a la izquierda gobernante.
Entonces, como simples personas y hasta como simpatizantes o militantes de organizaciones políticas, en términos generales (prácticamente absolutos) somos espectadores que contribuimos únicamente a engrosar preferencias electorales y actos públicos, siendo lo más lamentable, el que nos desgastamos por quienes no nos tienen en una sana y merecida consideración. Somos siervos que no recibimos la reciprocidad de nuestro favor.
Ya es costumbre observar, cómo arriban a candidaturas y a cargos públicos quienes ningún esfuerzo han realizado en pro de los partidos políticos y las causas sociales. Las bases ya comienzan a manifestar abiertamente su inconformidad, pero no son atendidos con la seriedad que deberían. El éxito que se haya tenido en una elección presidencial, legislativa, a una gubernatura o presidencia municipal, no es eterno ni incondicional. Personas que apoyaron abiertamente a un movimiento o partido, están siendo más analíticas y reflexivas, dejando de lado cualquier defensa a ultranza de alguien.
Son demasiadas las personas que están cansadas de ver y de ser objeto de rechazos y de aborrecimientos, porque no coinciden con las preferencias partidistas de otros. Es entre familias, amigos, compañeros de trabajo, feligresías, vecinos, etc., en donde han venido ocurriendo esas intolerancias negativas. Es en donde se discuten esos temas que no deberían ser escabrosos, sino de una conveniencia e interés porque las cosas funcionen bien en el país, favoreciendo con ello a las familias y sociedad mexicana.
Sin darnos cuenta, bien pudiéramos estar actuando como otros “Trump” con su rabiosa xenofobia, pues los odios manifiestos hacia los que políticamente piensan distinto, tienen un alcance excesivo, al grado de desearle la muerte a no pocas personas por tal motivo.
Lo que deberíamos proponernos y hacer para este 2025 y demás años venideros, es ser intolerantes pero con las y los políticos mentirosos, traidores, corruptos y despectivos hacia el pueblo que los eligió. Con esas personas que no han dado muestra alguna de arrepentimiento y de reconsideración respecto de las veces que le han fallado a sus “representados”.
Federación, estados y municipios indudablemente habrán tenido no sólo resultados negativos en sus gestiones, pero siguen dejando mucho que desear en materia de seguridad pública y de salud (en su caso), entre otros rubros sensibles para la población. No es posible que sigan recibiendo únicamente aplausos de sus seguidores, cegándose estos ante graves aspectos en los que abiertamente se incumple.
Constituyámonos todos en una verdadera sociedad civil que se distinga de la clase política, para así estar en plena libertad de empatizar o no con quien queramos y, sobre todo, para exigirles un buen desempeño y denunciarles cuando sea pertinente, sin temor a ser rechazados o reprimidos.
Que la política no siga dividiendo familias, amistades y colectividades, y que hagamos conciencia de que, como simples personas, difícilmente podremos influir en las decisiones importantes que nos pudieran beneficiar en la vida pública del país. Tendamos lazos de entendimiento y solidaridad, y no de enconos y divisiones.