En las sociedades actuales, en las que cada vez es más común recibir información anónima y/o de conductos carentes de confianza o de especialización respecto de los temas a que haya lugar, y ante la falta de interés por la transparencia, certeza y objetividad en lo que “procesamos” en nuestra mente para formarnos una opinión y una consecuente postura ante situaciones específicas, destaca sobremanera la falta de observancia de una guía que fomente y permita alcanzar una convivencia colectiva armónica. 
El ambiente político-electoral que aún se encuentra presente entre los mexicanos, ejemplifica una falta de civilidad proveniente de la desinformación y de la falta de voluntad y de nobleza en diferentes personas y organizaciones que incentivaron, con sus liderazgos o dirigencias —que no es lo mismo lo uno que lo otro—, una férrea y desafortunada confrontación entre la propia sociedad. Una muestra inequívoca de esa manipulación y mala fe (entre muchísimas más), lo fue la tan difundida y engañosa encuesta de Massive Caller, que generó la expectativa de que realmente Xóchitl Gálvez tenía posibilidades de ganar, provocando irresponsablemente que el tema del fraude electoral apareciera insistentemente, a pesar de que la propia candidata señalada aceptara su derrota.
Ha prevalecido una cerrazón a aceptar que es la mayoría la que debe elegir en una democracia, atreviéndose no sólo diversas personalidades que apoyaron a Gálvez, sino hasta sus simpatizantes y electores, a descalificar hasta el intelecto de quienes votaron por Claudia Sheinbaum, que fue la ganadora. Preocupante, intolerante y ofensiva visión de quienes se asumen como dueños de la verdad en el tema que nos ocupa, y que además paradójicamente se han asumido como defensores de la democracia.
En ese sentido, señalan Luis Salazar y José Woldenberg en relación con diversas actividades que implica un proceso electoral, que permiten un conocimiento aproximado de las reglas del juego democrático contenidas en las leyes electorales, pero que “…la propia complejidad de los procedimientos mencionados y la propia intensidad que con frecuencia adquieren las competencias partidistas, en ocasiones tienden a oscurecer los principios y valores básicos en que se sustenta la propia democracia. Ocurre así que los participantes en las elecciones –los ciudadanos, pero también los funcionarios electorales y los propios candidatos– desconocen el significado profundo de sus acciones, lo que no sólo se traduce en indiferencia hacia las mismas sino, lo que es más grave, en una potencial perversión de su sentido original” (Principios y valores de la democracia, Luis Salazar y José Woldenberg, Instituto Nacional Electoral, nueva edición con nota introductoria 2020, p. 22).
Es así que ese desconocimiento, indiferencia y hasta “potencial perversión”, requieren de la culturización y la consecuente observancia de los propios principios y valores que sustentan la democracia, entre los cuales Salazar y Woldenberg consideran en su obra a: libertad; igualdad; fraternidad; pluralismo; tolerancia; competencia regulada; principio de mayoría; legalidad; derecho de las minorías; ciudadanía; soberanía popular; relación de dependencia de los gobernantes con respecto a los gobernados; representación; revocabilidad de los mandatos; paz social; convivencia de la diversidad; participación; procesamiento de intereses diversos; inducción a la organización; gobernabilidad con apoyo ciudadano, y; derechos individuales.
A los anteriores principios y valores se les han ido agregando todavía más por parte de múltiples investigadores, académicos, instancias gubernamentales, organismos internacionales, etc., pero por lo pronto, los referidos nos proporcionan un vasto material para el asunto que nos ocupa. Si bien las opiniones de los últimos años de José Woldenberg han desconcertado a no pocos —o más bien a muchos—, eso no implica que el mencionado libro de su coautoría, publicado por vez primera en 1993, no amerite su merecido reconocimiento y consideración. 

Indudablemente todos los principios y valores citados son de suma importancia, pero por el limitado espacio de este trabajo, se recurrirá a breves aspectos de algunos de ellos cuya puesta en práctica pudiera derivar en una convivencia social más afable (o menos ríspida).
En cuanto a la IGUALDAD política de la democracia, los autores precisan que “…en el momento de emitir los sufragios desaparecen las diferencias intelectuales, físicas o socioeconómicas, y cada votante tiene exactamente el mismo peso en los comicios, sin importar su ocupación, su sexo, su fortuna o sus capacidades personales” (ídem, pp. 47 y 48). Esto es, que simple y llanamente están ejerciendo un derecho del que pueden disfrutar todos y cada uno de los mexicanos que reúnan los requisitos respectivos. No valen más unos que otros, y pensar lo contrario sería romper con cualquier ideal de democracia.
Por lo que hace al PLURALISMO, señalan que: “Para quienes piensan que un grupo social, un partido o una ideología encarna todos los valores positivos, y que sus contrarios o antagonistas de igual forma encarnan todos los valores negativos, el tema de la pluralidad solamente puede observarse como algo indeseable, que reclama su supresión para organizar a la sociedad bajo una sola concepción del mundo, una organización y unos intereses igualmente monolíticos” (ibidem, pp. 59 y 60). Esa descalificación a priori en nada abona a una sana convivencia.
En relación con la TOLERANCIA refieren: “…el código democrático obliga a la tolerancia, a la coexistencia, al trato cívico, a intentar apreciar y evaluar en los otros lo que puede ser pertinente y valioso para todos” (Op. cit. p. 61). Aquí existe el reconocimiento de las diferencias y la voluntad para el entendimiento.
En lo tocante al PRINCIPIO DE MAYORÍA, se establece que: “A primera vista más que un valor, la idea de que la mayoría decide parecería un criterio procedimental. Porque […] una vez expresadas las diferentes opiniones se requiere optar por una de ellas. Y en términos democráticos, la que logre el mayor número de adhesiones es considerada como la triunfadora, la que establece la norma general” (ídem, p. 63). Entonces, más que claro resulta que quien gane una elección deberá gobernar junto con sus propuestas de campaña, por lo que no cabe señalar “engaño” cuando se pretenden ejecutar tales propuestas. Por ejemplo, la reforma judicial y electoral.
Por último, de la misma forma es importante hacer alusión a la CONVIVENCIA DE LA DIVERSIDAD: “Es necesario volver al punto referido a la tolerancia, ya que es sin duda uno de los valores centrales. Al no hacer de los otros enemigos irreconciliables, al abrir un conducto institucional para su expresión, al permitir la competencia en un marco institucional, al abrir la puerta para la alternancia pacífica, la convivencia de la diversidad de puntos de vista, ideologías e intereses se hace posible. Y ante un mundo que se fragmenta por motivos étnicos, religiosos e ideológicos, nunca estará de más subrayar las posibilidades y bondades de la coexistencia de la diversidad” (ibidem, pp. 71 y 72). Aquí destaca la apertura y la buena voluntad para establecer relaciones sociales armónicas.
En conclusión, si se tuviera una culturalización de los principios y valores de la democracia, no únicamente se tendrían procesos electorales pacíficos, confiables, transparentes, justos, legales, etc. (una exitosa democracia electoral); sino que tales virtudes seguramente permearían en todos los ámbitos públicos y privados de las y los mexicanos, redundando en una mejor calidad de vida para todos.