En este cuadro de perfiles profesionales, ¿dónde podría caber un flojonazo fracasado, un eterno plurinominal y gobernador de Chihuahua que sumió al estado en una de los eras más oscuras de violencia y lo llevó a la quiebra financiera en menos de cinco años? ¿Qué espacio de tan alto nivel podría llenar en un gabinete presidencial el golfista Javier Corral?
En los 12 primeros nombres que ha presentado la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, para formar el gabinete con el que gobernará a partir del primero de octubre, predominan los técnicos con amplio currículum académico, alta especialización ejecutiva y suficiente oficio político. No parece haber lugar para flojos ni vividores.
Casi todos son amigos de Sheinbaum Pardo, pero además reconocidos e influyentes liderazgos en los círculos de la investigación, la docencia, la ciencia y el ejercicio del gobierno, tanto en la administración de Andrés Manuel López Obrador como en la que ella encabezó en la Ciudad de México.
Ciertamente, la cuidadosa selección de un equipo que bien podría calificarse como de tecnócratas de izquierda, no garantiza el éxito de su gestión, aunque ha mandado señales muy positivas a la sociedad y a los mercados.
Desde Rogelio Ramírez ratificado en Hacienda o Marcelo Ebrard en Economía, hasta Juan Ramón de la Fuente en Relaciones Exteriores, pasando por Julio Berdegué en Agricultura y Rosaura Ruiz en la nueva Secretaría de Ciencia, las designaciones también han marcado una línea que privilegia, sobre cualquier otro criterio, la calidad de la formación académica y la reputación intachable de los futuros secretarios de estado.
Además de que ha dejado en claro una diferencia sustancial con la gestión de López Obrador -quien formó su equipo con quienes le ofrecían 90 por ciento lealtad aunque sólo 10 por ciento eficiencia- este gabinete en construcción ha comenzado a aportarle estabilidad al país sin estar conformado en su totalidad y sin haber entrado en funciones todavía.
El impacto de los perfiles es medible en las reacciones generadas, favorables para enfrentar un entorno crítico para la economía nacional, presionada por la alta volatilidad del peso, como producto del comienzo del debate para una profunda Reforma Judicial, un elevado déficit fiscal en este año electoral y la coincidencia con las contienda presidencial en Estados Unidos entre el demócrata Joe Biden, hasta el momento, y el remolino republicano Donald Trump.
En este cuadro de perfiles profesionales, ¿dónde podría caber un flojonazo fracasado, un eterno plurinominal y gobernador de Chihuahua que sumió al estado en una de los eras más oscuras de violencia y lo llevó a la quiebra financiera en menos de cinco años? ¿Qué espacio de tan alto nivel podría llenar en un gabinete presidencial el golfista Javier Corral?
Autopromocionado como posible secretario de la Función Pública, por fortuna la electa no cedió a esos intentos de presión y optó por la guardiana de la austeridad republicana de Andrés Manuel, Raquel Buenrostro, cuya licenciatura en Matemáticas y maestría en Economía ponen al de Chihuahua como el simple, patético y vil aspirante a un hueso, sin más qué ofrecer aparte de su eterna impostura de gran legislador. A vender de lengua.
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Si bien permanece libre e impune, Corral Jurado no es la palomita blanca, pura e impoluta que vende como imagen en ciertos círculos nacionales en los que todavía es aceptado; al menos en esos círculos en los que todavía no ha salido de pleito porque no se han atravesado sus apetitos y ambiciones políticas que pueden llegar al grado de lo psicopatológico.
Mientras él vocifera contra el que fue su antecesor, César Duarte -también libre luego de cinco años del mayor fracaso de su gobierno, la falsa y simuladora Operación Justicia para Chihuahua- en la autopromoción como aliado de Sheinbaum se olvida que en el estado está preso por corrupción su primer vocero, exsocio y amigo “entrañable”, Antonio Pinedo Cornejo.
A su titular de Comunicación Social lo dejó hacer chilar y huerto en la dependencia, mientras manejaba el falaz discurso de que la publicidad y la propaganda gubernamental eran un dispendio al que le había puesto freno. Nada más falso, desviaba la atención de los grandes negocios de Salud, Fiscalía, Seguridad, Obras Públicas, centrando el debate en el gasto publicitario, insignificante para el gran presupuesto estatal donde estaban sus intereses verdaderos.
Todavía después de caer el exfuncionario por sus transas, renunciado a fuerzas por el escándalo de desviar 10 millones de pesos a una empresa donde estaba su novia, hermana de la directora administrativa de Comunicación Social, le autorizó un jugoso bono de liquidación y lo mantuvo como aviador del Palacio otro año.
Es Pinedo Cornejo el único corralista detenido, pero no el único acusado de actos de corrupción durante su administración. Y aunque fuera solo un caso el acreditado a un entonces cercanísimo colaborador del exgobernador, sería suficiente para volver un contrasentido cualquier nombramiento a su favor en un gabinete federal que comienza con tan altas expectativas.
¿O a poco haber sido postulado por Morena para otra pluri en el Senado de la República ya le purifica sus pecados y lo vuelve un perfil aceptable, decente, para cualquier posición de mando encaminada a apuntalar la siguiente fase de la Cuarta Transformación?
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Independientemente de los casos de tortura que acusan los duartistas, que tienen la misma nula credibilidad que su persecutor Corral, enfrenta el exgobernador las consecuencias de otros dos cercanísimos colaboradores, a los que mantuvo a su sombra durante los cinco deprimentes años de gestión.
El exsubsecretario de Egresos, exadministrador de la Fiscalía y exsecretario de Salud, Eduardo Fernández Herrera, está procesado por la contratación irregular de un crédito de 400 millones de pesos para el Ichisal, nueva deuda que le cargó ilegalmente a las quebradas finanzas estatales.
La sospecha del cochupo en la transacción está vigente, mientras el exsecretario y el Fiscal Anticorrupción actual, Abelardo Valenzuela, se juegan mutuamente el dedo en la boca a ver si termina como testigo protegido o enfrenta la causa penal en contra del imputado, quien goza del beneficio de un proceso en libertad.
Pero Fernández Herrera, quien dejó una estela de señalamientos de transas en todos los cargos que tuvo, era tan cercano a Corral que resulta imposible no sobrepensar cuáles eran sus acuerdos y pactos confidenciales e inconfesables.
El acusado era tan cercano que, por ejemplo, lo hizo secretario de Salud sin ser médico, a pesar de su promesa notariada de nombrar un doctor en ese ramo.
Aquí puede verse una diferencia abismal en las formas y el fondo de la conformación de un gabinete profesional, porque Fernández Herrera, guardando las debidas proporciones, está a años luz de ser un David Kershenobich, el médico e investigador de prestigio nombrado por Sheinbaum como secretario de Salud.
El otro caso de corrupción que acecha a Corral, aunque se haga el olvidadizo cuando trata de venderse como pieza de alto valor para el proyecto federal, es el de su tesorero de los cinco años, Arturo Fuentes Vélez, acusado de desviar 100 millones de pesos en la contratación de un despacho que le ayudaría a la reestructura de la deuda pública, otro gran fracaso del corralato.
¿A poco hacía transas el secretario de Hacienda sin reportarle ganancias a Corral? ¿Quién le puede creer al golfista que no sabía lo que hacía su operador financiero, ahora prófugo de la justicia? A otro perro con ese hueso.
Si las credenciales académicas de Corral Jurado son insuficientes (una licenciatura en derecho por una universidad patito, con título profesional puesto en duda desde 2004) sus referencias de experiencia, manejo político y administración pública van de lo gris oscuro a lo totalmente negro.
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La presidenta electa ha nombrado ya a más de la mitad de su gabinete. Todas son dependencias torales, pero hay unas que tienen mayor impacto que otras en la opinión pública. Hacienda, Economía, Relaciones Exteriores, Energía, Infraestructura y la nueva de Ciencia han sido las claves en estas dos primeras rondas de designaciones.
Las nueve que faltan de la administración pública federal, en el supuesto de que no existan nuevas denominaciones, podrían dividirse en dos bloques: las blandas de Educación, Trabajo, Turismo, Cultura y, sobre todo, Bienestar, la más importante en términos presupuestales; y las duras: Gobernación, Marina, Defensa y Seguridad.
La Fiscalía General hoy tiene autonomía y el periodo de Alejandro Gertz vence hasta 2028.
La marca, hay que insistir, parece ser el privilegio de la técnica sobre la politiquería, la especie de tecnoizquierda moderna con la que pretende transitar la presidenta al menos en el arranque de su gobierno, al que le faltan tres meses para comenzar.
Pero ni en las dependencias blandas ni en las duras -descontadas las que por fuerza deben tener un mando castrense- cabe el perfil de un flojonazo vividor del erario, que sin rubor alguno transita de la más rancia derecha, en la que se formó y traicionó repetidamente, a la más anquilosada izquierda que parece no tendrá presencia en el nuevo equipo federal, al menos no en el primer nivel.
Esperemos que, contrario a lo que promueve y publicita el camarada Corral, no vaya Sheinbaum a sacarse de la manga una nueva y onerosa burocracia anticorrupción, para hacerle un traje a la medida al gran simulador y arribista que ha hecho de la flojera, pagada por el erario, su forma de vida.