El costo de no administrar de manera adecuada el triunfo puede ser mayor al que habrán de pagar los que salieron derrotados con la aplastante victoria de Claudia Sheinbaum en la contienda por la Presidencia de la República.
Los perdedores de esta elección, en el plano local, buscaron culpables y paliativos ante el dolor que les ocasionó el hecho de que arrasara Sheinbaum Pardo y con ella sus candidatos al Senado, Andrea Chávez y Juan Carlos Loera, además de cinco de los nueve candidatos a diputados federales.
El triunfo de los prianistas quedó limitado a la capital y las tres ciudades medias que le siguen -con Marco Bonilla en Chihuahua, Jesús Valenciano en Delicias, Beto Pérez en Cuauhtémoc y la revelación de Parral, Salvador “Chava” Calderón-, pero el poderío bipartidista PAN-PRI resintió el atropello nacional del tráiler morenista al que ni las placas le alcanzaron a ver.
Por eso era entendible que los derrotados buscaran excusas, conspiraciones, culpas, para explicar lo que había ocurrido con ese incompleto contagio del virus 4T que comenzó en Juárez hace seis años y que ha mantenido cierto avance en el estado. Lento, pero avance a fin de cuentas, con proyectos políticos y administrativos exitosos. 
Hasta Guadalupe y Calvo se llevaron que se había mantenido priista toda la vida. Otros municipios serranos cambiaron de siglas a lo largo de los lustros, el hijo del Cerro del Mohinora nunca, hasta ahora.
Desde las locas teorías de fraude electoral hasta el insulto a los seis de cada 10 votantes que favorecieron al proyecto morenista, entretuvieron a quienes fracasaron además en varios distritos y municipios de Chihuahua y de todo el país. Eran los que estaban engañados por voluntad propia con la idea de que Xóchitl Gálvez y los proyectos prianistas tenían posibilidades de triunfo, algo muy alejado de la realidad.
Los morenistas locales, en cambio, se ocuparon de festejar triunfos no completamente propios, fuera de los de Cruz Pérez Cuéllar en Juárez y algunos de municipios pequeños, así como los de los candidatos a diputados federales por los distritos fronterizos, Daniel Murguía, Mayté Vargas, Lilia Aguilar y el hermano del alcalde juarense, Alejandro; además de la victoria histórica en el distrito de Cuauhtémoc con Roberto “El Nono” Corral.
A nivel estatal, con estos resultados, quedaron a deber políticamente las dirigencias partidistas encabezadas por Gabriel Díaz y Brighite Granados, para distinguir las cabezas de los únicos dos bloques en la contienda. Les fallaron a sus militancias por más derrotas que padezca uno y más victorias ajenas que pueda presumir la otra. 
Los exgobernadores priistas quedarán unidos al fracaso.

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Mientras esa era la administración local del triunfo y la derrota, bajo cualquier interpretación extra que quiera dársele, a nivel nacional comenzó una semana negra producto, precisamente, del desatino en la administración de la victoria.
El lunes posterior a las elecciones, una primera reacción de los mercados generó la caída de seis por ciento en la Bolsa Mexicana de Valores, que no se veía desde los primeros anuncios de la pandemia en el año 2020.
Más que nada fue un efecto directo de la victoria aplastante de Sheinbaum. Esperada, sí, pero no en esa magnitud del dos a uno y menos con la posibilidad, alentada desde el conteo rápido del Instituto Nacional Electoral del domingo en la noche, de una mayoría calificada de Morena y sus aliados en el Congreso de la Unión.
Hasta el punto del primer día después de las elecciones, la jornada de volatilidad bursátil contagiada al tipo de cambio, que debilitó al fenómeno del súper peso del último año, podría decirse que escapaba al control de la candidata ganadora y del que será su antecesor, Andrés Manuel López Obrador.
La reacción rápida con la muy anticipada ratificación de Rogelio Ramírez de la O como secretario de Hacienda, brindó algo de estabilidad a una semana que tenía en el horizonte, hasta entonces, como lo más negativo a unos cuantos merolicos que sin evidencias ni datos firmes, salvo opiniones viscerales y huecas, alegaban un mega fraude en la elección orquestado desde Palacio Nacional.
Pero ni el papelón de Gálvez Ruiz para alentar esas tonterías (anunció indebidamente su triunfo el domingo, luego reconoció la derrota y después dijo siempre no, que impugnaría) ni las vergüenzas nacionales en que se convirtieron los dirigentes del PRI y el PAN, Alejandro Moreno y Marko Cortés, ensombrecieron tanto el panorama de México como las reacciones en el mundo económico y financiero.

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Tras la inestabilidad financiera y cambiaria con la que comenzó la semana y después de las expresiones contra la dizque “elección de estado” que soltaron los opositores, vino el gran fallo en la administración de la victoria, cortesía del coordinador de los diputados de Morena en la Cámara de Diputados, Ignacio Mier.
El legislador le dio la gran sacudida a los mercados cuando, apenas el jueves, anunció que aceleraría la aprobación de las reformas pendientes de López Obrador, las del llamado Plan C que tenía como base la conquista de la mayoría calificada en ambas cámaras.
Con más del 75 por ciento en la Cámara de Diputados y a dos o tres senadores de tener la calificada en la Cámara Alta, versión alentada por el INE y por la misma Secretaría de Gobernación en un cálculo preliminar, los dichos de Mier provocaron más especulación cambiaria, salida de capitales e inestabilidad.
La razón es muy sencilla. En cualquier país con un régimen democrático, la concentración de poder en una sola persona no es una buena señal, independientemente de los posibles beneficios o perjuicios que pudieran traer sus reformas.
La inestabilidad e incertidumbre en los mercados se vio agudizada por la probabilidad de reformas al Poder Judicial, a los organismos autónomos y, entre otros, a los fondos de pensiones. Eso llevó a un ajuste en el que el dólar alcanzó a cotizarse a 17.99 pesos al cierre de la jornada del jueves; con una depreciación del tres por ciento, el peso mexicano fue la moneda que perdió más valor en ese lapso en todo el mundo.
En medio de la jornada negra de altísima volatilidad, el Banco de México le hizo inyecciones de liquidez al mercado cambiario para evitar que el dólar rebasara los 18 pesos, lo que ya no pudo evitar para el comienzo de la jornada del viernes.
Aquí el problema es la duda que queda en el aire: ¿por qué Mier salió a anunciar algo de la siguiente legislatura federal? ¿Quién se lo ordenó? No lo hizo por una voluntad propia, que no tiene, sino por encargo, algo en lo que el presidente López Obrador se habría extralimitado y Sheinbaum habría reaccionado llamando a la calma, diciendo que no había prisa de aprobar todavía nada.
El tema es grave tanto por la reacción provocada en los mercados como por las chispas que saltaron del roce entre Andrés Manuel presidente y Claudia presidenta electa. Es finalmente lo que hay de fondo en una crisis nada leve y que, por el contrario, puede crecer.

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Hace 30 años, en la crisis mexicana de 1994, Carlos Salinas dejaba el poder a Ernesto Zedillo tras una elección contundente y legítima. La confrontación entre ambos empañó el relevo en un año ensombrecido por la violencia entre cárteles de la droga y hasta el magnicidio de Luis Donaldo Colosio.
Para mantener el maquillaje y los alfileres con los que se sostiene la economía, Salinas pretendió dejar un año más cuando menos a su secretario de Hacienda, Pedro Aspe, pero Zedillo no quiso. Se negó el presidente electo a ese modelo de transición porque, suponemos, se creía mejor economista que el jefe financiero salinista.
Tres décadas después, vemos una gran diferencia, en medio de un país también convulsionado por la violencia: Claudia acepta dejar al ministro de Hacienda de López Obrador ante señales de inestabilidad, pero el sobrevaluado presidente da visos de ser el conductor de la transición al hacer el anuncio inicial que le correspondería a su sucesora. Fuera del rocecillo político, parecía una buena señal.
Pero es vital asentar otra diferencia con 1994: a diferencia de Aspe Armella, Rogelio Ramírez de la O no tiene el control de los mercados como antes lo tenía la poderosísima Secretaría de Hacienda, lo que, aunado a un notable déficit de las finanzas públicas por el inevitable gasto electorero de fin de sexenio, podría profundizar la inestabilidad que vimos esta semana negra.
Más allá de la desatada compra de dólares y la salida de capitales, factores de fondo en este episodio, la euforia por la victoria y la falta de cuidado en la administración del triunfo electoral pueden salir carísimos.
Quienes administran su derrota tendrán tiempo de reponerse, repensarse y reconstruirse, pero es altísima la responsabilidad de los ganadores con el país, para no llevárselo entre las patas mientras festejan su indudable y arrolladora victoria.