En esta época de decisiones políticas, tomaremos unas muy importantes: abstenerse de votar: esas personas ni escuchan las propuestas de los candidatos y partidos, ni ven los debates y menos aún asisten a marchas o manifestaciones. Simple y sencillamente no les interesa y dicen “no me gusta la política. El ausente nunca tiene la razón. La segunda clase son quienes ya tienen decidido su sufragio. Lo resuelven porque siempre han seguido a un partido o de una ideología determinada. No ven los defectos de sus abanderados y menos los méritos de los opositores. El voto cautivo son los menos, pero votan en automático. Es el método de la tenacidad, si siempre se han decidido por tal opción política o por quienes encabezan una determinada opción, no hay que sacrificar el intelecto dudando de sus creencias. La tercera son la mayoría, los que no han definido su preferencia. Y son quienes deciden el rumbo del resultado de las elecciones.
A este último sector me dirijo. En principio se documentan, ven las propuestas, distinguen virtudes y defectos de las diferentes opciones. Pero ¿cómo decidirlo? Se supone que el análisis de los post debates deberían ser un punto de referencia. Sin embargo, en estos encuentros quienes representan los intereses de un determinado aspirante, solo hacen ver sus supuestas cualidades. Es interesante notar que juegan a la perinola o pirinola. Debe hacerse girar y al detenerse deja una cara con distintas opciones. Para los defensores de tal o cual candidato o candidata la opción siempre es la misma: todas dicen “ganamos”. Es imposible que hablen de las deficiencias de su abanderado. La objetividad se deja de lado y solo dicen “evidente, manifiestamente, nuestro postulante ganó, de manera definitiva. Fue quien mejor lenguaje corporal usó, sus propuestas son las más claras, sus expresiones convencen al más incrédulo. En cambio, los otros solo hablaron, atacaron, se contradijeron…” etcétera.
Pero aparte de los representantes de las candidaturas, se transmiten programas donde los analistas, en un grandísimo número, son solo periodistas. Hay quienes están más preparados que otros. Es cierto que participan críticos, audaces y fundamentan sus argumentos. No es degradar la función periodística, todo lo contrario, y claro que su opinión es importante, pero han monopolizado esos espacios.
Sin embargo, en esas mesas deberían invitar también a sociólogos, filósofos, artistas, intelectuales, escritores, psicólogos sociales, politólogos, historiadores, abogados, especialistas en derecho electoral, antropólogos, economistas, es decir, personas de la sociedad civil y sobre todo apartidistas, quienes ofrecerían distintas visiones. Pero no es así, prefieren que los partidistas debatan en un hecho que no cambiará el esquema.  Los verdes seguirán apoyando a los verdes, los rojos a los rojos, los azules a los azules, los naranjas a los naranjas, los guindas a las guindas y así. Su aportación es limitada porque jamás estarán dispuestos a decir “tiene usted razón, mi candidato o candidata se equivocó”.
Si me hubiesen invitado a uno de esos programas yo preguntaría “y su candidato o candidata ¿seguirá con las mañaneras?”. “De ganar ustedes, ¿habría una sana distancia entre el próximo expresidente y su partido?”. “En caso de una derrota electoral ¿reconocerán el triunfo del contrincante?” y mil cuestionamientos más. 
Issac Asimov escribió “Arrojar lodo proviene de los romanos. Todos los candidatos a un puesto en el Senado romano llevaban togas blancas. Los ciudadanos arrojaban barro a un candidato que no era popular hasta que su toga se volvía toga maculosa (una toga manchada de lodo). Cicerón se refería a las víctimas como «senadores manchados», dejando así de ser «candidatos», que significa, literalmente, blancos”.
En los tres debates el único derrotado fue el ciudadano. A quien se le intenta ensuciar –ahora con palabras- tiene derecho a blindarse de las acusaciones. Entonces ¿cuál es la razón de ser si los aspirantes simple y sencillamente nos muestran el mejor de los mundos posibles”? Solo escuchamos promesas y más promesas. Y de buenas intenciones está empedrado el infierno.
Solo recordemos que el futuro del país se decidirá en los minutos que tendrá cuando esté en la casilla, en soledad y en plena libertad.
Mi álter ego pregunta ¿por qué el mandatario más popular y más querido del mundo se ve obligado a vivir en un búnker? Y cuando hace giras de trabajo ¿en otros?