Mi casa es pequeñita. La amada eterna y yo la hicimos a nuestra medida, y ni ella ni yo tuvimos nunca tufos de grandeza. El espacio mayor lo ocupa la biblioteca, reducto ahora que me guarda de los embates de la soledad. Carezco entonces de un lugar para recibir a mucha gente. Otra cosa es la casona del Potrero. Sus numerosos aposentos son tan vastos que ahí podría yo aposentar a la asamblea general de las Naciones Unidas. No me propongo convocarla, al menos por ahora, pero sí quiero invitar a todos los presidentes y presidentas de las naciones latinoamericanas, excepción hecha de los tiranuelos que oprimen a Cuba, Nicaragua y Venezuela. He dado orden de que a esos cabrones no les permitan acercarse al rancho a distancia de 10 leguas, y que si lo hacen les cuchileen -les azucen- a todos los perros de la ranchería, incluido el de don Abundio, singular can llamado el Almirante porque, explica el viejo, todos se almiran al ver su pelaje, repartido por partes iguales en manchas blancas, negras y amarillas. Invitaré a los mandatarios de esas naciones a que me visiten en el Potrero y les ofreceré una comida al lado de la cual los manjares servidos en las bodas de Camacho serán insípida menestra. Habrá cabrito -al pastor, al horno, al ataúd-, con la rica fritada de lo mismo; borrego a la griega; barbacoa de chivo y res; asado de puerco; lechón tan suave que para partirlo no necesitas ni siquiera el plato del segoviano Cándido, pues se parte con la pura mirada. Todo eso rociado con aguas de tuna y granada, sotol serrano y mezcal de la Laguna de Sánchez, y acompañamiento de las ricas tortillas de maíz potrereño y de harina hechas con los trigos de la Sierra de Arteaga, los cuales, afirmó el historiador Alessio Robles, son mejores que los de la Ucrania. Dispuestos ya por obra de Ceres y de Baco los cuerpos y las almas de los dignatarios, les propondré formar un frente común contra el nefasto Trump. Ningún país puede oponerse por sí solo a él, pero si se juntan todos y diseñan una estrategia hábil y sólida estarán en capacidad de contener sus irracionales embestidas. En la primaria tuve un compañero cuyo nombre no diré porque se fue ya de este mundo, y De mortuis nil nisi bene, de los muertos no se ha de hablar más que bien. Era un méndigo, y se la dejo barata. Grandulón -nos llevaba dos años por lo menos-, a todos nos iba haciendo uno por uno víctimas de su maldad. Nos golpeaba en la cara con su maquinof, prenda de abrigo pesada y dura; nos empujaba violentamente para hacernos caer; nos daba en la cabeza con sus libros, que tenían la contundencia de un ladrillo. Cierto día nos reunimos y acordamos enfrentarlo todos juntos. En el siguiente recreo fuimos hacia él y le propinamos una tunda colectiva que lo dejó en el suelo maltrecho y dolorido, los ojos morados, las greñas en desorden, hechos garras el maldecido maquinof, la camisa, el pantalón y creo que hasta los calzones, y echando sangre por los nueve orificios naturales de su cuerpo. Jamás volvió a meterse el desgraciado con ninguno de nosotros; antes bien se hizo amigo de todos y en adelante fue apacible y manso como el mínimo y dulce Francisco de Asís. Hermosa conversión la suya, seguramente inspirada por el Espíritu Santo. No digo que la fuerza sea arma útil contra el prepotente Trump, pero sí pienso que unidos los países de América Latina podrán defenderse de él mejor que solos, y más si traban amistad -siquiera sea simbólica- con China, potencia a la que sí le tiene miedo el irracional gorila yanqui. Espero que los mandatarios de las naciones hermanas acepten mi invitación a ir al Potrero. Habrá además música de farafara. FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Llegó sin previo aviso y me dijo de buenas a primeras:
-Soy el gato encerrado.
No me asombró oírlo hablar. Leí de niño las fábulas de Iriarte y Samaniego, y aprendí que en el mundo de la fantasía, menos fantástico que el de la realidad, no sólo hablan los gatos, sino también los perros, las zorras, las serpientes, los conejos, las ranas, los burros y hasta algún objeto inanimado, como la lima del cerrajero.
Yo, lo he dicho ya, no suelo tener trato con los gatos, por más que sé que hay quienes encuentran en ellos grata compañía y lealtad, sobre todo si los han llevado con el veterinario. Así, le pregunté al minino:
-Si es usted el gato encerrado ¿por qué entonces anda suelto?
No se dignó contestarme. Adoptó la mayestática pose jeroglífica con que los gatos muestran ser superiores a los perros, a los hombres y a los dioses, y me dejó con la pregunta en la boca.
Guardé silencio. Los gatos, ya se sabe, son muy especiales. Pero pensé: aquí hay gato encerrado.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS.
Por AFA.
". Los aranceles de Trump y su política migratoria.".
Contra esas disposiciones,
que son ofensa y ultraje,
enviaremos un mensaje:
"¡Viva México, cabrones!".
Opinión
Viernes 31 Ene 2025, 06:30
Frente anti Trump
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