A propósito de los recientes cambios en la estructura del Poder Judicial, y ante la fauna política que ha comenzado a merodear con el hocico húmedo de ambición, conviene recordar —como quien ofrece un breviario moral o un manual de compostura básica— aquello en lo que un magistrado o juez debería estar ocupado… y aquello en lo que, si tuviera una mínima noción de su deber, jamás debería estar haciendo.
Aquí, el duodecálogo de lo importante frente a lo indetrascendente. Léase como código, epitafio o espejo (usted elija y, en su caso, acomódese).
I. Lo que sí debería ocupar a un magistrado o juez con dignidad jurisdiccional:
1. Revisar sentencias emblemáticas de su sala o juzgado, y hacer autocrítica jurídica. El que no reflexiona sobre sus errores, los repite con toga o guayabera;
2. Impulsar la capacitación continua del personal jurisdiccional, con perspectiva de género, derechos humanos y argumentación jurídica sólida. No se trata de repetir cursitos: se trata de pensar y repensar la justicia;
3. Examinar la carga de trabajo real en salas y juzgados y empezar a proyectar medidas de eficiencia y descongestionamiento;
4. Generar y consensuar indicadores de desempeño jurisdiccional transparentes y medibles. Quien no quiere que lo evalúen, generalmente tiene mucho que esconder;
5. Garantizar el respeto absoluto a los derechos laborales de todo el personal judicial. No hay justicia externa sin justicia interna. El mobbing institucional es una forma de corrupción;
6. Proteger la independencia judicial: la propia, y la de los jueces de primera instancia. Nadie que haya sido juez puede legitimar persecuciones políticas o purgas administrativas;
7. Abrir espacios de diálogo con la sociedad civil, academia y barras de abogados sobre el rumbo de la justicia. La torre de marfil se cayó hace años, algunos imbéciles no se han enterado;
8. Proponer mejoras reglamentarias o legislativas desde el conocimiento técnico, no desde el cálculo u oportunismo políticos. El Derecho no es un botín: es una construcción colectiva.
9. Supervisar personalmente la infraestructura y condiciones de trabajo de los juzgados. Es fácil dictar resoluciones desde un cubículo climatizado. Caminen los pasillos, no busquen fomentar el amiguismo o, lo que es peor, cómplices, y
10. Defender, con seriedad, el principio meritocrático en los nombramientos judiciales. Si llegaron por méritos, honren ese origen; y si no (como es el caso), al menos finjan decoro, no trafiquen con la dignidad (propia o ajena).
II. Lo que no puede (ni debe) estar haciendo ningún magistrado o juez que se respete:
1. Repartir cargos como si fueran enchiladas en un mitin partidista. La toga no debería tener bolsillos, mucho menos compartimientos secretos o faltriqueras;
2. Operar despidos de personal con carrera judicial por venganza, celos, cuotas o favores políticos. Quien llega cortando cabezas o buscando puestos, demuestra miedo, no autoridad;
3. Tratar de colocar a parientes, amigos, familiares o compinches en juzgados o áreas administrativas. Eso no es justicia, es nepotismo tropicalizado;
4. Negociar nombramientos con operadores políticos externos o con exgobernadores o protogobernadores. El Poder Judicial no es sucursal de ningún partido ni continuación de ningún caudillismo;
5. Congelar o amenazar a jueces incómodos, críticos o independientes (congeladora: ahí te voy). El que reprime el disentimiento no vale más que un burócrata con ínfulas;
6. Celebrar reuniones de cabildeo, en “lo oscurito”, para controlar al órgano encargado de la administración. La justicia no se cuece en cafés o restaurantes ni se negocia en jardines o cenas privadas;
7. Armar frentes o coaliciones. La independencia judicial se ejerce con valor prudente y distanciamiento crítico, no como apache: en tribu;
8. Repartir plazas como pago por campañas, alianzas o apoyos electorales pasados; el Erario no tiene por qué pagar sus compromisos personalísimos. Si ésa es toda la “gratitud” de que son capaces, entonces la justicia ha muerto;
9. Convertir el despacho en centro de operaciones político-administrativas. Un magistrado o juez no debe comportarse como un jefe de campaña, coordinador de lealtades o capo di tutti capi (algunos van a batallar más que otros porque ésa es su única biografía: prostituirse por unos cuantos pesos), y
10. Confundir la dignidad del cargo con el derecho al privilegio. No hay nada más corriente ni vulgar que un magistrado o juez que exige reverencias mientras ordena injusticias.
Post scriptum:
Apenas van tres semanas desde la elección y ya apesta a maniobra, a intriga, a orgía de cuotas. La toga no debería ser uniforme de facción ni escudo de inmunidad para empujar favores. Que cada cual se mire al espejo: si en vez de ver a un magistrado o juez ve a un operador político, a un gestor de ambiciones (propias o ajenas) o a un cínico con fuero, entonces quizá —sólo quizá— no merecía el cargo.
Y sí: eso también es una sentencia.
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