Ciudad de México.- Don Martiriano, tímido señor, conducía su automóvil. En el asiento de al lado iba doña Jodoncia, su tremebunda esposa, y atrás su suegra, doña Aracnia. Las dos importunaban de continuo al pobre hombre con indicaciones. Doña Jodoncia: "¡Maneja más despacio, Martiriano!". Doña Aracnia: "¡No dé las vueltas tan aprisa!". Doña Jodoncia: "¡Cuidado con esa bicicleta!". Doña Aracnia: "¡No se acerque tanto a los postes!". Por fin, harto de las mil recomendaciones que alternativamente le hacían una y otra vez su esposa y su suegra, don Martiriano detiene el automóvil, y volviéndose hacia su mujer le dice con enojo: "¡Bueno, mujer! ¿Quién va manejando? ¿Tú o tu mamá?"... El señor llama por teléfono desde la oficina a su esposa: "Arréglate, vieja -le dice-. Me regalaron dos boletos para el teatro". "¡Qué bueno! -se alegra ella-. En este mismo momento comienzo a arreglarme". "Y apenas vamos a librar -dice el marido-. La función ya es mañana"... Llega un señor muy apresurado a un restorán, y antes de sentarse le dice con precipitación a la mesera: "Señorita, que me preparen por favor unas manos pasadas por agua mientras voy a lavarme los... ¡Ay, perdón!"... Difícilmente podrá encontrarse un país tan rico en bellezas naturales como México. Pero también será difícil hallar otro país cuyos habitantes tengan tan poca conciencia como nosotros de la necesidad de preservar esas bellezas. Poseemos mares, ríos, lagunas, selvas, bosques, y estamos acabando con los bosques, las selvas, las lagunas los ríos y los mares. Los hombres que buscan dinero cortan árboles, matan animales, contaminan ríos, envenenan lagos, llenan de basura el mar de nuestras playas. Y no parece haber una preocupación que nos mueva a salvar los árboles, a preservar las especies en vías de extinción, a evitar que las corrientes de los ríos, ayer claras, se vuelvan vertedero de basura, a impedir que se sequen los lagos y las lagunas milenarias, a salvar a las criaturas de la Naturaleza del sañudo acoso de los humanos. La verdad, yo si fuera belleza natural mejor me iba a otra parte... Don Cornulio llama aparte a su mujer y le pregunta con solemnidad: "Dime la verdad, Mesalina: ¿eres bruja?". "¿Bruja? -se asombra la mujer-. Claro que no soy bruja. ¿Por qué me dices eso?". Explica don Cornulio: "Es que he oído contar que las brujas convierten a los hombres en animales, y mis amigos me dicen que me estás haciendo buey"... En un callejón Pepito se topa de manos a boca con el diablo. "¡Soy el demonio!" -dice Satán con voz amenazante-. "¿Y qué andas haciendo por aquí?" -pregunta sin inmutarse el tremendo chiquillo. Responde el Espíritu Maligno: "Vengo a tentar a los hombres". "Ah -dice entonces Pepito-. Conque mariquita ¿eh?"... Los recién casados decidieron pasar la noche de bodas en la casa donde iban a vivir, pues su avión salía ya tarde. Cuando se despertó por la mañana después de la noche nupcial, el novio se levantó sin hacer ruido y de puntillas fue a la cocina. Quería darle una linda sorpresa a su mujercita: le llevaría el desayuno a la cama. Y se lo llevó, en efecto. La muchacha vio con disgusto la charola que su marido le ofrecía: el café estaba frío, las tostadas venían quemadas, los huevos fritos se veían cuajados en el plato. "¡Caramba! -exclama la muchacha con disgusto- ¿Tampoco esto sabes hacer?"... Don Valetu di Nario cumplió 110 años de edad. Una joven reportera le preguntó cómo veía la vida a esas alturas. "Muy triste, señorita -respondió, pesaroso, don Valetu-. He tenido que renunciar al sexo". "¿Por qué renunció a él?" -pregunta con asombro la muchacha. "¿Qué otra cosa podía hacer? -replica el centenario caballero-. Me gustan las mujeres mayores que yo". FIN.

MIRADOR
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
En una pequeña iglesia de Mallorca se halla la imagen de un doliente Cristo. La mano derecha del Crucificado está desclavada de la cruz.
Cuenta la piadosa leyenda que hace muchos años un hombre llegó a la capilla buscando a un sacerdote para pedirle que lo escuchara en confesión. Terribles eran los pecados de aquel hombre; sus culpas eran más grandes que las mayores que el sacerdote había conocido en toda su vida, larga ya, de confesor. No existía falta en que el malvado no hubiese incurrido; todos los pecados mortales los había cometido aquel torvo mortal.
-¿Qué hago? -se preguntaba en su interior el sacerdote lleno de congoja-. ¿Cómo he de darle la absolución a este monstruo de maldad? ¡Sus culpas no pueden tener perdón de Dios!
En ese momento se oyó en la capilla un ruido como de madera que se resquebrajaba. El padre volvió la vista y se quedó sin habla: el Cristo había desclavado su mano de la cruz y con una mirada de misericordia estaba dando la absolución al hombre. ¡Hasta mañana!...

MANGANITAS
Por AFA.
"... Otra vez subirán las tarifas aéreas...".
Un pasajero muy ducho,
pues vuela todos los días,
dice que las compañías
ya se están volando mucho.