Existen cuatro factores psíquicos y somáticos que nos permiten ser eficientes y además disfrutar el trabajo tanto físico como mental, como se explicó en dos colaboraciones anteriores, conocidos como vida o actividades vitales[1]: la intelectiva, la volitiva, la afectiva y la orgánica.

Nuestra vida intelectiva podemos semejarla a un faro, sí, a una construcción elevada, generalmente ubicada en la costa o en una isla, situado en lugares vitales, este emite luz para guiar a los navegantes en el mar, por ejemplo, lo podemos observar cerca de rocas, arrecifes, bajos fondos, acantilados o entradas a puertos; la luz del faro señala con atención la proximidad de estos peligros.

Esto ayuda a evitar accidentes y naufragios.

Los faros alumbran en el mar, una roca aquí, un trozo de madera allá, una boya acá, Etc., pues bien, ante el enorme universo que nos ofrece un mundo de conocimiento, integrado por las personas, familia, estudio y trabajo, entre otros, siempre ante nosotros encontramos en cada momento del día sólo una porción del aquel, gracias a la atención que ponemos ese saber se presenta ante nuestra mente.

La atención es un estado de concentración de nuestra mente que, como el reflector de un faro sobre el área inmensa de lo que existe, ve aquí, observa allá, luego otro más allá; dicho de otro modo, es la fijación de nuestras energías mentales, de nuestra actividad o capacidad cognoscitiva o afectiva sobre una cosa, una vivencia o un hecho psíquico en un momento exacto, para conocerlo mejor, a decir de Samuel Vargas Montoya[2].

Pues bien, esta concentración de la que venimos platicando, cuando estamos en la familia, en el trabajo, en la escuela, lamentablemente a veces la ocupamos en el celular, las redes sociales, Etc., menos en lo que debemos; todo nuestro ser, mente y energías los concentramos en otras cosas menos en lo que debemos atender, de tal modo que estamos distraídos o dispersos.

Esta distracción causa en nosotros cansancio mental, bajo rendimiento con fatiga por encima de lo normal, declina el interés por aquello que debemos hacer, no nos determinamos a empezar una actividad a la que estamos obligados, se incrementa el aburrimiento y el desinterés, empezamos por dejar para después lo que debíamos realizar en un momento y lugar determinado. ¿Qué hacer?
Siguiendo los consejos de Narciso Irala, ayuda a mejorar la concentración quitar las causas de la divagación y obsesión, en pocas palabras: reducir tiempo que dedicamos a ver la televisión, redes sociales, videojuegos, contenidos en internet sin moderación, Etc.

Hay que suscitar el interés y el entusiasmo, ¡piensa fuerte! ¡con ganas! El estudio o trabajo mental producen una felicidad y satisfacción de tipo intelectivo, cuando los estudiantes aprenden un tema de su interés sienten alegría, cuando el juez dicta una sentencia que sabe que satisface los anhelos de justicia, siente jubilo y tranquilidad porque hizo lo correcto, su conciencia lo atestigua, ¡imagínate! ¡el médico! cuando por el estudio encuentra la solución a un problema de salud de un paciente, que otros no habían encontrado.

El mismo Irala nos dice que debemos formar el hábito de la atención perfecta, al igual que desarrollar el espíritu de observación, por ejemplo: fijar tu atención por un minuto en alguno de los edificios, salas, personas, sonidos, Etc., con que te encuentras a diario. Repite la observación otros días y verás que pronto empiezas a captar detalles y facetas insospechadas. Hay muchas otras formas.

Por último, la concentración no viene así nomás, concentrémonos en el presente, el que mucho abarca poco aprieta; miremos las cosas, una vivencia o un hecho psíquico, como mira un niño de pocos años, a detalle, con atención tranquila y casi pasiva; siempre hay que hacer todo con alegría, y disfrutemos lo que hagamos.

[1] Irala, N. EFICIENCIA SIN FATIGA. Ediciones Paulina. España.
[2] Vargas, S. Tratado de Psicología. (1968). Editorial Porrúa. México. Pág. 206.