-¿Peña Nieto también puede irse a Morena?
-Coqueteo moreno con panista-corralista
-Bonilla estará acuartelado por elección
En la Fiscalía Zona Centro y la Agencia Estatal de Investigación les dio por jugar a las escondidas con el caso de un agente ministerial conocido por ser de esos alucines que hacen uso de la placa, la patrulla y las armas como si fueran para cualquier cosa, menos para servir a la sociedad.
Los agentes de la corporación nos reportan que a principios de la semana hubo cierto escándalo interno por el caso de un comandante del Grupo de Lesiones, Raúl Eliezer Salinas, que puso a temblar de miedo a varios clientes de conocido bar de la ciudad porque en estado inconveniente sacó la pistola.
“Aracliento”, aseguran, amenazó con disparar para intimidar a quienes supuestamente lo incomodaban, hasta que fue apaciguado y decidió bajarle dos rayitas, cuando ya había encendido las alarmas de otros compañeros de la corporación, quienes estaban listos para pedir refuerzos con el fin de evitar una tragedia.
No quedó más que en el papelón del elemento y las risillas burlonas en los pasillos de la Fiscalía, pan de todos los días. Pero, dicen, algún interés por impedir el escándalo público llevó a manejar el reporte de la forma más confidencial posible e incluso a advertir a que nadie revelara lo ocurrido, hasta que finalmente trascendió a las paredes de la Zona Centro.
Qué extraño interés en ocultar y esconder los pecadillos de agentes que pasan sobre el reglamento y hasta del sentido común. Da a pensar que el verdadero interés de esconderlo es otro, más que evitar el escándalo.
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Entre la clase política circula la versión de un posible regreso a la escena pública del expresidente Enrique Peña Nieto, pero no patrocinado por la alianza prianista que sacó del sarcófago recientemente a Ernesto Zedillo, sino por la 4T.
De darse esa incorporación podrían infartarse, suponemos, neomorenos como el exgobernador Javier Corral, quien consideraba al antecesor de Andrés Manuel López Obrador como al principal protector del suyo, el priista César Duarte.
Aunque otros morenistas que conocieron la bonanza del tricolor seguramente aplaudirían la decisión y lo abrazarían a su llegada.
La mera suposición levanta olas y hace ruido, pero no es del todo descabellada si una somera revisión del padrón cupular morenista arroja una cantidad considerable de expriistas. Hay bastantes botones de muestra.
El coordinador de Morena en el Senado de la República, Adán Augusto López; el gobernador de Puebla, Alejandro Armenta y Alejandro Murat, una de las adquisiciones de la 4T el año pasado, quien fue director del Infonavit en el sexenio de Peña Nieto y luego gobernador de Oaxaca. Simples ejemplos a vuelapluma.
Tampoco es descabellada la idea a la luz del análisis de lo que han sido las transiciones de poder en el presidencialismo mexicano, marcadas por el dedazo, esa decisión aparentemente unilateral del jefe del Ejecutivo en turno, que en realidad a veces era forzada por las circunstancias o el momento político del país.
En “La herencia, arqueología de la sucesión presidencial”, Jorge Castañeda explora, mediante entrevistas y charlas informales con algunos expresidentes y sus allegados, los cambios tricolores desde Luis Echeverría hasta Ernesto Zedillo, el periodo de esplendor del PRI, hoy convertido en caricatura de sí mismo.
Esa historia de la sucesión llevó a entender que algunos presidentes optaron por unos u otros sucesores a veces más obligados por las circunstancias que por una convicción personalísima. Así hasta el 2000, año del gran cambio democrático en México, que reivindica en su libro Castañeda Gutman con el sesgo de que él fue integrante del gabinete de Vicente Fox.
A la vista de otros, por supuesto, esa transición no fue más que la consolidación de las alianzas de la oligarquía a las que se sometieron tanto el PRI como el PAN.
Las crisis sexenales que marcaron al presidencialismo moderno, producto de errores, corrupción y tensiones políticas trasladadas a los mercados, dan cuenta de que han sido más las tensiones cuando la sucesión era de un mismo partido que cuando eran de partidos diferentes.
En la era contemporánea, la transición de Peña Nieto a López Obrador fue casi tan tersa como la del tabasqueño a Claudia Sheinbaum. Cero amenazas ni insultos, al contrario; cero señalamientos directos al mexiquense, ni cuando aparecía de paseo por Madrid o cualquier parte del mundo.
Así, esa versión de una posible acogida en la 4T no puede pasarse por alto, no es descartable. A final de cuentas, el último presidente priista no es lo peor ni tampoco lo último que podría ingresar Morena a su nómina.
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Tal vez por falta de amor a los aspirantes propios o cualquier otro interés extraño, los morenos desde el centro de la 4T le empezaron a coquetear a otro panista, el camarguense Luis Aguilar, exdiputado y exsecretario de Desarrollo Social en la desastrosa gestión de Javier Corral, de los nuevos activos (más bien pasivos) de Morena.
Dicen que en la capital del estado, donde las decisiones suelen cocinarse a fuego muy lento, el partido guinda no tiene forma de cantar victoria con sus perfiles rumbo a la alcaldía de Chihuahua. Ven flaca la caballada.
Los que creen que caminan rumbo a la recta final, como el expanista Miguel La Torre y el expriista Marco Quezada no levantan ni con grúa, mientras que la duartista diputada Brenda Ríos parece que ha redirigido su GPS hacia el año 2030.
Hay otros nombres, claro, pero no emocionan ni a la dirigencia encabezada por Luisa María Alcalde y mucho menos a Palacio Nacional, por más que se digan leales de izquierda, obradoristas, claudistas y demás conceptos de pertenencia en el partido de la 4T.
Debido a eso, ven en el panista descobijado de Camargo a un posible perfil externo, con la ventaja de que tiene algo de conocimiento y posicionamiento, pues finalmente el PAN lo tiene en el congelador.
Así es la política, con muchas aristas, y parece que la vieja escuela de la grilla está más viva que nunca. Quién sabe si en el perfil del exsecretario corralista, pero es casi un hecho que la candidatura de la transformación en la capital puede terminar poniéndose un traje azul con moño guinda.
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El alcalde, Marco Bonilla, augura una jornada electoral tranquila el domingo. Ya informó que a temprana hora estará supervisando el operativo de seguridad desde la Dirección de la Policía Municipal y el despliegue de las unidades por toda la ciudad.
Como siempre, los elementos deben estar atentos ante cualquier anomalía.
Sabemos que aquí en la capital el electorado está a otro nivel; y hasta donde tenemos memoria, en las pasadas jornadas electorales se han realizado sin ningún sobresalto, salvo denuncias menores que no ponen en riesgo la elección y menos los resultados.
Para el domingo habrá un despliegue de 234 elementos, confirmado por el mismo alcalde y el jefe de la Policía Municipal.
Atenderán la vigilancia de las 738 casillas, que si bien es un número menor que en una elección a cargos de gobierno, si la participación es la esperada, lucirán saturadas de ciudadanos.