Ciudad de México.- En más de una ocasión, el presidente Andrés Manuel López Obrador recurrió a su propagandista de cabecera, Epigmenio Ibarra, para montar escenas que lo hicieran aparecer como cumplidor, sensible o que su gobierno avanzaba a pesar las críticas sociales.

En plena pandemia, el presidente López Obrador apareció en un hospital visitando a un presunto enfermo de Covid-19, la intención era mandar el mensaje de que era sensible y se preocupaba por la salud de los mexicanos dando la impresión que era cercano y estaba atento a la situación; de lo que se trataba era de minimizar las críticas que surgían derivadas de acusaciones de corrupción y de insensibilidad, esta última manifestada con la frase: “la pandemia nos cayó como anillo al dedo”.

Pero las redes sociales mostraron que todo fue un montaje y que la presunta persona enferma de Covid-19 a la que visitó López Obrador, previamente había aparecido en otro vídeo y que en realidad se trataba de un elemento militar.

Otro montaje fue cuando rodeado de su gabinete, López Obrador grabó un vídeo donde se trasladaban en un vagón de un tren rápido asegurando que era parte de las obras de intercomunicación que estaban construyendo para unir al aeropuerto “Felipe Ángeles” (AIFA), con la ciudad de México; en el montaje participaron el propio presidente López Obrador, la entonces Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum; el Secretario de la Defensa Nacional y el de la Marina Armada de México, además de otros funcionarios de su gabinete.

¡Otra vez, todo fue un burdo montaje! El tren suburbano ni siquiera está concluido a estas fechas y todo era parte de un plan de propaganda gubernamental para generar la percepción de que las obras iban avanzando con rapidez y que el aeropuerto sería de los más modernos del mundo.

Los montajes de López Obrador fueron descubiertos casi de inmediato y eso terminó por generar en un sector de la población una incredulidad que todavía perdura.

Por eso, lo que le sucedió a la presidente Claudia Sheinbaum Pardo, cuando salió a recorrer un sector de la ciudad de México para mezclarse con el pueblo y los sucesos posteriores dejaron la sensación de que, al igual que su antecesor, se recurrió a la fabricación de un montaje para desviar la atención sobre temas tan sensibles como el asesinato del alcalde de Uruapan, Michoacán, Carlos Manzo Rodríguez.

Mientras ella caminaba por las calles y la gente se le acercaba “espontáneamente” a pedirle “selfies”, un hombre llegó, rompió el perímetro de seguridad, la manoseó ante la mirada impávida de su ayudantía personal y luego de unos segundos donde el personaje se atrevió a otros toqueteos lúbricos, finalmente intervino el personal de Ayudantía, lo separaron y lo dejaron ir.

Hay quienes dicen que todo fue un montaje, uno de esas puestas en escena que tanto gustaban a López Obrador para desviar la atención; si esto fuera así, contemplaríamos uno de los momentos de mayor bajeza y ruindad, pues no solamente se expuso la seguridad e integridad de la presidente Claudia Sheinbaum, también denigraron su persona al permitir que un desconocido llegue al extremo del manoseo, con tal de lograr desviar la atención de otros temas.

Si como muchos especulan, se trató de un montaje entonces estaríamos presenciando uno de los momentos más perversos en la historia de México, llevando como figura principal a quien porta la investidura más alta de esta nación; sería deplorable y censurable un intento de engaño de esa naturaleza.

Por lo denigrante del acto y lo oprobioso que resulta, todo indica que lo sucedido no fue algo que, como mujer no como presidente de la República, Claudia Sheinbaum Pardo se prestase para una escena de esa naturaleza.

Ahora, sí no se trató de un montaje y todo fue espontáneo entonces que incapacidad de su ayudantía personal, que falta de preparación y que peligro innecesario para ella.

Que un sujeto logre llegar hasta la presidente de la República y la abrace, la bese, y ponga sus manos en su cintura y de ahí suba por el contorno de su cuerpo es un acto inusitado que muestra lo que miles de mujeres deben soportar en México, es el ejemplo claro de la violencia que se cierne sobre ellas y donde el gobierno es distante, por no decir que se desentiende.

Pero también esto deja en evidencia la vulnerabilidad de nuestros gobernantes y los riesgos innecesarios a que están expuestos porque los encargados de su seguridad no tienen la mínima idea de la protección que le deben brindar.

El nombre del borracho que tuvo la osadía de manosearla es Uriel Rivera Martínez y aunque la presidente Sheinbaum Pardo presentó las denuncias correspondientes para que se le castigue por la presunta comisión de un delito, al final en términos de condena judicial lo que se determine es intrascendente, pero el acto en sí mismo es de enorme significación pues la víctima del acoso fue la mujer que debe ser la más protegida y cuidada de México.

En buena medida, si no se trató de un burdo montaje, la presidente Sheinbaum Pardo terminó por padecer el clima de inseguridad que su gobierno tanto minimiza y se convirtió en una mujer que engrosa las estadísticas de la violencia que padecen a diario miles de mexicanas.

Aunque el suceso quedó en anécdota, esto se vuelve prueba fehaciente que ni siquiera la presidente de la República se puede sentir segura en México y que salir a las calles a convivir con su pueblo es una aventura extrema que la expone a una violencia que se desborda y eso refleja el desatino en el manejo de la crisis de inseguridad pública que termina por afectarnos a todos, incluso a ella que vive en un palacio.

El recorrido y “las selfies” con estudiantes y personas que se acercaban “espontáneamente” bien pudo ser una escena construida; pero apareció el borracho de Uriel y les echó a perder todo.