La ciencia ficción se encarga de imaginar el futuro. Sin embargo, al leer a Han Song, uno de los principales escritores chinos del género, uno a veces puede experimentar la sensación de estar leyendo historia reciente.

En 2000, escribió una novela que describía el derrumbe del World Trade Center. En 2016, otro libro imaginaba el mundo transformado en un hospital gigante, con médicos que sacaban a la gente de sus casas, justo como ocurriría en ocasiones durante los años del coronavirus en China.

Para Han, de 59 años, esto solo significa que no había ido suficientemente lejos al imaginar lo oscura o extraña que podía llegar a ser la vida moderna.

“Pensaba que solo estaba escribiendo, pero que era imposible que ocurriera”, dijo sobre su novela Hospital, en la que todo el mundo se ve reducido a ser un paciente. “En realidad ocurrió unos cuantos años después”, dijo, refiriéndose a la pandemia. “Es un ejemplo de la realidad siendo más ciencia ficción que la ciencia ficción”.

La manera en que lo impensable puede volverse realidad ha sido el tema que Han ha explorado durante las últimas cuatro décadas. De día, es periodista en la agencia estatal de noticias de China y registra la asombrosa modernización del país. Por la noche, escribe ficción para lidiar con lo desorientador que puede ser ese cambio.

Sus historias son sombrías, grotescas y gráficas. Algunas examinan la brecha entre China y Occidente, como en The Passengers and the Creator, un cuento corto en el que los chinos adoran a un dios misterioso llamado Boeing. Otras imaginan que China ha desplazado a Estados Unidos como primera superpotencia mundial. Muchos toman escenarios ordinarios, como trenes de metro, y los usan como telón de fondo para escenas salvajes de canibalismo u orgías.

El supuesto progreso siempre se mira con recelo. Después de que China supera a Estados Unidos en su novela 2066: Red Star Over America —en la que el World Trade Center se viene abajo—, no pasa mucho tiempo antes de que China, también, empiece a desmoronarse.

Aunque aparecen elementos clásicos de la ciencia ficción como los viajes espaciales o la inteligencia artificial, la ciencia no es el centro de atención de Han. Le interesa más la manera en que la gente responde a las nuevas tecnologías, y al poder y la alteración que estas representan.

Han ha dicho que a la ciencia ficción china, más que a otros géneros contemporáneos, le interesa explorar el dolor.

Ese interés es también personal. En años recientes, Han, quien fue enfermizo desde muy joven, ha experimentado un marcado deterioro de su salud. Esto, dijo, le ha hecho dudar más de las capacidades de la medicina, y de la ciencia en general, para mejorar la humanidad.

Esa es una postura potencialmente arriesgada, reconoció Han en una entrevista en Pekín, donde vive con su esposa. Es delgado y de voz suave, con un porte serio que no delata el humor negro de su trabajo.

“Según nuestras normas, solo hay un futuro posible. Todo está planeado: cómo será 2035, cómo será 2050, hasta llegar al socialismo máximo”, dijo, refiriéndose a los planes quinquenales de desarrollo del gobierno chino. “Pero en la ciencia ficción hay demasiadas posibilidades”.

El gobierno chino ha promovido la ciencia ficción como reflejo de los avances tecnológicos del país y de su influencia global. Xi Jinping, el líder chino, es admirador de Julio Verne, el autor francés de clásicos como Viaje al centro de la Tierra.

La administración cinematográfica estatal se ha comprometido a apoyar las películas de ciencia ficción como fuente de poder blando; podría decirse que la exportación cultural china de mayor éxito en los últimos años es la novela de Liu Cixin El problema de los tres cuerpos, que fue convertida en serie de Netflix.

Los escritos de Han se ajustan más a una visión anterior del papel de la ciencia ficción en China. A principios del siglo XX, cuando los intelectuales chinos empezaron a traducir a Verne, querían que las historias revelaran las debilidades del país; que inspiraran reformas.

Han no es un disidente. Ha ganado los principales premios de ciencia ficción de China y ha dirigido su asociación nacional de ciencia ficción. Y es un periodista de alto rango en Xinhua, la agencia estatal de noticias, que siempre presenta los logros de China como algo emocionante e inevitable.

La contradicción puede explicarse por el momento en el que Han empezó a escribir, una época más abierta.

Nació en la ciudad suroccidental de Chongqing durante la Revolución Cultural, los 10 años de derramamiento de sangre populista desatados por Mao Zedong. Los conocimientos científicos fueron satanizados, considerados burgueses, y las universidades se cerraron. Pero tras la muerte de Mao, los nuevos dirigentes chinos se comprometieron a abrir las puertas a la modernización. El padre de Han, periodista, traía a casa revistas científicas y libros como Cien mil porqués, una serie de divulgación científica para niños. El joven Han estaba fascinado.

En la universidad estudió inglés y periodismo, leyendo novelas occidentales como Matadero cinco y El arco iris de gravedad mientras cursaba asignaturas optativas de ciencias. Publicó su primera novela en 1991, el mismo año en que empezó a trabajar en Xinhua. Han comentó que sus jefes apoyaban sus escritos personales y que algunos de ellos eran aficionados a la ciencia ficción.

El estatus de nicho de la ciencia ficción en aquella época también permitió a los escritores sobrepasar los límites de la censura. Muchas de las nuevas obras contenían comentarios sociales.

El estilo particular de Han también podría ser clave. En lugar de hacer declaraciones políticas claras, muchas de sus obras evocan una profunda ambivalencia sobre el lugar de China en el mundo.

Uno de los relatos, My Country Doesn’t Dream, parece inicialmente una crítica por el afán de desarrollo a cualquier costo de China, que elevó el nivel de vida pero alimentó la corrupción y otros problemas sociales. El protagonista, Xiao Ji, se entera por un espía estadounidense de que el gobierno chino ha creado una tecnología para hacer que la gente trabaje mientras duerme.

Sin embargo, en medio del desconcierto de Xiao Ji, también le incomoda el sentido de superioridad del estadounidense: “Se sintió algo molesto con este extranjero que estaba tan empeñado en revelarle la verdad. Sospechaba que el hombre albergaba un motivo oculto”.

Michael Berry, quien ha traducido varios libros de Han al inglés, dijo que siempre había múltiples interpretaciones en sus escritos.

“Hace que te des cuenta de la humanidad que hay en el otro… y de la inhumanidad”, dijo Berry, profesor de estudios culturales chinos contemporáneos en la Universidad de California en Los Ángeles. “Quizá más de esto último, porque creo que gran parte de lo que hace es explorar este lado más oscuro de la naturaleza humana”.

Han calcula que aproximadamente la mitad de sus escritos no se han publicado en China debido a la censura. Eso incluye My Country Doesn’t Dream, aunque ha circulado ampliamente por internet.

Últimamente, Han ha enfocado sus textos en el interior: en su propio cuerpo.

En Weibo, una plataforma de redes sociales en la que tiene más de un millón de seguidores, Han ha pasado los últimos años compartiendo, con lujo de detalles, la aparición de la demencia y otros males. Junto a las fotos de los libros que lee o las comidas que consume, describe cómo olvida a quién iba a ver, ya estando en el metro, o cómo pierde el control de su vejiga.

Trata su propio deterioro con el mismo interés psicológico con el que ve a sus personajes. Después de enfrentar el frío para comprar comida y sentirse agotado, reflexionó: “La gente siempre es así, vendiendo su cuerpo y su alma solo por un bocado”.

Han comentó que en Weibo vio una forma de seguir escribiendo cuando crear ficción se había vuelto demasiado agotador. También ha estado experimentando con DeepSeek, el chatbot chino de inteligencia artificial, para que le ayude a pulir borradores o incluso a escribir historias. Le desanimaba que a veces produjera mejores historias que él, pero ahora lo considera una herramienta; al igual que el cerebro humano no es más que una herramienta, dijo, que también podría necesitar afilarse.

Si la fragilidad humana es un tema común en los textos de Han, también lo es algo ligeramente más optimista: el valor de escribir sobre ella.

A partir de 2015, Han empezó a publicar en Weibo sobre una misteriosa cuenta regresiva de siete años. Los fans adivinaron que cuando llegara a su fin podría anunciar una nueva novela, o retirarse.

En 2022, Han explicó finalmente que años antes había visitado a una adivina que solo predijo su destino hasta ese año.

Ahora que su salud se había deteriorado, aparentemente al compás de la cuenta regresiva, escribió que no sabía si eso demostraba la existencia del destino o de leyes científicas ocultas.

“Por supuesto, no hay respuestas convincentes, ni forma de verificarlas en un laboratorio”, escribió. “Como algún día mi memoria podría desaparecer de verdad, solo quiero escribir todo esto. Como recordatorio para mí mismo y para cualquiera que esté interesado en estudiarlo”.