Ciudad Juárez, Chih.- Familia, diálogo, comunidad y salud son los pilares de la vida de Exiquio, el hombre más longevo del Cereso número 3 de Juárez, y quien sobrepasó la línea imaginaria de la adultez mayor preso, pues lleva 14 años tras las rejas de los 72 que tiene.
La mujer más longeva del Cereso femenil en la frontera tiene 57 –aún no es considerada legalmente adulta mayor–, pero la sentencia de 10 años y un día que recibió en junio de este año la llevará ahí. Para ella, Velia, lo importante es el respeto, la oración, la solidaridad y Dios.
Exiquio vivió una vida tranquila en Jiménez, Chihuahua, hasta que decidió, en 1975, irse a Estados Unidos. Los cruces, entonces, eran menos estrictos, así que tras pasar el río Bravo pudo mantenerse de aquel lado por 15 años, lo que le sirvió para, inclusive, tramitar la residencia para sus hermanas y hermanos en 1988.
En aquel país trabajó curando pieles que eran utilizadas por modistas y peleteros en Italia, contó a El Diario, hasta que decidió que era momento de superarse otro poco más, y estudió mecánica automotriz en un colegio, para luego ejercer y ganar con un oficio tan retribuido en Estados Unidos como lo es reparar automóviles.
“Es muy buen dinero, pero la vida allá es muy recia, puro trabaje, trabaje, trabaje y pues no”, dijo.
En 1990 volvió a Jiménez porque su mamá tenía derecho sobre unas tierras que necesitaban mano de obra para ser trabajadas, así que decidió ayudarle junto con dos de sus hermanos. Luego de la tierra vino su taller, en la carretera de Jiménez a Camargo.
El hombre, con los dientes amarillos manchados por el tabaco, de cabello cano y sus tatuajes medio borrados por el paso del tiempo o difíciles de leer por sus arrugas, cuenta con ilusión sobre su familia. Le pesa aún la muerte de su madre, que ocurrió mientras ya estaba él preso. “Se nos durmió”, dice, por causas atribuibles a la edad.
Pero no habla sobre el delito que lo llevó ahí. Tampoco hay registros públicos en internet que den cuenta de su presencia en el mundo o de lo que ocurrió hace más de 15 años que lo llevó ante la justicia.
Primero estuvo recluido en el Cereso de Parral, que queda a unos 50 minutos de Jiménez, justo en la carretera que conecta ambas localidades chihuahuenses. Dos años pasó ahí y luego uno en Aquiles Serdán, y los últimos 11 en Juárez, siete de los cuales estuvo en el área 4, para luego ser enviado a donde siempre perteneció, al área 5, de “neutrales”, que no pertenecen ni desean pertenecer a grupos criminales. Este año fue enviado al Módulo de Bajo Riesgo recién inaugurado el 9 de octubre. Ahí sólo están personas sentenciadas y con deseos de reinsertarse a la sociedad, que trabajan en el penal para sacar algunos pesos con qué sobrevivir entre los muros.
Exiquio fue asesor deportivo en el Cereso. Cuando había equipo de softbol era porque él lo estaba dirigiendo, y por ello se ha llevado reconocimientos en más de 15 ocasiones. También en el reclusorio ha aprendido de carpintería y de su fe como testigo de Jehová. Ahí se bautizó, privado de la libertad.
Hay lecciones clave en la vida de Exiquio que compartió con El Diario, y dice que no son cosas que ya sabía, sino que aprendió ahí. “Muchos dicen ‘chango viejo no aprende maroma nueva’, pero cada día se aprende”, presume.
“Hay una cosa muy importante que aprende uno aquí, y es a valorar la familia que tiene uno afuera”, recuerda. Sus hermanos están uno en Jiménez y el resto en Estados Unidos. Saliendo de prisión, en año y medio, quiere quedarse en Juárez y buscar emplearse como mecánico o como carpintero, pero quedarse en la ciudad para que su familia del país vecino pueda visitarlo con facilidad.
Del mismo modo, la convivencia con sus compañeros le ha enseñado que no está mal dejarse ayudar, ser parte de la comunidad, dejar de ser el solitario que siempre fue. “Aprende uno a ser amigable, convivir con los compañeros, platicar y echarnos algunos jueguitos”, comentó, y agregó: “Tratamos de ser amigables, y he aprendido yo a que si ellos tienen alguna necesidad entonces yo apoyarlos a ellos. No tenemos mucho pero lo que tenemos es de todos”.
También el deporte le ha servido. Siempre fue beisbolista y eso lo mantuvo enfocado en otros asuntos que no fueran los vicios, más que el tabaco que por 49 años consumió.
Sin embargo, lo que más recomienda es la religión. “En la Biblia uno aprende mucho”, aseguró. E invita a que “le echen muchas ganas” sus compañeros dentro y fuera de la cárcel, pero sobre todo “que se metan a una religión para aprender a ser mejores personas”.
La historia de Velia también es de religión y de migrantes como la de Exiquio. Ella llegó en mayo de 1999 a Ciudad Juárez, desde Veracruz, aprovechando la primera escapada que le fue propuesta tras años de violencia familiar, psicológica y física.
Duró 17 años con el padre de sus dos hijas e hijo sufriendo lo que traía el alcoholismo del hombre, hasta un día que desató su furia con Velia y poniendo en riesgo la vida de todos tirando tanques de gas que tenían en su casa.
Era casa de él, heredada, así que las autoridades le negaron asistencia por la violencia familiar. Le recomendaron, por otra parte, mejor mudarse. Eso hizo, se fue, aunque el hombre la seguía a todos lados, hasta que el actual esposo de Velia le dijo que en Juárez había trabajo, que se fuera, y los tres niños y dos adultos viajaron a la frontera.
Llegaron sin nada y por 15 días vivieron en una pensión que estaba por dejarlos en la calle, pero hallaron la iglesia El Shaddai, en Constitución y 16 de Septiembre, y les tendieron ahí la mano. “Nunca había sentido lo que yo experimenté ese día”, contó Velia. Desde entonces supo que la iglesia pentecostés era su casa.
Esta iglesia se caracteriza, dijo, porque “somos más bullangueros, nos gusta danzar, adorar al Señor libres, lo que el espíritu dice”.
Luego de acercarse a la iglesia cristiana le concedieron participar en un comedor infantil en Anapra, y accedió y para 2003 ya tenía su propio proyecto, Aposento Alto, en Lomas de Poleo, donde primero dio comida a niñas y niños, pero también ayudó a construir algunas casas, y en 2018 decidió ayudar a migrantes, hasta 2022, en que fue acusada de trata de personas en modalidad de trabajo forzado a algunos de esas personas en movilidad, que la denunciaron porque dijeron recibir amenazas que ponían en riesgo sus procesos migratorios. En junio de 2024 fue condenada a 10 años por estos hechos.
“Todo se vino abajo con todo esto. Todo se dañó, toda la familia está destruida”, platicó, conmovida.
Junto con la pena privativa de la libertad llegó el que su esposo se encuentra enfermo y tuvo que volver a Veracruz. Ahora la visitan sus dos hijas y sus cuatro nietos, quienes le alegran los días de visita pues hasta pelean por ir a abrazarle y darle cariño.
Adentro del penal femenil de Ciudad Juárez conoció la ansiedad, de los límites de su cuerpo, pero también a reforzar su fe. Duró dos años (los de su proceso) para entender lo que pasaba, hasta que lo tomó y decidió aceptarlo y continuar.
En el penal también predica, como lo hacía afuera, pero con humildad reconoce que no hacía falta su presencia. “Hay mucha bendición por parte de Dios”, adentro del femenil, aseguró.
Aun así “no paro allá adentro, porque es un gozo poder servirle al Señor”, contó. Esa es su lección, el amor que recibe por parte de las autoridades y sus compañeras, que la respetan y procuran su bienestar.
Exiquio y Velia forman parte del 6.8 por ciento de población privada de la libertad en el estado de Chihuahua que tiene más de 55 años. De acuerdo con el Cuaderno de Información Estadística Penitenciaria del Órgano Administrativo Desconcentrado de Prevención y Reinserción Social, a octubre de 2024 había en Chihuahua 309 personas entre 55 y 59 años y 310 mayores de 60, quienes ya entran en el grupo de adultos mayores, y para quienes los organismos de Derechos Humanos piden medidas especiales para asegurar su bienestar.
Estos dos adultos mayores reclusos en Juárez siguen aprendiendo y buscando cómo reinsertarse en la sociedad, cuando les toque volver a ver las calles fronterizas.