La contienda presidencial de Brasil a celebrarse en 2026 se perfilaba como una elección que los estadounidenses podrían encontrar familiar: un veterano en el poder con una popularidad menguante seguido por un descarado populista que afirmaba que le habían robado las últimas elecciones.

Entonces apareció el presidente Trump.

La amenaza de Trump la semana pasada de imponer aranceles del 50 por ciento a las exportaciones brasileñas como forma de salvar a su aliado, el expresidente Jair Bolsonaro, de un posible encarcelamiento, ha reorganizado el panorama político de Brasil, dando al presidente Luiz Inácio Lula da Silva un impulso inesperado.

Con Trump y sus aranceles motivados políticamente, Lula tiene ahora un mensaje claro: no retrocederemos ante un abusador. Su postura está suscitando elogios en la prensa, haciéndose viral en internet y dando a sus partidarios nuevas esperanzas de que Lula pueda ganar un cuarto mandato el próximo año, días antes de cumplir 80 años.

Tienen motivos para ser optimistas: días después de las amenazas arancelarias de Trump, los índices de aprobación de Lula alcanzaron su nivel más alto en meses. Nuevos sondeos mostraron que entre el 43 y el 50 por ciento de los brasileños aprobaban su gestión, un aumento entre tres y cinco puntos porcentuales desde mayo.

“Fue un golpe de suerte para el presidente”, dijo Camila Rocha, politóloga del Centro Brasileño de Análisis y Planificación, una institución de investigación. “Esto lo fortalece mucho”.

El cambio en la opinión pública es un ejemplo más del auge anti-Trump, un fenómeno global que ha reconfigurado las elecciones en Canadá, Australia y otros lugares al aumentar el apoyo a los políticos que desafían al presidente estadounidense.

En Brasil, en medio del incremento de los precios de los alimentos y los tropiezos de la política nacional, los índices de aprobación de Lula alcanzaron este año los niveles más bajos de sus tres mandatos. Parecía que había llegado el momento de pasar la antorcha a alguien nuevo: el 57 por ciento de los brasileños no quería que se presentara a la reelección.

Entonces, la semana pasada, Trump amenazó a Brasil con imponer aranceles punitivos en represalia por lo que calificó de una “cacería de brujas” contra Bolsonaro, quien se enfrenta a cargos penales por planear un golpe de Estado tras perder las elecciones de 2022.

Lula respondió con firmeza y rapidez a la amenaza, señalando que estaba dispuesto a negociar, pero que no cedería en el caso de Bolsonaro. “Brasil es una nación soberana con instituciones independientes y no aceptará ningún tipo de tutela”, dijo.

Los nuevos aranceles entrarían en vigor el 1 de agosto, poco antes de que Bolsonaro sea juzgado por cargos de orquestar una vasta conspiración para anular la votación, desmantelar los tribunales y otorgar poderes especiales a los militares. La policía afirma que el complot incluía planes para asesinar a Lula.

Bolsonaro niega conocer planes de asesinato o golpe de Estado, pero admite que estudia “formas dentro de la Constitución” para permanecer en el poder. Dijo que “no estaba contento” con los aranceles de Trump, pero sugirió que la inmunidad judicial, para él y sus aliados, era el camino hacia una tregua económica con Estados Unidos.

Sus aliados han presionado al Congreso para que apruebe una ley de amnistía. Es probable que Lula vete dicha ley, pero el Congreso podría anular el veto.

Lula ha prometido responder a los aranceles estadounidenses con impuestos sobre los productos estadounidenses. El año pasado, Estados Unidos tuvo un superávit comercial con Brasil de 7400 millones de dólares, sobre unos 92.000 millones de dólares de intercambios comerciales.

Una guerra arancelaria con Estados Unidos, el segundo socio comercial de Brasil, podría suponer un duro golpe económico, empeorando la inflación y haciendo subir los precios de los alimentos, los medicamentos y el combustible.

Históricamente, los brasileños han culpado a los gobernantes de las turbulencias económicas. Pero Lula podría librarse de la furia de los votantes responsabilizando de los aranceles a Bolsonaro y a su hijo, quien ha estado presionando a la Casa Blanca en nombre de su padre.

“El expresidente debe asumir su responsabilidad”, dijo Lula. “Fue su hijo quien fue allí para influir en Trump”.

Bolsonaro dice que planea postularse de nuevo el año que viene, aunque un tribunal le ha prohibido ejercer el cargo hasta 2030 por sembrar dudas infundadas sobre fraude electoral. A principios de este año, mantenía una pequeña ventaja en las encuestas sobre Lula, aunque la diferencia estaba dentro del margen de error.

“La base principal de Bolsonaro no cambiará de opinión”, pero los moderados podrían hacerlo, dijo Rosana Pinheiro-Machado, profesora del University College de Dublín y experta en la política populista de Brasil.

Lula, a quien el expresidente Barack Obama llamó en su día “el político más popular de la Tierra”, gobernó una época dorada de crecimiento impulsado por las materias primas en Brasil, de 2003 a 2011. Posteriormente fue encarcelado en relación con una vasta trama de corrupción, pero luego se anuló su condena, lo que le permitió presentarse como candidato y derrotar por un estrecho margen a Bolsonaro.

Lula se ha visto lastrado por una serie de crisis internas. Además, ha tenido problemas para hacer avanzar su agenda, chocando con un Congreso dominado por partidos de derecha y de centro.

El año pasado, una caída en picada hizo temer que hubiera llegado el momento de que Lula dejara paso a un sucesor más joven.

Pero Trump ha contribuido a que los brasileños centren su atención en cuestiones como el nacionalismo y la soberanía, dijo Andrei Roman, director ejecutivo de AtlasIntel, una empresa de sondeos con sede en São Paulo.

“Ha dado a la gente nuevos criterios para evaluar a Lula”, dijo. “Y, por ahora, está ayudando”.