Bryn Mawr, Pensilvania, es uno de esos grandiosos pueblos estadounidenses que sirven como escaparate para los grandiosos sueños americanos. Repleto de canchas de tenis, árboles ejemplares y mansiones de piedra construidas por los magnates ferroviarios del siglo XIX, el suburbio le confiere a la riqueza una cualidad atmosférica, como una capa de ozono que lo envuelve todo: ambiental, constante, vital.
Los padres de Elysia Berman eran dueños de la casa más pequeña de su cuadra. No obstante, trabajaron duro para catapultar a su hija a los círculos adinerados de sus vecinos. La enviaron a un costoso colegio privado de Filadelfia en el que las niñas sacaban bolsos Louis Vuitton Neverfull y Hermès Constance de Porsches convertibles; Berman, mientras tanto, cargaba sus libros en una mochila LL Bean decorada con Wite-Out. Su envidia e inquietud no hicieron más que crecer cuando se mudó a Nueva York a los 18 años para estudiar ilustración en el Instituto Pratt. Mientras ella pasaba las vacaciones de primavera en trabajos donde cobraba por hora, sus amigas —herederas y nobles de tierras extranjeras que usaban prendas de Gareth Pugh y dormían en sábanas de 3000 dólares en departamentos fuera del campus— se deslizaban por las laderas de los Alpes.
“Había crecido rodeada de suficiente riqueza como para saber pronunciar ‘Gstaad’ correctamente, pero nunca había estado ahí, y probablemente nunca iré”, me dijo Berman. Avergonzada por su propio anhelo, a menudo pensaba en una frase de El gran Gatsby, cuando un recriminatorio Nick Carraway acompaña a Tom Buchanan a una velada llena de lujos: “Yo estaba dentro y fuera”.
En 2014, cuando Berman tenía 25 años, consiguió el trabajo de sus sueños como diseñadora en la revista de moda InStyle, un lugar donde la apariencia de los empleados reflejaba sus ambiciones. El accesorio del momento era el PS1 de Proenza Schouler, un bolso de 1000 dólares con correas y un diseño angular. Berman encontró uno en piel de serpiente naranja por 430 dólares en The RealReal. Dudó. ¿Estaba siendo ridícula? Su sueldo apenas cubría el alquiler de su minidepartamento. Pero entonces, en la página de pago, una pequeña línea de texto bajo el importe total llamó su atención: “Paga en cuatro plazos sin intereses con Affirm”.
Nunca en su vida había hecho clic tan rápido.
“Me sentí como la más dura con ese bolso”, recuerda Berman. Después de tantos años “viendo a todo el mundo a tu alrededor tener una vida mejor que la tuya”, estaba eufórica de probar un poco de eso por sí misma. Llevarse a casa semejante tesoro pagando apenas un costo inicial se sentía como haber encontrado un truco secreto: “una especie de desbloqueo”.
Affirm es una de varias empresas que prestan dinero a los clientes mediante un modelo de “compra ahora, paga después” (o BNPL, como se les conoce por su sigla en inglés): los usuarios realizan un pago fraccionado de una compra y posponen el resto del saldo durante varias semanas, o a veces incluso meses o años. Con este sistema de pago diferido, el prestamista suele obtener del minorista entre el 2 y el 9 por ciento de cada transacción, mientras que el cliente puede disfrutar sus artículos de inmediato en lugar de tener que esperar a terminar de pagarlos, como ocurría con los planes de apartado de décadas anteriores. Cuando llega el momento de hacer un pago, el prestamista extrae el dinero automáticamente de la cuenta financiera vinculada del usuario. Aunque los BNPL anuncian financiación “sin intereses”, la tasa de interés de los planes a largo plazo puede alcanzar el 36 por ciento; cuando no se efectúan los pagos, también se acumulan recargos por demora.
Puedes pagar unas vacaciones con Afterpay: vuelos, cruceros, un Airbnb, el paquete completo. Puedes pagar un burrito con Klarna.
Se calcula que la mitad de los estadounidenses han utilizado el modelo BNPL al menos una vez. Con la promesa de gratificación instantánea para un público económicamente ansioso —la mitad de los usuarios son personas menores de 33 años en los inicios de su carrera profesional—, este modelo ha crecido rápidamente como industria, con el valor total de las compras alcanzando unos 120.000 millones de dólares tan solo en Estados Unidos en 2023, frente a apenas 2000 millones en 2019. La multitud de competidores de Affirm incluye a Afterpay, Sezzle, Zip y el más conocido de todos, Klarna.
Hoy en día, existen opciones de BNPL para todo, desde refrigeradores hasta lápices labiales, pasando por monster trucks y Labubus. Casi dos tercios de los asistentes al festival de Coachella de este año lo usaron para pagar sus entradas. Puedes pagar unas vacaciones con Afterpay: vuelos, cruceros, un Airbnb, el paquete completo. Puedes pagar un burrito con Klarna. Y a pesar de las cantidades astronómicas de capital que las empresas de BNPL ofrecen a los consumidores novatos, estas operan sin demasiada supervisión, disfrutando de la anarquía regulatoria mientras los legisladores se rascan la cabeza sin saber cómo seguir el ritmo a estos nuevos intermediarios que están transformando el comercio en tiempo real.
Berman llevaba su bolso Proenza a todas partes. Se agrietó y deshilachó; nadie le había enseñado a cuidar pieles exóticas. Pero no era para tanto, porque ahora podía comprar otros bolsos, sobre todo después de descargar una serie de aplicaciones de BNPL como Afterpay, Klarna y PayPal. Su tarjeta de crédito Visa tenía un estricto límite de gasto mensual de 2000 dólares, pero tan solo Klarna le ofrecía 12.000 dólares para utilizar en cualquier momento.
Armada con toda esta financiación nueva, rápidamente cambió sus jeans Forever 21 por un vestuario nuevo, adecuado para su entorno social. Empezó a derrochar una, dos, tres veces al mes, encantada y asombrada de las cantidades que podía acumular, y todo aprobado por empresas de aspecto amigable que prometían transparencia, alegría y dedicación para ayudar a la gente a obtener, literalmente, las cosas con las que soñaban.
Cuando abrió su cuenta de TikTok en 2020, Berman vio a gente normal, no a influentes, hablando maravillas de “compras obligatorias” de las que ella nunca había escuchado. Pronto estaba alternando entre todas sus aplicaciones de BNPL, gastando miles de dólares al mes en espléndidas novedades: cenas en restaurantes de moda, conjuntos deportivos de lujo, una suscripción al gimnasio Equinox, tratamientos faciales aprobados por modelos en el Rescue Spa de Manhattan (cuyos estantes estaban llenos de Augustinus Bader, así que también salió a comprar algunas de esas exquisitas pócimas). Otros tiktokers recomendaban usar BNPL para cubrir tales extravagancias, publicando comentarios como: “¡Afterpay es para las chicas! ¡Nos ayuda a sentirnos mejor con nuestras malas decisiones financieras!”, y “POV: yo al teléfono con Klarna diciéndoles que no podía pagar todo ese dinero después de gastar de más otra vez 🙈”.
Confiada, Berman compró más y más. Con BNPL, de pronto todo lo que alguna vez había codiciado estaba a su alcance. En retrospectiva, me dijo, “era como echar gasolina a un fuego ardiente”.

Todos los días, al despertar, Berman veía notificaciones en su teléfono que le anunciaban cuánto dinero se estaba extrayendo automáticamente de su cuenta bancaria. Las cantidades parecían totalmente arbitrarias —17 dólares el lunes a primera hora, 250 dólares esa noche, 141 dólares el martes—, sin ninguna explicación sobre qué artículos siquiera estaba pagando. A veces se enteraba de que 600 dólares salían de su cuenta con destino a Sephora o Saks, pero le resultaba difícil encontrar un recuento de saldos fácil de leer en las aplicaciones de BNPL. “Nunca sabes qué está pasando”, me dijo. “Y no puedes hacer un presupuesto, porque no sabes cuánto sale de tu cuenta qué día”.
Cuanto más dinero gastaba Berman, más teórico parecía todo. Las cantidades se volvieron fantasiosas, irreales. A veces recibía alertas de que su cuenta bancaria se estaba agotando, así que redirigía sus aplicaciones de BNPL para que tomaran dinero de su tarjeta de crédito, sin darse cuenta de que así acumulaba intereses por partida doble.
Aunque las fintech de BNPL existen desde hace más de una década, en realidad fue hasta la vorágine de estrés y desempleo de la pandemia que se volvieron populares. Normalmente, para obtener la aprobación no hace falta un puntaje de crédito mínimo: todo lo que necesitas es un número de celular, una prueba de que eres mayor de 18 años y un método de pago (cuenta bancaria, tarjeta de débito o de crédito). “Klarna”, en sueco, significa “aclararse”, una ironía que no pasó desapercibida para Berman, quien me dijo que nunca se había sentido tan a la deriva, confundida y deprimida como en los años en que se fue hundiendo en la deuda de BNPL.
“Era como echar gasolina a un fuego ardiente”.
Elysia Berman
Sin embargo, hipotecar todo el estilo de vida a través de una aplicación, o lo que algunos despreocupadamente llaman “Klarnamaxxing” (llevar Klarna al límite), es cada vez más habitual entre los usuarios de las redes sociales que buscan disfrazarse del glamour que ven en internet. Han convertido su propio endeudamiento en motivo de alarde. En un video viral de este año, cinco amigos se reían sobre cómo la persona con el saldo más alto de Klarna debía pagar la cena. Los TikTokers enseñan “hacks de Afterpay” y presumen sus “botines de Afterpay”. La captura de pantalla de un usuario con una cascada de pagos titulada “CAAAAAAAAALMATE @KLARNA” obtuvo 62.000 me gusta en X. Es como si la facilidad sin fricciones de estos servicios hubiera convertido todo el concepto de deber dinero en algo divertido, incluso ridículo.
Los servicios BNPL mismos se muestran astutamente desenfadados al respecto. “¿Por qué pagar a la antigua?”, canturreaba un eslogan de Klarna en cursis tonos pastel. “Cómete todo el bote de helado y reparte las calorías en seis semanas”, animaba Afterpay en un anuncio de televisión.
Aunque “la psicología del consumidor tradicional dice que 365 dólares al año se sienten más que un dólar al día”, me dijo Dionysius Ang, una profesora de la Universidad de Leeds que estudia mercadotecnia y comportamiento de compra, estos servicios también van más allá del “reencuadre temporal”. Por un lado, se anuncian como “antitarjetas de crédito”; más amables, nobles y honestas. “Se venden como la forma más inteligente de crédito: sin comisiones ocultas”, dice Ang. “Los consumidores podrían pensar que es la forma más transparente de pagar, sobre todo los que tienden a evitar las tarjetas de crédito porque las asocian con deudas”. Por otro lado, el BNPL también explota el “sesgo del presente”, la tendencia humana documentada de ver las decisiones de hoy como más importantes que las repercusiones de mañana.
Ang y su coinvestigador, Stijn Maesen, de la Imperial Business School, observaron los patrones de gasto de 275.000 consumidores en una importante tienda online estadounidense y publicaron un estudio el año pasado en el que informaban que la gente tenía un 9 por ciento más de probabilidades de hacer compras si elegían una opción de BNPL. Además, quienes usaban BNPL acababan gastando más dinero, saliendo del sitio web con compras que sumaban en promedio un 10 por ciento más —posiblemente la versión digital de agarrar impulsivamente unos chocolates en la caja del supermercado—, además de que volvían con más frecuencia para hacer más compras.
Todo gira en torno a la gratificación, tanto para los que prestan como para los que compran. Paralelamente al auge del modelo BNPL ha surgido en TikTok el ascenso de la “manifestación financiera”, una idea, aparentemente derivada del libro de 2006 El secreto de Rhonda Byrne, según la cual vivir por encima de tus posibilidades puede generar un verdadero éxito futuro. (El hecho de que El secreto ya haya sido desacreditado como pseudociencia no ha disuadido a un embelesado público joven). Es un tipo de pensamiento mágico que también impulsa tendencias como las “matemáticas de chicas” y a la cultura de la imitación, dos modas que promueven el consumo de lujo como autocuidado. Hace apenas una década, solo los más ricos entre los ricos conocían las palabras “Loro Piana”; ahora cualquiera que tenga acceso a internet puede darse cuenta de que los pantalones de cachemira de esta marca son un símbolo de estatus de clase alta, y luego usar servicios como Klarna para conseguir esos símbolos para sí mismos.
“Todos se están dejando arrastrar a crear un estilo de vida que los supera, que está por encima de lo que pueden pagar, y a buscar formas de financiarlo que probablemente no le van a encantar a su yo del futuro, pero con las que su yo del presente está feliz”, me dijo Dior Bediako, una coach de vida que ha hecho videos sobre emprendimiento y finanzas personales. Bediako advirtió recientemente sobre los servicios de BNPL, señalando que pueden ser un terreno resbaladizo. La actitud desafiante y a la defensiva en los comentarios la dejó pasmada. “La mentalidad era de: ‘¿Qué quieres que hagamos? ¡Todo está caro! ¿Qué, no debemos tener cosas? ¡¿Estás diciendo que no debo tener cosas?!’”.

Una de las mayores compras de Berman fue un par de elegantes botas R13 plateadas. Costaban 2000 dólares, una cifra que al principio parecía demasiado abrumadora, incluso si se dividía en cuatro o seis pagos. Pero Klarna propuso 18 plazos de 110 dólares, a pagar en el transcurso de un año y medio. Berman recuerda que se quedó boquiabierta y se rió de la oferta: un dieciochoavo, una fracción tan pequeña y aparentemente aleatoria. Parecía como si “simplemente inventaran las reglas sobre la marcha”, me dijo.
En ese momento, también había avanzado en su carrera: gracias a una serie de trabajos en medios de comunicación y publicidad, había alcanzado un nivel salarial más alto y, por lo tanto, un poder adquisitivo considerablemente mayor. También se había enamorado y casado. Pero ocultó su adicción al BNPL a su marido, amigos y compañeros. Tenía miedo de lo que pensarían si supieran lo ávida e impulsiva que era al comprar, tanto a través de la pantalla (impulsada por la interminable riqueza algorítmica) como en persona (los servicios de BNPL emiten tarjetas virtuales para billeteras móviles, que los usuarios pueden usar en cajas registradoras reales).
“Todos se están dejando arrastrar a crear un estilo de vida que los supera, que está por encima de lo que pueden pagar”.
Dior Bediako
A veces Berman podía pagar todo el saldo de un artículo sin problemas. A veces no. Siempre que se encontraba con más facturas de cuotas de las que su cuenta bancaria podía cubrir, pasaba los pagos a su Visa cargada de intereses o solicitaba un préstamo de consolidación de deuda —un ingenioso recurso que había aprendido en línea—, lo que satisfacía a los servicios de BNPL lo suficiente como para restablecer los altos límites de gasto, dándole un nuevo crédito.
En 2023, cuando por fin se armó de valor y se sentó a sumar todos sus saldos en un papel, Berman descubrió que debía 50.000 dólares.
Caer en el agujero de la BNPL podría parecer un simple caso de recibir lo que uno pidió. Desde el punto de vista de los servicios, el modelo de pago aplazado es una bendición para las personas con problemas de liquidez. Cuando se le pidió un comentario para este artículo, un vocero de Klarna negó que la práctica fomente malos hábitos de gasto, citando estudios que demuestran que el modelo BNPL ayuda a los consumidores a evitar deudas de tarjeta de crédito y a incumplir menos con los préstamos bancarios tradicionales. Un representante de Affirm señaló que la compañía cumple con la regulación financiera, se promueve de manera moderada y no cobra cargos por retraso ni tarifas ocultas.
Sin embargo, incluso entre los usuarios avanzados de estas aplicaciones reina la confusión. Una joven de 22 años contó a The Wall Street Journal cómo acabó debiendo casi 4600 dólares después de gastar lo que parecían “20 dólares al mes aquí y allá” en cosas como comestibles, extensiones de pestañas y un colchón nuevo. Una mujer en TikTok se lamentó de cómo acumuló una deuda de 32.000 dólares comprando “de todo” con BNPL, sin darse cuenta de lo elevadas que podían llegar a ser las tasas de interés de los préstamos a largo plazo.
Cuando la Reserva Federal examinó este año los hogares que utilizaban servicios de BNPL, descubrió que las personas que empleaban el pago aplazado tenían “un bienestar financiero general inferior” al de sus semejantes. Para muchos, era “el único modo en que podrían pagar” sus compras deseadas. Un informe similar de 2025 de la Autoridad de Conducta Financiera británica descubrió que los usuarios de BNPL eran “en promedio, más jóvenes, con menos solvencia crediticia” y “tienen niveles más altos de deuda no garantizada”. En otras palabras, los usuarios de BNPL suelen tener menos formación financiera y ser menos estables económicamente, por lo que constituyen una población vulnerable que merece protección, no un grupo al que se le deban lanzar líneas de crédito de cinco cifras como si fueran golosinas de Halloween.
Algunas personas llegan por sí solas al golpe de realidad. Mientras miles presumen en TikTok sus productos subvencionados por Klarna, otro extremo de la aplicación está lleno de gente que ruega a los demás que se mantengan alejados: “¡Te va a arruinar!”, clamó una persona que intenta salir de una deuda de 10.000 dólares. “El 36 por ciento de interés en comida debería ser ilegal”, dijo otra, expresando su consternación por la gente que usa BNPL con sus compras y pedidos de comida para llevar.
Pero todo es completamente legal, gracias a un sistema regulatorio que tiene problemas hasta para clasificar lo que los servicios de BNPL hacen.
Las tarjetas de crédito ya pasaron por eso. A mediados de la década de 1990, Visa, Mastercard y American Express tuvieron una astuta idea de reclutamiento: instalarían estands en patios universitarios y atraerían a adolescentes impresionables con pizzas y camisetas. El plan funcionó. En menos de una década, los estudiantes universitarios ya acumulaban enormes saldos, incurrían en impagos y sobregiraban sus cuentas bancarias como si no hubiera un mañana, lo que finalmente llevó al Congreso a prohibir que los emisores de tarjetas ofrecieran regalos en los campus universitarios. Además de poner barreras a la comercialización, la Ley de Tarjetas de Crédito de 2009 obligó a todos los solicitantes de tarjetas de crédito menores de 21 años a presentar un aval o una prueba de ingresos independientes para poder acceder a estos sofisticados instrumentos financieros.
Los servicios de BNPL no están sujetos a nada de eso. Poniendo anuncios vistosos en Instagram y haciendo acuerdos promocionales con negocios populares como Uber, eBay y Amazon, pueden llegar, literalmente, a manos de los estudiantes universitarios. También publican montones de contenidos patrocinados, pagando a jóvenes creadores para que canten sus alabanzas en internet. “Me quedé horrorizada”, dijo a la BBC en 2021 Oghosa Ovienrioba, una influente que solía trabajar con Klarna y dejó de hacerlo al ver que sus jóvenes seguidores se hundían en grandes deudas. “Sentí una increíble punzada de culpabilidad por lo que había hecho, y por lo que había apoyado y promovido”.
Debido a que muchos servicios de BNPL se posicionan como planes de pagos a corto plazo, pueden existir en una zona gris reglamentaria, eludiendo no solo la Ley de Tarjetas de Crédito, sino también otras normas como la Ley de Veracidad en los Préstamos, que exige que los productos financieros basados en préstamos utilicen un lenguaje claro y comprensible sobre las tasas de interés, las comisiones y el reembolso si el periodo del préstamo es superior a cuatro meses. (Un plazo típico de un BNPL es de cuatro o seis semanas, aunque muchos pueden alargarse mucho más en función del artículo y el usuario concretos, lo que hace que no esté claro qué normas se aplican y cuándo).
La Oficina de Protección Financiera del Consumidor de Estados Unidos (CFPB, por su sigla en inglés), entidad responsable de supervisar productos financieros como las tarjetas de crédito, investigó a las empresas de BNPL en 2021 y descubrió incongruencias importantes en la resolución de conflictos, la divulgación de información y las prácticas de recopilación de datos. Bajo su director, Rohit Chopra, la CFPB exigió que los servicios de BNPL obedecieran las mismas normas y prácticas que las tarjetas de crédito, y Chopra advirtió que estas “nuevas ofertas competitivas” no debían “eludir los derechos y responsabilidades consagrados por la ley desde hace mucho tiempo”.
Sin embargo, una semana después de iniciado el segundo mandato de Donald Trump, Chopra fue destituido de su cargo. La CFPB dio marcha atrás. Aunque acababa de publicar una investigación que señalaba riesgos alarmantes en torno al modelo BNPL, ahora la oficina publica materiales contradictorios que restan importancia a esos mismos riesgos y ha dado marcha atrás en su anterior aplicación de medidas similares a las tarjetas de crédito.
Sin embargo, este otoño, la empresa de calificación crediticia FICO empezará a marcar a los usuarios de BNPL por sus historiales de préstamos, una medida que causará estragos financieros para todos los jóvenes compradores que presumen en Instagram, X y TikTok las consolas de videojuegos de gama alta o los zapatos deportivos de edición limitada que han podido comprar sin consecuencias.
“Estamos llegando a un punto en el que todo va a ser simplemente una industria de ‘pagos’ y punto”.
Ted Rossman
Max Levchin, director ejecutivo de Affirm, ha dicho que “lo que tenemos es un modelo de negocios perfecto para estos tiempos francamente inciertos”. Los minoristas podrían estar de acuerdo: aunque las comisiones comerciales que tienen que pagar a los socios de servicios de BNPL son casi tres veces superiores a las de las empresas de tarjetas de crédito, estudios como los de Ang y Maesen han demostrado que los picos de gasto de los consumidores impulsados por BNPL pueden compensar con creces.
Eso podría explicar por qué otros servicios financieros que no son BNPL están entrando al mercado y tratando de convertirse en BNPL. Las tarjetas de crédito tradicionales, olfateando oportunidades lucrativas en el aire, han introducido una serie de funciones similares a BNPL, como Citi Flex Pay, Chase Pay Over Time y American Express Plan It, esta última especialmente popular, según un estudio de JD Power realizado este año.
“Las líneas se están difuminando”, me dijo Ted Rossman, analista principal del sector en la empresa de financiación al consumo Bankrate. “Estamos llegando a un punto en el que todo va a ser simplemente una industria de ‘pagos’ y punto. Es lo de la superapp”.
Para no quedarse atrás, Klarna presentó este verano la Klarna Card, una tarjeta de débito física respaldada por Visa. Y a principios de este mes, la empresa salió a la bolsa en la Bolsa de Nueva York con una valoración de 19.000 millones de dólares. En su propuesta de oferta pública inicial, Klarna planteaba su ambición de convertirse en “el socio de gasto y ahorro diario de los consumidores, disponible en todas partes y para todo”.

Para Berman, el golpe de realidad llegó con una chaqueta acolchada.
A finales del invierno de 2023 se encontraba en un gran almacén de lujo. Llevaba en sus manos una prenda de 700 dólares —un abrigo negro, etéreo y acolchado, del diseñador de alta gama Khaite— y se dirigía a la caja. El precio de venta al público era tres veces esa cantidad. Una rebaja navideña lo había convertido en una auténtica ganga. Berman tenía que tenerlo.
Pero sus tarjetas de crédito estaban al límite. Todas.
Se quedó parada en un rincón de la tienda, sudando bajo las luces de halógeno, y empezó a mover dinero frenéticamente de una cuenta a otra, tratando de juntar lo suficiente para pagar la chaqueta mientras contenía la histeria que le burbujeaba en la garganta. Berman abrió Klarna y Affirm, solo para ver que había superado las cantidades permitidas. ¿Cuándo había pasado eso?
Al final logró transferir un poco de dinero de una tarjeta de crédito a uno de sus BNPL, pagando lo suficiente de un préstamo pendiente como para que el prestamista le emitiera una tarjeta virtual de un solo uso para cubrir la prenda.
Fue “una locura”, me dijo Berman, que ahora tiene 36 años, durante un almuerzo este verano, estremeciéndose visiblemente al revivir el momento. “Recuerdo estar sentada en la tienda tratando de maniobrar, hacer cálculos mentales y usar todas estas palancas distintas, y fue en ese momento cuando me di cuenta: si todo estaba agotado, al límite, entonces tendría que declararme en quiebra si no solucionaba esto”.
Salió de la tienda aturdida. En casa hizo un propósito de Año Nuevo: no comprar nada nuevo hasta que dejara de estar en números rojos.
Empezó a contar sus deudas. El siguiente paso era sincerarse con otras personas de su vida.
El primero: su marido. “Estaba muy nerviosa”, me dijo. “Tenía miedo de que me dejara. Me tomé un martini y confesé. Él dijo: ‘Guau, ¡es mucho dinero! Pero fue compasivo y comprensivo”.
Decírselo a sus padres fue igual de abrumador. Los padres de Berman habían hecho un gran esfuerzo para que ella viviera en un mundo acomodado. Pero su infancia entre ricos le había hecho sentir vergüenza de que su familia fuera vista como “los pobres del barrio”, y esta persistente inferioridad la había atormentado durante toda su vida adulta.
Sin embargo, para sorpresa de Berman, su padre se mostró comprensivo, y su madre reveló que ella misma había luchado contra la adicción a las compras y el gasto excesivo. Las discusiones por dinero habían llegado a generar tanta tensión en su relación que habían estado al borde del divorcio. Su madre le habló de una estrategia de pago de deudas que ella misma había utilizado. “Fue muy, muy doloroso”, me contó Berman.
Investigando frenéticamente, Berman elaboró un plan para hacer frente al torbellino que ella había creado. Una opción era eliminar parte de su deuda mediante un préstamo de su plan 401(k), que por ley tendría que devolver con intereses. Aunque esto significaba echar mano de una buena parte de los ahorros para la jubilación que tanto trabajo le había costado acumular, también significaba que podría empezar recuperar poco a poco la solvencia. Decidió hacerlo.
Durante mucho tiempo, el modelo BNPL le pareció un billete dorado a la vida que había crecido admirando a través de los grandes ventanales panorámicos de las casas de otras personas. Como la gente “alquila sus coches de lujo y sus teléfonos” todo el tiempo, no veía por qué “alquilar un estilo de vida” a través de aplicaciones como Klarna era diferente, me dijo. Sabía que había sido imprudente al pensar que podía “hacer trampa” para conseguir una especie de sueño americano, pero al mismo tiempo, cada vez que entraba a internet parecía ver que todo el mundo hacía lo mismo. Enfrentarse a su deuda significaba enfrentarse al alcance de esas ilusiones.
En abril de 2024, Berman saldó finalmente su deuda con los servicios de BNPL. Este año, tras muchos meses de utilizar tarjetas solo para lo estrictamente necesario, también liquidó el préstamo del 401(k). Hoy, por primera vez en casi una década, ya no le debe dinero a nadie.
Berman empezó a hacer videos en TikTok con la esperanza de utilizar su propia experiencia como advertencia para los jóvenes que se entregan al consumo desenfrenado a través de servicios de BNPL. De vez en cuando ve en su feed un video de alguien que presume de que Klarna le subsidia sus accesorios o aventuras caras y les deja un comentario, implorándoles que comprendan lo mal que pueden acabar las cosas.
Casi nunca le han hecho caso. “Recibo reacciones negativas solo por decirles la verdad”, me dijo.
Hay compras importantes —un coche, una casa, tal vez más— que Berman sabe que ya podría haberse permitido si no hubiera pasado una década de caída libre en la deuda de los servicios de BNPL. Pero ha intentado compensarlo siendo muy conservadora con sus gastos, pensándolo dos y tres veces cada vez que necesita hacer una compra. “No soporto deber dinero”, me dijo. “Y no quiero que me definan las decisiones que tomé”.
Berman eliminó las aplicaciones BNPL de su teléfono después de liquidar su deuda con ellas. Paga cada saldo mensual de sus tarjetas de crédito en su totalidad. Además, ha logrado revender muchos de los artículos que compró durante su prolongada etapa de excesos, incluido el bolso de Proenza, con lo que ha recuperado algo de dinero.
Eso sí, se quedó con la chaqueta Khaite. Algunas compras simplemente son demasiado buenas como para renunciar a ellas.