El 20 de octubre de 2009, Chihuahua estaba sumida en una espiral de violencia que empezaba a devorar a su clase política, sus instituciones y su esperanza. Ese martes, cuando la tarde caía, un hombre de paz, abogado, político, amigo de muchos, también caía, pero él a causa de ocho balazos disparados casi a quemarropa.
“Ya me dieron…”, alcanzó a decirle por teléfono celular a su compadre, Héctor Neyra, con quien hablaba mientras buscaba las llaves de la puerta en las bolsas del pantalón. El dolor lo doblaba, pero no le arrancaba la conciencia.
Era Miguel Rafael Len Etzel Maldonado, priista de cepa, excoordinador de la bancada tricolor durante el gobierno panista de Francisco Barrio y un actor político tan respetado como aparentemente incómodo para alguien que decidió segar su existencia.
Han pasado 16 años y el expediente del asesinato sigue en el mismo sitio donde lo dejó el poder: en el olvido deliberado, a pesar de haber sido procurador de Justicia y de haber estado cerca de los últimos gobernadores, desde Saúl González Herrera, su tío político, hasta el de José Reyes Baeza.
Hay un libro de circulación restringida y de autoría incierta porque no lleva firma, aunque es fácil identificar que su autor o autores estuvieron muy cerca de Etzel Maldonado y también del expediente acabado en la nada, abandonado como montón de papel de desecho.
El Diario obtuvo una copia de esa obra editada a 10 años de su asesinato, en 2019, pero que nunca vio la luz de las librerías. Sólo circuló entre unos cuantos, así como algo clandestino.
“Crimen en el olvido. Una investigación abandonada”, es una memoria privada escrita con destacada precisión y también con rabia contenida; en 172 páginas rescata la historia de un caso que la Procuraduría de Chihuahua, después Fiscalía General del Estado, dejó morir en los enormes archivos del silencio.
La obra no es un panegírico de Etzel. O al menos no es sólo eso, sino el itinerario de sus últimas horas, su última tarde de vida, las líneas de investigación que se abrieron y cerraron sin rumbo, y los rastros de una verdad que fue mutilada desde el poder.
El texto no sólo cuestiona la falta de resultados, también retrata la ausencia de voluntad para resolver el caso, la complicidad de los intereses y la desmemoria como política de Estado.

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En sus primeras páginas, el libro dispara una pregunta que sigue flotando sin respuesta alguna: “¿Falta de voluntad política, complicidad, desinterés oficial o se movieron grandes intereses para que el homicidio quedara encajonado dentro de las estadísticas de la impunidad?”.
En el año 2009, el estado se desangraba, con la ciudad como capital de una guerra criminal. Juárez era una noticia roja intensa también, quizás más, pero su condición de frontera dinámica y violenta distaba mucho, como siempre, de la otrora apacible, tranquila y conservadora Chihuahua.
Aquel año fue un parteaguas. Los cárteles se disputaban la plaza, los cuerpos aparecían en las calles y la palabra seguridad había dejado de tener sentido. El asesinato de un político con trayectoria impecable no era un caso más; era una advertencia.
Etzel había visto ese mismo día a César Duarte, entonces pre-precandidato del PRI a la gubernatura. Lo llevó de un restaurante de la avenida Juárez al hotel Soberano. Horas después, al llegar a su casa, fue ejecutado por dos hombres ocultos entre los autos estacionados.
Su esposa, María Elena González, lo alcanzó con vida al salir apresurada de su casa, todavía espantada de las detonaciones. Los médicos hicieron lo imposible, pero la madrugada del 21 de octubre su corazón se detuvo.
En la sala de espera de la Clínica del Parque, entre los presentes estaba el gobernador Reyes Baeza y, en un rincón, la periodista Miroslava Breach, desencajada y paralizada por la noticia que, por la relación fuente-reportera con visos también de amistad, rebasaba su oficio informativo.
El libro recuerda ese momento con una frase que hoy estremece: “Jamás pasó por su mente que siete años y cinco meses después, ella también sería víctima de la violencia en una agresión similar”.
La historia de Miguel Etzel vuelve ahora no por el anclaje temporal obvio, sino por la impunidad tolerada, tal vez hasta fomentada desde el poder desde aquellos momentos.

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Hay detalles olvidados de aquellos tiempos, como que la misma pistola calibre .45 que mató a Etzel fue usada esa misma noche en otro asesinato, el del agente del Cipol -antecedente funesto del modelo de policía preventiva estatal actual- Iván Cereceda Jiménez. La coincidencia balística fue confirmada por peritos forenses. Dos crímenes, una sola pistola, una misma noche. Y, sin embargo, ninguna conexión judicial.
Cuatro líneas de investigación fueron abiertas, todas se desvanecieron. Una sobrevivió más tiempo, la más incómoda, la del pleito por la “casa de los complejos” de unos 20 millones de pesos del empresario Antonio “Tony” Elías Bachir (así la motejó él mismo), un mexicano de origen libanés que mantenía un litigio con una familiar de la esposa de Etzel.
En esa casa, conocida como “La Alhambra de Chihuahua”, de la Encordada de Santa Fe, se halló un casquillo del mismo calibre, con la misma “huella digital” del arma homicida. Pero tampoco esa pista prosperó. Ni el hijo de “Tony”, Jorge Luis “El Yogui” Elías Orrantia, detenido meses después con armas y droga, fue acusado.
Todo se apagó entre rumores, versiones de evidencia sembrada y silencios, así lo desliza el libro que describe el tránsito burocrático del caso: una procuradora, Patricia González, que monopolizó la investigación; un fiscal posterior, Carlos Manuel Salas, que dijo haber encontrado “cajas sin pies ni cabeza”; y un nuevo gobierno, el de César Duarte, quien lo único que hizo fue presumir que había sido el último amigo que vio a Etzel con vida.
El expediente 18551/09, donde se guardaban las pruebas, quedó sepultado entre los llamados “eventos especiales”, esa categoría burocrática que en Chihuahua significa una sola cosa: impunidad institucionalizada.
La mención de Miroslava Breach en esa memoria privada -que por la evidencia expuesta deja en claro que comenzó a escribirse mucho antes de que la periodista fuera asesinada en marzo de 2017- no es mera coincidencia, es más bien una especie de premonición.
Una periodista, un abogado, dos ciudadanos decentes asesinados en contextos distintos, pero bajo la misma lógica del poder -el verdadero poder, ese ubicado en el lugar donde se mezcla el crimen con la política- de callar lo que estorba y olvidar lo que incomoda.
En ambos casos, el Estado prometió justicia. En ambos, los asesinos se esfumaron, al menos los intelectuales; y en ambos, la memoria hace más por la verdad que las fiscalías, siempre bañadas en el “río del olvido”, título de uno de los últimos capítulos.

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Hoy, a un día de cumplirse 16 años, el crimen de Miguel Etzel Maldonado sigue sin una respuesta. Los nombres de los responsables se diluyeron entre los cambios de administración, las prioridades políticas y el desinterés, a pesar de la supuesta solidez que apuntaba a un móvil, a un autor material y al menos a uno intelectual.
El libro fue impreso con modestia y sin autor visible, pero su valor simbólico está en la reconstrucción de un expediente que el poder quiso enterrar y que emerge como espejo de nuestra historia reciente.
En una de sus últimas líneas, “Crimen en el olvido...” sentencia: “Aquí operó el principio de caso aplazado es caso olvidado”. Pero la memoria no prescribe, así que su asesinato sigue siendo una deuda moral del Estado con la verdad.
Y decíamos que no es el anclaje temporal lo que revive el recuerdo de Etzel, sino la incesante violencia criminal solapada por los gobiernos pese a los crecientes presupuestos públicos “contra la inseguridad”; y el gravísimo mensaje que manda un crimen impune a esos niveles, porque si eso pasa con el que fuera funcionario del PRI, exprocurador, exdiputado y un pilar del poder estatal, qué le podía esperar a cualquier otra víctima común.
Además, el caso expone la decadencia política del PRI, que pasó de la eficiencia gubernamental al menos simulada, a la ineptitud de caricatura de sus últimos gobiernos, de los que parecen nutrirse los demás partidos.
El asesinato en tiempos de Baeza Terrazas marca una fase en la acelerada descomposición priista, que podría situarse muchas décadas atrás en el plano nacional, pero lleva a preguntarse qué tanto han cambiado los gobiernos desde entonces, si a cada crimen, a cada masacre, a cada tragedia, le sucede otra peor a los cuantos días.
Así, el caso de Etzel no es sólo la historia de un homicidio emblemático específico, sino reflejo de un persistente fenómeno de violencia que las instituciones no quieren o no pueden frenar, lo que es igual de grave, aunque en un caso representa una criminal complicidad y en otro la total incompetencia.