Independientemente del momento político y de que el escenario se presta para echar culpas a diestra y siniestra, no hay que darle muchas vueltas al asunto de las carreteras destrozadas: la federación debe atender el tema, ante un abandono total del mantenimiento obligado en los tramos de su competencia.
En las últimas semanas, decenas de automovilistas han documentado accidentes que sufrieron en los tramos carreteros federales que muestran un deprimente estado de conservación; si ante esas evidencias, hay un descarado mutis, entonces habría que echarse un clavado a la ley que dice, textual:
“Ley federal de caminos y puentes, Artículo 1: La presente Ley tiene por objeto regular la construcción, operación, explotación, conservación y mantenimiento de los caminos y puentes a que se refieren las fracciones I y V del Artículo siguiente, los cuales constituyen vías generales de comunicación; así como los servicios de autotransporte federal que en ellos operan, sus servicios auxiliares y el tránsito en dichas vías”.
“Artículo 2: Para los efectos de esta Ley, se entenderá por: 1.- Caminos o carreteras: 1) Los que entronquen con algún camino de país extranjero. 2) Los que comuniquen a dos o más estados de la Federación; y 3) Los que en su totalidad o en su mayor parte sean construidos por la Federación; con fondos federales o mediante concesión federal por particulares, estados o municipios”.
Esto dice textualmente CAPUFE (Caminos y Puentes Federales), entonces, ¿para qué darle tantas vueltas a un asunto que debe atenderse desde el ámbito federal? Resulta por demás obvio que los tramos carreteros que en estos momentos muestran un estado caótico, deben recibir una urgente cirugía, frente a, ya no el grito desesperado de los automovilistas, sino de la conservación de la vida misma.
Hace poco más de una semana, una flotilla de agentes de una empresa de seguros, de manera voluntaria, se armó con palas y material simple para intentar tapar los baches que en los tramos de carretera federales, se han registrado accidentes y, por consecuencia, son las compañías aseguradoras las que pagan los platos rotos, mejor dicho, los automotores rotos.
Porque eso es: se están destrozando los vehículos con el riesgo claro de que sus conductores y acompañantes pueden perder la vida, ante una ceguera que no quiere ver lo que en el camino se ve.
¿Baches? Disculpe la expresión, estimado lector: son verdaderos hoyos ocasionados por la falta de mantenimiento, por el abandono oficial federal que se ha dedicado a echar culpas, antes que asumir con humildad su responsabilidad.
Es claro que hay una defensa hacia esta y cientos de críticas, pero frente a la evidencia, ni cómo esconderse; sectores empresarial, social, gubernamental e incluso los productores agrícolas, ya han lanzado un llamado de auxilio a la federación para que se ocupe del asunto, pero parece que es más importante cuidar el prestigio que la vida de las personas.
Si a esta deprimente condición de las carreteras federales le agregamos la inseguridad en la que se encuentran, derivado del abandono de las corporaciones encargadas de cuidar el tránsito vehicular, entonces estamos frente a un panorama totalmente desolador.
Hasta hace un mes, diversas organizaciones de transportistas exigieron al gobierno federal un alto a los asaltos, ataques, robos y secuestros de mercancías y personas en las carreteras del país; la respuesta fue que “no pasa nada” o que se trata de “un intento por desacreditar el trabajo del gobierno”.
No. Ni se trata de un descrédito y mucho menos de cerrar los ojos ante el grave problema de la inseguridad en las carreteras. Y ahora también hay una ceguera total a la falta de mantenimiento en las rutas que conectan a las principales ciudades y, aquí en el estado, particularmente, la carretera que va de Chihuahua con Ciudad Juárez, una de las más transitadas del país, las condiciones están para llorar. Pero no es la única, así están todas, incluso en los tramos que conectan a las ciudades de la zona sur, en la carretera Panamericana, hasta los límites de la entidad.
Más allá de pretextos simplistas, de excusas infantiles o defensas de lo indefendible, se debe resolver un problema grave, porque no se trata de objetos, como son los automotores, sino de vidas. ¿O se quiere tapar el hoyo cuando se ahogue el niño? Aquí aplica eso de que “para qué tantos brincos estando el suelo tan parejo”, porque hay que dar demasiados brincos, ya que las carreteras, lejos de estar parejas, están hechas un camino riesgoso. Al tiempo.