“Cuando te acaricié me di cuenta que había vivido toda mi vida con las manos vacías”
Jodorowsky
Consideré que este trazado sería el del que denomino “Las manos sucias”, pues no lo sé, se aplazará un poco. Gran asombro me está causando la Ley Censura que a punto está de aprobar el Senado de la República, desde luego por Morena. No es mucho lo que pueda comentar, pero Franz Kafka sí: “Un idiota es idiota, dos idiotas son dos idiotas. Diez mil idiotas son un partido político”. De por sí, los medios de comunicación se autocensuran. Ahora, no sólo eso, el Gobierno ya nos colocó una capucha como a los secuestrados, sin saber qué pasará a nuestro alrededor. Por el momento, no tengo más palabras. Continúo.
Las encuestas sitúan a la clase política entre las profesiones peor valoradas. Siempre ha existido una clara desconfianza y animadversión hacia los políticos. Y, en cada periodo histórico, se piensa que su laxitud moral ha alcanzado la cota cumbre. En la actualidad, por los reiterados comportamientos que estamos presenciando, la opinión pública también tiende a opinar que ningún tiempo pasado fue peor. Esta afirmación puede tener algo de verdad si comparamos el cuadro de los políticos actuales con los de la Transición. No es fácil encontrar ahora dirigentes equiparables a aquellos que, en peores circunstancias, supieron anteponer el bien común a los mezquinos intereses personales o de partido. Esos políticos, con una buena formación o con el bagaje que proporciona un largo tiempo en el exilio o la lucha en la clandestinidad, no pueden tener parangón con algunos de los actuales, cuyos méritos desconocemos o, en caso de que los hayan alegado, se cuestionan por ser difícilmente objetivables.
La relación entre ética y política ha sido siempre muy estrecha. La acción política debe apoyarse en valores tan importantes como la libertad, la justicia o la solidaridad. Por eso, desde antiguo ha existido una ética y una estética en la política. Pero, salvo en la filosofía clásica, donde se partía del principio de que la ética era inherente a los gobernantes, sobre todo en el pensamiento de Platón, en los momentos posteriores se ha solido pensar que la clase política es una hidra de mil cabezas que oprime y desangra a los ciudadanos.
Maquiavelo subvirtió los planteamientos morales de la vida pública y ello ha servido para soslayar en numerosas ocasiones los más elementales cánones éticos. El pensador italiano reclamó, en términos que inequívocamente provocan escándalo, una concepción ética poco asumible por el ciudadano honesto: el príncipe —el gobernante— que quiera permanecer en el poder debe ser implacable y astuto; debe saber engañar y actuar con una crueldad calculada.
Ya en el siglo XX, Jean Paul Sartre vino a confirmar esta línea de pensamiento. Y, por boca del protagonista de una de sus más célebres obras, pronunció estas famosas palabras: “Yo tengo las manos sucias, hasta los codos. Las he hundido en la mierda y en la sangre. ¿Y qué? ¿Acaso crees que se puede gobernar limpiamente?”.
Estos principios, por supuesto, son incompatibles con el espíritu de servicio que se espera del poder. Pero parece que siempre han estado presentes en muchos hombres públicos. No sería correcto afirmar que la mayoría de los políticos mexicanos son deshonestos. Pero cada día recibimos muestras de la inmoralidad política cuando se utiliza el poder para enriquecerse o enriquecer a los suyos; cuando la actividad pública se convierte en oficio y ambición; cuando la mentira no tiene castigo ni produce el más mínimo rubor en quien la practica; cuando no se predica ni en ética ni en estética y se carece de principios; cuando se evidencia una absoluta mediocridad.
El ciudadano siempre espera de sus representantes públicos que muestren una concepción más íntegra y dignificadora de la política. Se desea que actúen distinguiendo claramente lo que son intereses personales de los que son intereses del pueblo. En suma, se pide a los políticos una auténtica transformación de la vida pública, un rearme ético y un compromiso moral que sirva para revitalizar el sistema democrático.
Los partidos, como principales agentes de la política social, debieran acometer esta transformación, pero en la actualidad van perdiendo paulatinamente su ideología. Se recluta a mercenarios para que redacten los programas electorales. El resultado es que las organizaciones políticas carecen de debate interno y que su ideología no nace en el seno de sus militantes, sino que se improvisa por extraños. Esto explica la superficialidad de la política actual, que hace que se legisle a golpe de ocurrencias, cuando no de despropósitos. Morenos, ahí les hablan, desde luego la “oposición”. ¿Existe en México?
La credibilidad de las instituciones democráticas de un país depende de muchos factores, pero, principalmente, de la confianza que los políticos generen en la ciudadanía. La actividad política debe regirse por criterios éticos o morales que sirvan para dignificar su función. Si no alcanzamos este objetivo, será difícil apartar de la mayoría de los ciudadanos la idea de que la política implica manos moralmente sucias.
En estas semanas hemos estado escuchando propuestas de candidatos a ocupar puestos en el poder judicial federal y local. Como lo hemos comentado, tenemos hombres y mujeres que cumplen el perfil para estar frente a los ciudadanos e impartir justicia o, cuando menos, dentro de todos los márgenes de ley.
También tenemos personajes que no conocen los juzgados ni para sacar una copia de un expediente; es más, no saben dónde están las oficinas. Continúo: piensan que sólo van a cobrar y que los secretarios de acuerdos elaboren las sentencias y ellos sólo estampen su firma. Con horario de nueve a tres y a su casa a mirar sus deportes favoritos.
En este par de días me pasó por la mente los secretarios que forman la estructura del Poder Judicial en el ámbito local. Atrás de la palestra, abogados formados con una gran experiencia, inteligentes, que incluso puedan tener una calificación de siete en su promedio al egresar de las universidades. Una calificación, maestrías, doctorados, diplomados no hacen a los impartidores de justicia; todo el día, de lunes a domingo, siempre están en constante movimiento en los asuntos a resolver. Los litigantes podemos estar de acuerdo o no con una sentencia, pero finalmente existen otras instancias jurisdiccionales para reclamar cuando se considera que una resolución afecta los derechos de los justiciables.
Jueces, sobre todo en materia penal, por los procesos que llevan —como ejemplo, la privación de la libertad de un ciudadano por la comisión de un delito— no es cosa menor; tienen en sus manos la vida presente y futura de una vida, familia y sociedad. Esto motiva que los juzgadores tengan una gran responsabilidad ante las afectaciones que pueda sufrir una persona.
Sobre este punto, los juzgadores también tienen en sus manos la atención de niños, niñas y adolescentes que son sujetos cuyos derechos son vulnerados, por lo que su intervención debe ser reacia, con aplomo, sin tener las manos sucias. ¿Los juzgadores electos las tendrán? No se trata de ser puros y castos, es cumplir los requisitos de probidad, empatía, humanidad, respeto a los justiciables, litigantes y a todo aquel que reclame justicia. Es decir, saber de dónde abrevar.
Retomo el tema de funcionarios judiciales que, por el motivo que sea, al salir de las facultades de Derecho con una baja calificación, bajo ninguna circunstancia son menos que los que egresan de escuelas particulares. Estoy seguro de que ellos, en su silencio, desempeño, tratando a un expediente como una persona, no como hojas, tienen una clara formación con carrera judicial, no como otros. En la reforma judicial se estableció como regla un promedio de ocho como requisito, sin tener la oportunidad de “concursar” para ocupar cargos de mayor jerarquía. En lo que a mí respecta, esto se valora más. Por otro lado, tenemos que los dineros son menores y dejan su vida en su trabajo e incluso tienen tropiezos en su ámbito familiar al trabajar casi todos los días de la semana.
Aplaudo a todos los candidatos con calidad probada, espero que estas reformas a la Constitución para elegir a los juzgadores lleguen a buen puerto. Pero sigo en mi postura: el lastre de la reforma aprobada por Morena es una mentada de madre, que dejó un mal ejemplo al mundo. Morena se apoderó de la justicia. “Pero” vienen los asegúnes: el presidente de la Mesa Directiva del Senado, Fernández Noroña, resulta que se acaba de dar cuenta de que hay candidatos involucrados en la delincuencia organizada. Afirmo: también están copados en su mayoría por los partidos políticos, empresarios nacionales y extranjeros, intereses del poder Ejecutivo y del Legislativo. En fin, no termino, ahí seguiremos platicando.
Salud y larga vida.
Profesor por Oposición de la Facultad de Derecho de la UACH
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