"Cuanto más conozco a los hombres
más quiero a mi perro": LORD BYRON
(Con cariño perruno a Ulises*)
¿Quién no ha visto en las redes sociales memes donde aparecen supuestos diálogos entre gatos que, con humor, sarcasmo y hasta albur relatan situaciones de humanos? ¿Cuántos perfiles y videos en redes sociales, son protagonizados por nuestras queridas mascotas? Hasta en programas de noticias hay una sección del gato filósofo que entre maullidos y ronroneos en un frase da una opinión crítica de situaciones políticas y económicas.
Las cifras son muy precisas: mientras que en los países europeos el número de nacimientos desciende casi a la mitad, de 5.2 millones de bebés en 2014 a 3.6 millones en 2023, los perros se triplicaron en ese mismo período y dos tercios de los propietarios de mascotas las consideran más importantes en su vida que a cualquier humano y casi la mitad de los que tienen mascotas se han endeudado por ellas. Consideran ya a los animales que son familia[1].
En una radiografía de la deshumanización que practicamos en el mundo, los humanos se han refugiado en entregar su afecto, amor y compañía a animales por la facilidad de una relación unilateral: las mascotas no tienen emociones o sentimientos iguales que los seres humanos y por lo tanto no hay la exigencia ni corresponsabilidad de una relación bilateral. Un perro o un gato no nos van a reclamar falta de amor, ni darán muestras o escenas de celos, envidia o reproches ni despechos. Amar a una mascota es muy fácil, mientras que amar a un ser humano requiere paciencia, disponibilidad, voluntad y entrega.
Un perro o un gato no va a “gritonear” exigiéndonos un comportamiento o acción que nos incomode. No nos insultará ni mentirá. Ni estarán como parlanchinas a todas horas, hablando y hablando, quejándose y exigiendo atención e interés.
¿Será esto lo que hay detrás de la modalidad de tener una cultura “animalista” para ocultar nuestra indisposición de establecer relaciones bilaterales y racionales con humanos?
El principio de “humanizar a los animales de compañía es una forma más pura de amor, aunque los expertos piensan que ellos no lo están disfrutando tanto como nosotros” (Vázquez, 2025) porque el instinto no tiene correspondencia a la razón, ni hay una equivalencia entre dos seres: uno con alma y otro sin ella. O adquirimos el instinto animal o las mascotas se racionalizan, sería el dilema.
Perro es una palabra demasiado antigua e incluso se desarrolló una filosofía llamada “cínica”, de donde procede la palabra perro. Los cínicos eran llamados de esta manera por cómo vivían, al margen de las convenciones y costumbres… e incomodando a toda la sociedad. Y la sociedad, a cambio, los insultaba. En Grecia, el perro era un animal considerado indecente. De hecho, “cínico” es en una de sus acepciones sinónimo de “impúdico”.
El término “cínico” (y buena parte de su significado) proviene de la Antigua Grecia, y particularmente de la escuela cínica de filosofía fundada por Antístenes. El máximo exponente fue Diógenes de Sinope, apodado “Diógenes el cínico” o “Diógenes el perro”. Estos apodos provienen del vocablo griego perro: “kynós”, de donde nace también kynikós, o sea, cínico. La razón de ello está en que, al poner en práctica sus creencias, estos filósofos elegían vivir la vida “como los perros”: desconfiar de las instituciones sociales, de la enseñanza y de todo tipo de convenciones y normas sociales, que se suponían impuestas al ser humano en contra de su naturaleza.
Por lo tanto, los cínicos eran una mezcla de pordioseros y filósofos altaneros, dispuestos siempre a la burla, la ironía y las actitudes procaces, ya que se consideraban a sí mismos un recordatorio viviente de lo que en el fondo era la humanidad, por debajo de todas aquellas capas de supuesta civilización. De allí que los apodaran “los perros”, dado que vivían como tales.[2]
Ahora, siglos después hay un fenómeno o fantasía llamada “antropomorfización” donde “los seres humanos adjudican a sus animales de compañía deseos y carencias emocionales idénticas a las suyas”. Tan es asi que las tradicionales veterinarias han dado giros en el negocio de mascotas por el reclamo de querer equiparar los animales a seres humanos: hay guarderías, hoteles, cementerios, crematorios, rituales y psicólogos para mascotas que les recetan antidepresivos. Hay tiendas de juguetes, restaurantes y cada día las líneas aéreas suben mascotas al área de pasajeros.
Es muy claro que hay un descenso en la natalidad humana y un ascenso en la natalidad canina como una tendencia que se va globalizado. Indudablemente las mascotas son compañías apreciadas que las hemos incorporado a necesidades emocionales o terapéuticas, pero sin ser sustitutos de humanos. Nuestro mundo, paradójicamente, se mueve entre extremos: hemos creado redes de afecto con animales, pero también dependencia de las máquinas, expulsando la esencia humana. Nuestras emociones las atamos a un animal y la razón a una máquina.
En la era de las mascotas, Karelia Vázquez dice que éstas han escalado a la cima de la pirámide social. Si antes se les asociaba a una función como en el área rural donde son guardianes, pastorean ovejas y vacas, cuidan los rebaños de animales depredadores ahora en las pequeñas -que reducimos cada día más- familias son objeto de amor, atención y gasto.
Otro estudio de Laura Gillet[3] establece que el cambio de roles y la humanización de los perros se define por el aislamiento, la caída de confianza social y el debilitamiento de los vínculos comunitarios
“En tiempos de hiperindividualismo y creciente soledad tener un perro se ha convertido en una estrategia para afrontar la escasez de relaciones humanas satisfactorias, dice, y sostiene que las sociedades se caracterizan por la caída de las tasas de natalidad, con muchos adultos jóvenes decidiendo no tener hijos por múltiples razones. En ese contexto, cuidar de un perro se percibe como un modo menos caro de adoptar comportamientos similares a la paternidad, y esto otorga al perro un estatus infantil”.
En este estudio, Gillet establece que los seres humanos tienen una necesidad innata de cuidar a otros y recibir apoyo emocional y social, lo que llamamos amor incondicional, pero a medida que disminuyen las tasas de natalidad y cambian las estructuras sociales con la urbanización, el encarecimiento del nivel de vida y el aumento de hogares unipersonales, los perros han ocupado el espacio que dejan las personas dependientes o las parejas ausentes”. Convivir con los animales desde esta perspectiva, refiere la investigadora, “ofrece un sentido de responsabilidad y de apoyo moral que se ha visto reforzado por la industria de las mascotas y los medios de comunicación, que promueven la idea de que los perros son miembros de la familia, o incluso, hijos sustitutos”.
De ahí procede el término muy común y coloquial de nuestros días de calificar a los perros como “perrhijos”, despojarlos del término de mascotas y convertirlos en un miembro más de la familia humana.
El perro ha pasado de ser históricamente utilizado como guardián o cazador para convertirse en un actor social y en objeto de amor para las personas. Esa humanización de los animales, explica el estudio, ha llevado a desarrollar el concepto de “familias multiespecie”, ubicando a los animales de compañía en un rol intermedio “humanizados, pero no humanos”, comenta Gillet.
Por su parte, Almudena Barragán[4] menciona las características que hacen que los perros sean consideramos buenos compañeros. “Son protectores, obedientes, juguetones y son capaces de sacrificarse por ti, además de que se adaptan al estilo de vida de sus amos”, dice. “No tenemos perros para que nos quieran, tenemos perros para poder querer a alguien y buscamos darles lo mejor: el mejor parque, la mejor guardería, el mejor viaje o la mejor comida”.
En su artículo de El País, destaca que los especialistas consultados coinciden en que este cambio cultural va de la mano con el avance en las legislaciones que protegen los derechos de los animales y con el deseo de tener mayor vínculo con la naturaleza. Hace unos días, un tribunal de Nueva York reconoció a los perros como miembros de la familia en un caso en el que un perro fue atropellado. “Cuando la sociedad empieza a ver a los animales como parte de la familia, las leyes evolucionan para proteger ese vínculo”.
De la misma manera, cada vez son más los casos en los que se incluye a los animales en los acuerdos de custodia durante los procesos de divorcio, como se ve el asunto de los hijos cuando se desbarata un matrimonio.
Algo similar sucede con los gatos, que “pasan por un momento estelar de su historia en su relación con el ser humano. Coptan las redes sociales con videos y memes, protagonizan campañas de publicidad de firmas de lujo o de coches, legiones de voluntarios cuidan de los ejemplares que viven en la calle, invirtiendo su tiempo y su dinero. Por ejemplo, hay tres días mundiales del gato: el 20 de febrero, el 8 de agosto y el 29 de octubre. A la paz mundial, solo se le dedica uno”[5]
Los gatos se han convertido en virales en las plataformas digitales por los videos con gran éxito en internet. Inclusive se usa el término de “bruschimichis” que son recopilaciones de videos de gatos que les ponen voces. El nombre es por el comediante argentino Pablo Bruschi, que los popularizó.
Fuera de las interpretaciones o análisis, gustos o convicciones el hecho es que muchos países se están quedando sin niños y los van sustituyendo mascotas. En “los parques de Francia se ven a más adultos paseando mascotas que a niños correteando”[6] y a medida que avanzan campañas y políticas de deconstrucción de la política familiar, se corre el riesgo de suplir afectos, de eliminar el humanismo sin valorar y rejerarquizar amores.
*ULISES, mi mascota de 5 años, de raza Husky siberiano blanco, guardián, compañía y cariñoso.
[1] VASQUEZ, Karelia (2025) La era de las mascotas, El País Semanal, 27 de julio de2025, España
[2] RAFFINO, Equipo editorial, Etecé (5 de agosto de 2021). Cinismo. Enciclopedia Concepto. https://concepto.de/cinismo/.
[3] GILLET, Laura, Redefiniendo la crianza y la familia: el rol infantilizado de los perros en las sociedades occidentales, Universidad ELTE, Hungría
[4] BARRAGAN, Almudena, (2025) La era de los perrhijos, https://elpais.com/salud-y-bienestar/2025-06-29/la-era-de-los-perrhijos-cuando-las-mascotas-se-convierten-familia.html
[5] ZUAZUA, Pedro, (2025) El poder del gato, El País semanal, 27 de julio de 2025, España
[6] VAL, Eusebio, (2025) Francia se queda sin niños, La Vanguardia, p. 3, 28 de julio de 2025, España