Dicen que en Tabasco, un tal “Comandante H” organizaba el territorio como si fuera una empresa: huachicol por aquí, trenes por allá, terrenos de oferta, policías de medio tiempo convertidos en escoltas de lujo. Al mismo tiempo —o quizá antes, o quizá después—, en Venezuela, otro comandante con bigote ceremonial hacía lo mismo, sólo que en vez de gasolina robada ofrecía cocaína al mayoreo, embotellada en barriles de petróleo y con el sello oficial de la soberanía bolivariana.
¿De quién hablamos? A estas alturas, ¿qué importa? El libreto es idéntico, sólo cambian el decorado: una bandera verde-blanca-roja, otra tricolor con estrellas, otra con hoz y martillo desteñidos, y otra más que ondea sobre Pyongyang como si fuera una cortina de humo perpetua.
La Barredora y el Cártel de los Soles son dos nombres distintos para la misma coreografía: un Estado que se disfraza de policía para incubar criminales. En un lado, una Secretaría de Seguridad sirve de útero para un capo; en el otro, la Guardia Nacional funciona como la agencia aduanal más eficiente del hemisferio; y si uno huye, se le congela la cuenta; y si el otro manda toneladas de polvo, se le ofrece una recompensa millonaria; resultado, uno solo: ambos siguen en la pista, unos prófugos convertidos en senadores de la patria chica, otros convertidos en presidentes de la patria grande, firmando comunicados que suenan como villancicos de otro planeta.
Lo hilarante —o lo patético— es que los discursos son calcados, todos juran combatir la corrupción, defender a los pobres y guiar al pueblo hacia un Edén socialista. La diferencia es que en México todavía hacemos fila para votar, y en Venezuela la fila es para el pan. En Tabasco se presume “austeridad republicana” mientras se destapan fotos de vacaciones en yates con vino caro; en Caracas se presume “soberanía” mientras se venden lingotes de oro en remates clandestinos y se negocia con las mafias turcas; ¿y la gente? Aplaudiendo en automático, como focas entrenadas con sardinas.
El modelo no es nuevo; ya lo vimos en Moscú con el padrecito Stalin, en La Habana con Fidel fumando habanos de exportación y en Pyongyang con el heredero Kim que dispara cohetes al mar para entretener a su corte de generales obesos. Todos aplicaron la misma receta, concentrar el poder, perseguir al bloque disidente, alzar un culto al líder y enorgullecerse por una economía tambaleante que sólo beneficia a los hijos dilectos del régimen. La versión latinoamericana agregó su propio sazón, huachicol, narcolanchas, fajos en cajas de cartón y selfies en Instagram con el hashtag #SocialismoDelSigloXXI.
El entramado es tan perfecto que ya ni se sabe si se trata de socialismo, narcotráfico o un reality show. La Barredora, los Soles, Morena, el PSUV, Corea del Norte, Cuba… ¿no parecen ya capítulos de la misma serie? Se intercambian actores, hoy un expolicía tabasqueño, mañana un coronel venezolano, pasado un burócrata sonriente que jura vivir en “austeridad franciscana” mientras reserva suite en Cancún... o en Japón.
El futuro se dibuja claro, el mismo guion; primero se apoderan del Congreso, luego del Poder Judicial, más tarde de tus sueños (incluso del húmedos) y, si sobra tiempo, hasta de tus pesadillas. Al final, el Estado regula todo, desde el precio del huevo hasta el tono de la protesta. Lo único que queda sin regular, por supuesto, es la corrupción que los alimenta.
Ahí está lo grotesco, ciudadanos contando monedas para la tortilla, mientras ellos cuentan dólares en fajos escondidos bajo la cama. Ciudadanos escuchando “primero los pobres”, mientras los pobres siguen siendo los mismos de siempre: los de la fila, los del hambre, los de las sobras.
La moraleja —si es que todavía puede haber moraleja en este enredo— se resume en tres apuntes:
-En Tabasco, barrer significa limpiar la plaza para el cártel;
-En Venezuela, los soles no iluminan, encubren toneladas de cocaína, y
-En México, Morena nos invita a un viaje en carretera hacia una utopía que, como todas las de su estilo, termina en bache y con la llanta ponchada.
El problema no es que haya criminales vestidos de policías o presidentes disfrazados de revolucionarios —eso ya es parte del folclore latinoamericano, como las mañaneras con mariachi o los discursos de cinco horas en la Plaza Roja—. El problema es que lo seguimos aplaudiendo, confundiendo la escoba con el sol, la justicia con la propaganda y el socialismo con la miseria organizada.
Mientras tanto, quizá pronto veremos a un funcionario mexicano levantando la copa junto a Maduro: brindando con tequila y ron caros, sonriendo para la foto, declarando “hermandad de lucha”… mientras abajo, en la calle, los lambiscones de siempre recogen migajas, felices de estar asoleados y barridos, o barriendo, a la vez.
Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: https://unareflexionpersonal.wordpress.com/

[email protected], [email protected]