Justo cuando la oruga
pensaba que el mundo se había
acabado, se convirtió en mariposa:
CHUANG TZU
De inicio debemos evitar la confusión que por ahora se ha normalizado con la inteligencia artificial en el caso concreto de toda la información que recibimos a través de medios de comunicación. Se dice que muchas noticias ya no requieren de la mano ni la creatividad humana, sino provienen de máquinas robots que las generan de manera aleatoria.
¿La tecnología puede reemplazar al periodismo? le preguntaron a Almar Latour, del grupo editor de The Wall Street Journal, y su respuesta fue muy clara: “no es una elección entre humanos y tecnología, debemos invertir en habilidades humanas, redirigirlas si es necesario y usar la tecnología como herramienta. La mejor información surge cuando la tecnología, los datos y el reportero se combinan. Esto lo llamamos inteligencia auténtica: el humano guía, la tecnología apoya”[1].
Aún sigue vivo el dilema entre texto y pantalla, -leer o ver- entre la lectura, como proceso racional de decodificar significados y símbolos y la simple acción de ver; asi a secas, solo ver usando nada más los ojos sin recurrir a un estímulo cerebral.
A medida que pasa el tiempo y que se va sucediendo el relevo de generaciones, los hábitos sufren un proceso de metamorfosis. A veces quisiéramos que fuera como las orugas que se transforman en mariposas y vuelan con bellas alas multicolores. De un ser en gestación brota un ser totalmente diferente, de un gusano que se arrastraba cambia a unos insectos fascinantes con alas cubiertas de escamas.
Las alas significan libertad y movimiento, belleza y desplazamiento. Si retenemos o aprisionamos a una mariposa, su muerte es inevitable. El tiempo que fue oruga permaneció casi sin movimiento hasta lograr un desarrollo que la cambió con tres pares de patas, un par de antenas y dos pares de alas. Y luego la libertad. El reto es dejar de ser orugas y volar como mariposas.
La incursión de internet detonó un daño al periodismo porque facilitó procesos de información, aunque reducidos e incompletos, dio paso a la cultura de la pantalla. Nuestro mundo ya está rodeado de cámaras discretas, escondidas o públicas, pantallas grandes, medianas y pequeñas. Desde grandes pantallas espectaculares, a televisiones, computadoras, iPad y celulares, lo que tal vez, nos ha impedido salir de la cómoda oruga.
Estamos viviendo una época en que la tecnología digital ha revolucionado de manera excepcional las formas de conocer y de comunicación interpersonal, pero también ha herido al periodismo profesional con hábitos perezosos de inmediatez, anonimato y superficialidad con el costo de sacrificar la profundidad, certeza y rigor que deben caracterizar a la función de informar.[2]
La tecnología digital es una de las grandes aportaciones de las últimas décadas desarrollando como nunca, un respaldo de casi todas las actividades humanas. En los mismos medios de comunicación esta tecnología ha modernizado procesos de producción, administrativos, de control y de flujo de información, pero también es un riesgo por la pretensión de sustituir el ejercicio informativo de los periodistas.
Uno de esos síntomas que ya ha provocado serias consecuencias es la inmediatez como un nuevo requisito para decir que los medios digitales informan casi en el mismo instante del hecho. Transferir un hecho noticioso de manera inmediata, sin mediar el entorno, circunstancia y motivos, ha provocado la superficialidad respondiendo a los parámetros de la cultura del “ya” del “en este instante”. Eso ha desarrollado actitudes del “ya ser rico”, del sexo rápido e inmediato, de terminar relaciones fugaces e iniciar otras. Y todo concluye en banalidad.
Esa cultura del “yayo” (ya y yo) o “yoya” (yo y ya) que constituyen la cultura light en su máxima expresión tiene como uno de sus representantes a muchos medios -no todos- que no le apuestan a la investigación profunda de los hechos, al fondo de las cosas y conocerlas por sus causas. Esa ha sido la expectativas de siempre del quehacer periodístico. Eso esperaban antes los lectores y usuarios de los medios de comunicación.
Y con la omnipresencia de las redes sociales, a lo inmediato se le agrega la comodidad e irresponsabilidad del anonimato.
El esconderse detrás de las faldas de las redes sociales ha destapado una sociedad de la desconfianza tóxica. Desconfiamos de las redes sociales, pero las seguimos consultado de manera obsesiva y compulsiva, jugando al entretenimiento adictivo.
En Le Monde diplomatique[3], se expresa que hay una guerra civil digital alimentada por la ambición política de los dueños de las grandes empresas dueñas de las plataformas. “En la actualidad, nuestra relación con los hechos es semejante a nuestra relación con las mercaderías: lo que tenemos es un mercado de hechos, donde en el espacio público, ya no son las ideas las que se ponen a competir, sino los propios hechos, los cuales se valoran al alza o a la baja en función de su capacidad para llamar la atención en las plataformas digitales, el mercado pues, ha conquistado la esfera pública”.
En el 13º. Festival Gabo[4], celebrado en Bogotá el pasado mes de julio se afirmó que “se está consumando el divorcio entre redes sociales y periodismo, mientras que Google deja de ser la principal fuente de información en línea, pues cada vez más personas recurren para informarse a la inteligencia artificial. En este contexto, el periodismo de alta calidad sigue influyendo en una inmensa minoría, al tiempo que continua siendo el dique de contención de las noticias falsas, tanto a través d ellos medios tradicionales como gracias a la penetración de los podcasts, las newsletters y todas las formas documentales”. Ahí mismo, el director de la revista Anfibia afirmó que “tenemos que asumir que el periodismo dejó de ser masivo, la pretensión de lo masivo es la zanahoria que nos han puesto, peor no somos ni seremos Netflix ni Bad Bunny”.
La otra reflexión en ese Festival Gabo fue que la confianza es el capital más valioso que puede tener un medio frente a sus públicos y que es clave aceptar que hay puentes que no siempre se pueden tender, especialmente cuando se trata con personas que están en contra de los derechos humanos.
Queda claro que la inteligencia artificial, última fase de la tecnología digital, ciertamente puede ser un riesgo y reto para el periodismo fácil y superficial, por la inteligencia artificial que reúne, procesa y elabora datos, pero no piensa ni tiene la carga ética de emitir juicios de valor.
“Ningún algoritmo carga con la culpa de una decisión equivocada como el ser humano, porque decidir implica cuerpos y consecuencias y la responsabilidad no puede delegarse a un sistema que no siente dolor ni vergüenza. Si confundimos la neutralidad estadística con justicia, lo que queda ya no es ética, sino simple gestión”, fue la reflexión en el portal de Filosofia en la Red del 25 de agosto de 2025.
El reto actual del periodismo es salir de la oruga en este ecosistema que pretende adaptar todo a pantallas, en evitar que algoritmos de la inteligencia artificial pretenda tomar decisiones de juicio y valor, que son los más altos niveles de capacidad humana y volar con alas renovadas.
A imprimirle corazón y emoción a las noticias. A palpitar y sentir poniéndose en los zapatos de los demás y a someterse a la metamorfosis.
Como las mariposas que salen de su oruga…
[1] ARTOLA, Luján (2025) Seguimos peleando por la libertad de prensa, Cinco Diaz, 23 de julio de 2025, p. 10, España
[2] CONTRERAS O, Javier (2017) El Periodismo herido. Rumores e inmediatez en las redes sociales, colección Entremedios 7, UACH, México
[3] ZAMORA, Daniel (2025) El verdadero sentido de las noticias falsas, Le Monde diplomatique en español, No. 357, julio de 2025, Valencia, España
[4] CARRION, Jorge, (2025) Periodismo en tiempos de Trump, La Vanguardia, p. 37, 28 de julio de 2025, Barcelona, España