Habemus papam
Cuando Juan Pablo II manifestó fehacientemente que ya no podía continuar gobernando la iglesia debido a su deteriorado estado de salud y prácticamente con los Festejos de la Semana Santa en puerta, comenté que el papa no moriría sino después de la más importante celebración de la cristiandad. Me refutaron diciendo que si tenía comunicación directa con el creador y que yo creía saberlo todo. Contra argumenté alegando que, con las festividades de los días santos, era imposible que el pontífice falleciera porque se darían varios eventos a la vez: su ausencia en esas celebraciones, porque cuando el pontífice fallece la iglesia entra en un periodo de luto oficial de nueve días –conocido como novemdiales- en el cual se le rinden homenajes y su inhumación. El camarlengo entra en funciones, él es el responsable de certificar la muerte del Papa y convocar el cónclave para elegir sucesor. Sería complicado, alegué, que al Vaticano se le reunieran estos eventos con el jueves santo con la última cena (este año será el 17 de abril), viernes de crucifixión, sábado de gloria y domingo de resurrección. Mi predicción fue correcta, finalmente el 2 de abril del 2005 se anunció oficialmente la expiración del Papa Viajero. Ignoramos si al pontífice lo mantuvieron con vida artificialmente o si había trascendido y la nota oficial fue esta fecha. Pero así sucedió.
Ahora la iglesia está en este dilema. La salud de Francisco es crítica, según algunos comunicados, se encuentra estable y según otros o está en recuperación y atendiendo asuntos desde su cuarto de hospital.
La próxima semana inicia el miércoles de ceniza, el 5 de marzo. Si Francisco muere por estos días el Vaticano tiene todo previsto, pero como no sabemos cuándo ocurrirá, no vaya a ser la de malas y se reúnan su final con los días santos. También ignoramos cuántas horas, días, semanas o posiblemente meses les lleve a los cardenales nombrar un nuevo pontífice. El cónclave más corto fue en septiembre de 1503 con solo diez horas de duración en el cual se nombró a Julio II. El más largo, de casi tres años, los cardenales eligieron a Gregorio X después de 34 meses. Por tanto, es imposible darles un tiempo determinado para que el cónclave elija sucesor.
La ciencia médica ha evolucionado en grados superlativos. Es posible mantener viva a una persona por un largo periodo, pero las leyes de la naturaleza humana no pueden ser violadas indefinidamente.
El actual Sumo Pontífice firmó su renuncia en 2013, para que en caso de no poder llevar sobre sus hombros la pesada misión de su apostolado, se hiciera efectiva. Considero que en estos días debería hacerse válida. Es complicado también, pero sería una opción salomónica.
El papa tiene la responsabilidad de dirigir a más de 1400 millones de creyentes. Recuérdese que ya suma 88 años de edad. Edad avanzada, cierto, pero sume usted que su salud está deteriorada. No sabemos cuándo el señor lo llame a su reino, pero ya no puede con esa enorme piedra donde está edificada la cristiandad.
Por eso me he preguntado que entre tantas reformas que tiene pendiente el catolicismo, ¿por qué no establecer periodos papales? O bien, que sea el Vicario de Cristo hasta determinada edad.
Así como ocurrió con Juan Pablo II, los vaticanistas ofrecen hipótesis de quién dirigía realmente el papado cuando él se encontraba enfermo. Muy enfermo. Ahora es un tema análogo.
La Iglesia Católica, Apostólica y Romana es una institución sólida. Durante más de dos mil años ha soportado y superado crisis enormes.
El caso de Joseph Aloisius Ratzinger es aparte. Él se separó del cargo por motivos distintos a su estado físico. Fue papa emérito por casi una década. ¿Y qué sucedió con la Iglesia? Absolutamente nada negativo.
El papa Francisco ya cumplió con su misión. Posiblemente en sus borradores quedaron cambios en la Iglesia, pero ya no puede hacerlos realidad.
La modernidad debe llegar a la Santa Sede.
Evidentemente no le deseamos la muerte a nadie. Y menos aún a un personaje tan importante como Francisco. Pero es tiempo de vivir con integridad el siglo 21. No le dejemos todo a Dios.
Mi álter ego se pregunta ¿por qué los políticos tienen tanto miedo a las amenazas del Mayo Zambada? Quien nada debe, nada teme.