La acedia es una especie de apatía que experimenta la persona, consiste en pereza, flojera, amargura, angustia, desgano, cansancio o fatiga; afecta la vida psicológica y emocional de las personas. Las causas de aquella pueden ser múltiples, como las relaciones familiares, laborales, la falta de metas en la vida, la indisciplina, el abandono.
Santo Tomás de Aquino, sobre la acedia [1] (o acidia [2]) nos dice que es una tristeza molesta que deprime al hombre, desalienta el ánimo de aquel, nada de lo que hace le agrada, lleva cierto tedio en el obrar, es la indolencia por empezar lo bueno, siempre es mala y, a veces en sus efectos.
Una de las causas de la acedia es la fatiga de ser uno mismo, Aquilino Polaino[3] sobre este tópico nos dice que el avance tecnológico -en especial, en el ámbito de la informática y las telecomunicaciones- nos ha introducido y arrastrado a un nuevo escenario; a veces, esto demanda más esfuerzo de nuestras capacidades físicas y psicológicas, pues nos vemos obligados a aprender la nuevas tecnologías que si bien nos benefician profesional o laboralmente, también nos desgastan.
Esa fatiga resulta en ocasiones de hacer lo que no queremos, y lo que realmente queremos es lo que precisamente no hacemos, lo que deriva en un cansancio o hastío más allá de lo normal, que en ocasiones produce alteraciones físicas y psicológicas; como ves, empezamos a presenciar lo que se visualiza como un cierto desfondamiento de la vida personal, de tal modo que pareciera no poder mantenernos en pie por nuestras solas fuerzas.
El motivo en cierta forma es porque esto nos aleja de nuestras otras rutinas, de nuestra vida familiar, de los amigos, incluso del tiempo necesario que debemos darnos para atender nuestras diarias necesidades de descanso, de reflexión, en fin, de aquellas cosas que dan orden y sentido a nuestra vida ¿y qué pasa? Pues nada, que nuestra existencia se hace pesada, cansada, sin deseos de realizar alguna actividad.
Al respecto, Aquilino Polaino nos dice que persiste la fatiga psíquica, el cansancio se acrece, las ilusiones se extinguen, el horizonte vital se estrecha, la mente se repliega y atrinchera en ella misma desesperada por saber a qué atenerse para solucionar el problema. Y por si fuera poco, vienen las otras preocupaciones: la salud, el trabajo, los problemas económicos, que lamentablemente a veces no cesan.
Como ves la acedia puede llevarnos a la falta de motivación, a la desconexión social y emocional, dejamos de relacionarnos con los demás, de sentir el deseo de iniciar actividad alguna, debido al agotamiento emocional y físico, la gente que sufre de acedia prefiere estar sola, acostada durante el día sin realizar actividad alguna, posterga por falta de deseo la realización de sus actividades.
Si aún no estamos en una situación que requiera atención psicológica o psiquiátrica para solucionar este problema, se puede iniciar con la práctica de las virtudes, acuérdate que éstas son hábitos o disposiciones permanentes que nos mueven a obrar el bien y evitar el mal. En el caso de la acedia, sería la fortaleza, sobre la cual hemos comentado que es una virtud que fortifica nuestra voluntad en el bien obrar, ya para soportar graves males, ya para emprender obras difíciles, por aquella nos disponemos bien ante las dificultades.
En el ejercicio de las virtudes, es prudente practicar aquellas que fortalecen la voluntad dirigida al bien o fin, con el deseo de contrarrestar el desaliento. Sin olvidar que el centro de gravedad o esencia de la actuación de la voluntad está en la comprensión del bien o fin que te propongas, por tal motivo el deseo debe estar unido a la decisión de la razón.
Por último, no dejo de mencionar como lo refiere Tomás de Aquino: Es fundamental mantener una relación constante con Dios, ya que este es el verdadero fin último de la vida humana.
[1] S.T. VII. C. 35. a. 1
[2] https://dle.rae.es/aced%C3%ADa
[3] POLAINO, A. EN BUSCA DE LA AUTO ESTIMA PERDIDA. Editorial Desclée de Brouwer. España. Pág. 143-144.