Ciudad de México.- Al cerco de Trump responderá Claudia Sheinbaum con circo. Eso, puro circo, será el mitin del próximo domingo en el Zócalo; un amontonamiento de morenistas cuya acarreada costará una millonada y que no servirá para nada. El amarilloso mastodonte nos arrolla y nosotros contestamos con subdesarrollo. Los gringos saben bien que esas manifestaciones multitudinarias más que ser de apoyo son de a huevo, y aunque se diga que están presentes todas las fuerzas vivas del país -las muertas ya pa' qué- lo cierto es que en ese tinglado lo único que a los asistentes les importa es la torta. Cuando el ejército americano invadió a México en el 47 el presidente de la República pidió a los gobernadores de los estados su ayuda para hacer frente al conflicto. Unos enviaron tropas y armas; otros hicieron aportaciones en dinero. El gobernador de cierto estado del centro manifestó que las arcas de su entidad estaban horras, esto es decir vacías, y que no contaba con milicia alguna que pudiera combatir al enemigo, pero ofrecía sus oraciones y las de sus conciudadanos para pedir a Dios su apoyo en las batallas. Además ponía a disposición de la República un cañón que desgraciadamente estaba un poquito descompuesto, pues si se apuntaba hacia la izquierda disparaba hacia la derecha, y viceversa, y a veces la bala salía por atrás. Don Melchor Ocampo, hombre de genio e ingenio, agradeció a nombre de la Nación el ofrecimiento de oraciones hecho por el señor gobernador, aunque -dijo- quizá servirían de poco para frenar al ejército invasor. Seguramente Ocampo conocía los antiguos versos castellanos, un poco herejes pero que contienen una verdad palmaria: "Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos". Añadió don Melchor: "Y anote el señor secretario en el acta que el señor Gobernador ofrece aportar también la carabina de Ambrosio". Pues bien: eso, la carabina de Ambrosio, será el tal mitin en el conflicto que afrontamos con el amarillento pelafustán que ahora nos hace la guerra. Más que alardes que a nadie engañan ya, servirán en este trance la serenidad y paciencia que la propia Presidenta recomendó con sobra de prudencia y buen sentido. Ojalá en su mensaje del domingo proponga medidas viables y efectivas para tratar con el malévolo magnate, en vez de envolverse en la bandera e invocar patrioterismos que podrán servir para un torneo de oratoria, pero que en el caso que nos ocupa son también la carabina de Ambrosio. Sor Bette contestó el teléfono que sonó en la oficina del párroco. Preguntó una voz de hombre: "¿Está el nagualón?". La sor se molestó. "Cuide su lenguaje -amonestó al individuo-. No se refiera así al señor cura". "Está bien -aceptó la reprensión el que llamaba-. Le hablo para decirle que haré un donativo de un millón de pesos para las obras de la iglesia, pues ahí es donde rezaba mi santa madrecita". Dijo entonces sor Bette: "No vayas a colgar, carnal. Orita te comunico al ruco". La mamá de la recién casada le comentó: "Veo muy flaco a tu marido. ¿Qué come?". Respondió la chica: "Lo que lo tiene así no es la comida, mami. Es el postre". Las desdichas conyugales de Cucoldo no tienen final. Anoche sorprendió a su esposa en ilícito trance fornicario con un individuo que mostraba tener familiaridad con la señora, pues le decía "pechocha", "cochas lindas" y otras expresiones indicadoras de frecuente trato. Con explicable sentimiento le preguntó el ofendido cónyuge a la pecatriz: "¿Qué te hace este hombre que no te hago yo?". Con ejemplar laconismo replicó ella: "Me paga". FIN.

MIRADOR
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
El número uno me dijo:
-Soy el número uno.
Sin faltar a la verdad declaro que yo jamás he dicho ser el número uno. Incluso en mi casa siempre me he considerado el número dos. Y bien me va, pues fuera de mi casa soy el 752. Y eso nada más en mi calle. Le dije entonces al número uno:
-Es usted el número dos que esta mañana me ha dicho que es el número uno. Así las cosas, uno de ustedes debe ser el número dos.
-Yo no lo soy -respondió el que decía ser el número uno-. El otro número uno es el número dos.
Contesté:
-Seguramente el que usted dice que es el número dos dirá que el número dos es usted. Evitemos pleitos, y digamos que los dos son el uno y medio.
Ninguno de los dos aceptó esa conciliación. Desde entonces ha pasado mucho tiempo, y cada uno sigue sosteniendo ser el número uno. Soy incapaz de resolver el problema. Soy sólo el número 752.
¡Hasta mañana!...

MANGANITAS
Por AFA.
". Las denuncias por acoso sexual aumentan en número.".
Eso me parece mal.
Reprobable es ese acoso.
Pero igualmente oprobioso
es el ocaso sexual.