Conviví con un gran amigo, a quien solo llamaré “Fer”. Padecía diabetes, y sorprende que, aun con ello, trabajara tan intensamente. En varias ocasiones, le bajaba la glucosa por debajo de lo normal, perdiendo la conciencia. En una ocasión, al percibir “el bajón”, se arrastró muy débil hacia la alacena; al intentar alcanzar la azucarera, esta se quebró, y a puños ingirió el azúcar, salvando así su vida.
Varias veces le pasó lo mismo. Como una semana antes de su partida, lo soñé, aunque en ese momento no comprendí el mensaje. Estaba Fer en el centro de un terreno donde antes había una casa vieja, y le pregunté:
—¿Qué haces?
Me respondió:
—Me saqué la lotería y vamos a hacer una casa nueva.
Era muy servicial, amaba la vida; un hombre centrado y muy justo. Tenía varias habilidades. Estaban maquilando en su casa unas escaleras eléctricas para un centro religioso, en el cual una gran parte de la grey eran ancianos. Fui a su casa el siguiente lunes. Toqué, pero no abrió, aunque ahí estaba su camioneta. Como a la hora llegó José, quien le apoyaba en el proyecto de las escaleras. Le comenté:
—Ya le toqué al Fer, pero no abre.
Me contestó:
—Ahorita se aliviana.
Después de esperar otro rato, recordé el sueño y le dije:
—¿Sabes qué? Ya falleció.
—¿No, pero cómo?
—Sí —le respondí—, porque recordé el sueño.
Hicimos algo que no debimos hacer: en vez de llamar primero a la policía, pedimos permiso a la vecina para brincar una barda bajita. Dormía con la puerta abierta por el calor del verano; lo tocamos y estaba frío. Dejamos todo tal como estaba y salimos.
Después, alguien llamó a la policía. Llegó el Servicio Médico Forense (SEMEFO), nos hicieron firmar unas hojas y llamaron a sus familiares.
Ahora te lo relato de otra manera:
Cuando lo vi en el sueño, ahí, en medio de lo que fue una modesta choza de adobe ya derrumbada, y quedaba solo el terreno limpio y llano —que simboliza el espíritu humano—, sorprendido le dije:
—¿Qué haces?
Y me respondió:
—Me saqué la lotería y vamos a construir una casa nueva.
Después de buscarlo y no hallarlo, se apoderó de mí un sentimiento extraño: mezcla de tristeza, lejanía y soledad. Fue entonces que surcaron por mi mente las palabras paulinas:
“Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos.”
Su cuerpo era esa casa vieja y frágil, pues por años había afrontado con arrojo y valor a la madre de todas las enfermedades: la diabetes. Una historia de vida, ícono de millones de almas sufrientes que atraviesan el árido desierto de esta vida.
Estaba alistado en la guerra sin cuartel contra un formidable enemigo, al que todos los mortales sucumben tarde o temprano: ricos, pobres, sabios e indoctos. La implacable lucha era diaria, sin tregua, hasta que llegó el día en que apareció la carroza fúnebre y se llevó su lacerado y agotado cuerpo.
Entonces fui llevado por el polvoriento y solitario camino, para acompañar a los que se fueron y no volverán. Nos recuerdan, con elocuente mensaje, el sombrío valle que todos habremos de atravesar. Y aun ahí, la pregunta seguía flotando en el aire:
¿Qué es lo esencial, importante o trascendente?
Pues entre las frías lápidas hay corazones adoloridos, pero también zopilotes carroñeros en espera del botín: testamento, último deseo del infeliz. Porque “el muerto al pozo y el vivo al gozo”; pero el que se fue, sin reservas, les deja su legado: la fuerza de sus manos, ya que, a la frontera donde va, el dinero y los bienes no son aceptados como moneda de cambio.
Porque él, como tantos otros que se fueron, tenía su visado, maletas hechas, boleto pagado y todo en orden para emigrar a una nueva patria, porque se consideraban extranjeros y peregrinos en el mundo.
No atravesaría en solitario el oscuro valle de sombra y de muerte, sino bien acompañado por quien había prometido:
“Hoy estarás conmigo en el paraíso. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.”
“Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.”
Así Jesús: murió, fue sepultado y resucitó para nuestra justificación.
Para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Que en paz descanse mi Fer.
P.D. Con esta sencilla colaboración me despido por un tiempo, agradeciendo a mis tres lectores por leerme. Además, muchas gracias al señor editor y a todo el staff por su paciencia y gentileza.