Las redes sociales son
como nodrizas mentales
El paso de la infancia a la adolescencia es una etapa difícil por el despertar de una nueva identidad, el alboroto de las hormonas y el deseo de ser adultos o, al menos, creerse mayores de edad.
La atracción de otra persona, el sueño idealista de estar cerca de ese “alguien” que le empieza a alborotar el estómago y el pecho y, por supuesto, las pasiones, que son de las novedades de esa transición. Desde el bajo vientre hasta la cabeza es uno de los nuevos secretos de la adolescencia.
Y una de las trincheras favoritas es el dormitorio por la soledad y privacidad. En la era del máximo atontamiento de la televisión, uno de los mejores consejos era evitar un aparato televisor en el cuarto de los adolescentes porque lo convertirían en un distractor y seductor “non grato”. Por las imágenes televisivas, consideraban que entraban por los ojos y salían por la entrepierna.
Esos cuartos de adolescencia eran el escondite favorito de revistas XXXXX (5 equis) con modelos desprovistas de pudor y ropa que las convertían en la escuela y educación sexual.
Por lo general, el recurso para evitar todo eso era impedir que tuvieran un televisor en la habitación y las revistas eran difíciles de localizar por los múltiples escondites, pero nunca llegamos a imaginarnos que con el paso de los años, todo eso sería anquilosado e ineficaz: el arribo de internet anuló todo y la aparición de las redes sociales dieron al traste cualquier intento de los padres de familia por evitar un educación sexual por modelos de revista, por algunas películas atrevidas y cursis o por literatura erótica que siempre ha existido.
Las redes sociales han abierto un mundo insospechado para los propios adolescentes e internet es el consultor sexual disponible a cualquier hora e inclusive con la interacción virtual y de contactos para cualquier urgencia o aventura, lo que se intuye que la pornografía es la maestra, por excelencia, de la sexualidad juvenil porque es lo que abunda en las plataformas digitales.
Según la UNICEF[1] en su informe de Niños en el mundo digital, el 71% de los jóvenes de 15 a 24 años están en internet en comparación al 48% del resto de la población, lo que ha dado lugar a la llamada “cultura de dormitorio”, donde los adolescentes navegan en privado, sin supervisión de un adulto y exploran a su criterio aquellas cuestiones que les despiertan interés, incluida su sexualidad.
Los riesgos que corren, no por mojigatería o escándalo de los temas sexuales, sino por el riesgo oculto en las redes sociales, por donde circulan miles de depredadores sexuales, disfrazados de ovejas buscando víctimas.
Tanto la infancia como la adolescencia sufren acoso sexual, en su gran mayoría por familiares que los violan y luego esa conducta es reproducida después, lo que constituye un cadena de pedofilia escondida en muchas familias, por amenazas, vergüenza o por eludir consecuencias penales.
Pues ahora, esos dormitorios se han potencializado en los cuartos donde duermen con sus “inocentes” teléfonos celulares, que los acompañan toda la noche, mientras sus padres creen que están en dulces y reparadores sueños, sin imaginarse que el dispositivo que le compraron y pagan la mensualidad es el torbellino de pasiones y escuela sexual como nunca había existido: videos, fotos, conversaciones, sexting y por supuesto citas virtuales.
Si bien el concepto de cultura del dormitorio ya era mencionada desde antes de la aparición de internet, la han usado para describir que lo que hacen dentro de una habitación constituye una cultura por los comportamientos, pero ahora con la tecnología digital la han magnificado porque existen muchos recursos novedosos que aíslan más a las personas. Si antes el dormitorio del adolescente lo usaban para encerrarse e ignorar el mundo, ahora la tecnología lo mantiene más aislado socialmente y separado de la realidad porque tiene a su disposición recursos de entretenimiento y atención. Esa es una razón para pasar mucho tiempo en la habitación.
Una de las soluciones que varios educadores y psicólogos han insistido es que los dispositivos tecnológicos como televisores, computadoras o consolas de videojuegos deberían estar instalados en las áreas públicas de las casas, para evitar el monopolio o privatización de esos dispositivos.
Sin embargo, se ha dado otra combinación en la jerarquización de los espacios caseros dentro del concepto de cultura del dormitorio y la base principal fue la pantalla de la televisión que se fue abriendo espacio para que fuera accesible a toda la familia, haciendo a un lado a la cocina como punto de reunión familiar.
Hoy las camas pueden ser el espacio para la televisión, computadora, celular y hasta para comer mientras utilizan esos dispositivos. Los años de encierro por la pandemia y el home office crearon nuevas formas de convivencia en espacios de la vivienda, que antes eran sólo para llegar a descansar saliendo del trabajo.
A principios de este siglo apareció el libro “Bobos en el paraíso”, de David Brooks, en el que hace un análisis de los nuevos yuppies, un híbrido de la informalidad de los sesenta y la ambición de los ochenta.
El autor plantea que el amor al lujo es vulgar, mientras que la atención a la necesidad es elegante. Detalla además que para los bobos es virtuoso, por ejemplo, gastar muchísimo en el refrigerador o en el horno de la cocina, pero es vulgar gastar lo mismo en un superequipo de música o en un televisor de pantalla panorámica. La cocina, según Brooks, fue transformada en el año 2000, en el espacio aspiracional de la clase media alta, pero eso empezó a cambiar.
En ese libro, el autor clasifica los espacios de la casa que, según las décadas y en cada período de la historia, tuvieron su ambiente predilecto en respuesta a las nuevas conductas.
Y así, establece que en 1960 el comedor era el lugar más socorrido para estar viendo televisión y comiendo. La llegada de la televisión a la esfera familiar transformó este lugar en el preferido durante la cena para deleitarse con este nuevo aparato.
En 1970 fue el living o sala de estar. La vida social intramuros no tenía un espacio propio; aparece el living como un ambiente aspiracional de la época, aunque finalmente se usó poco.
El escritorio en 1980. El yuppismo o “joven ejecutivo” de alguna manera cambia al ámbito privado y surgen los "escritorios" u "oficinas" como ambiente personal en los hogares
En 1990, el cuarto de juegos tomará el centro de atención. El espacio de juegos para los chicos y de esparcimiento para algunos adultos tuvo su momento de gloria en los noventa; luego desapareció...
Al inicio del presente siglo, en 2000, fue la cocina. Nace en el segmento de la clase media alta la aspiración de mejorar su calidad de vida y este espacio, grande y bien decorado, se impone como muy cool.
Para el año 2010, el rey de la casa es el dormitorio. El uso constante de dispositivos tecnológicos en la cama transformó este ambiente en el predilecto para hacer casi todo lo necesario. En la cama despedimos el celular y en la cama le damos los buenos días al teléfono, a reserva de que a medianoche lo estamos revisando.
Pero la televisión fue hecha a un lado. Las redes sociales con el motor de internet se han apoderado de los dormitorios de los jóvenes. Y así, esas redes sociales hacen el papel de nodrizas mentales de los adolescentes encerrados en sus dormitorios.
Ahí está el secreto de los cuartos, en el encierro, en la soledad e intimidad con la tecnología de almohada, con las redes sociales como cobijas y con la gran desnudez mental y emocional.
[1] CIFUENTES, Nora (2025) La educación sexual en la era del clic, agencia EFE, 8 de noviembre de 2025, sección SOY, www.elsoldemexico.com.mx