Durante mucho tiempo se ha creído que los genes son un destino inevitable: ya que, si en tu ADN estaba escrito que ibas a tener cierta enfermedad o cierta condición, no había mucho que hacer al respecto. Pero la ciencia moderna nos ha demostrado que esto no es del todo cierto.
Hoy por hoy, sabemos que los genes pueden “escuchar” y reaccionar a lo que hacemos. A este fenómeno se le llama epigenética, una rama de la biología que estudia como los hábitos, el ambiente y el estilo de vida pueden modificar la forma en que se expresan nuestros genes, sin alterar su estructura. En otras palabras, la epigenética no cambia lo que está escrito en el ADN, pero si cambia cómo se lee.
Y entre todos los factores que influyen en este proceso, el ejercicio físico es uno de los más poderosos.
Cada vez que un apersona se mueve, dentro de sus células ocurre mucho más que un simple gasto de energía. El ejercicio activa una serie de reacciones químicas que dejan pequeñas marcas sobre el ADN, conocidas como modificaciones epigenéticas. Estas marcas funcionan como si fueran interruptores que pueden “encender” genes beneficiosos, por ejemplo, los que ayudan a regular la glucosa (azúcar) en sangre o reducir la inflamación, o bien, “apagar” genes que favorecen el desarrollo de enfermedades crónico degenerativas, como, por ejemplo, hipertensión y diabetes.
Un investigador, Carl Johan sundberg, demostró que incluso una sola sesión de entrenamiento intenso puede generar estos cambios. En su estudio, de 20 minutos de pedaleo vigoroso bastaron para activar genes del musculo relacionados con el uso de grasas y control de la glucosa (sundberg et al., 2012).
Otros estudios, como el de Juleen Zierath, han mostrado que el hacer ejercicio de manera constante durante meses, puede reprogramar los genes que protegen el metabolismo y, al mismo tiempo, disminuir la actividad que aquellos que contribuyen a la inflamación o la resistencia a la insulina.
Entonces, sabemos que el ejercicio no solo nos ayuda a vernos bien, incrementar nuestra fuerza y fortalecer nuestros músculos, si no que su efecto llega a más que eso. También se han encontrado beneficios en el tejido adiposo, donde ayuda a regular el almacenamiento de grasa, y en el hígado, lo cual mejora la forma de procesar la glucosa. En el cerebro, la actividad física estimula la producción de factores neurotróficos, que fortalecen las neuronas y mejoran la memoria, el estado de ánimo y la capacidad de aprendizaje (Fernandes et al., 2021).
Y lo más sorprendente, algunas de estas modificaciones epigenéticas podrían incluso transmitirse a los hijos. Un estudio del Baylor collage of medicine, encontró que los descendientes de padres físicamente activos, demostraron tener una mayor activación de genes metabólicos y un menor riesgo de obesidad (Nature Metabolism, 2021).
Por concluido, observamos que la epigenética a cambiado la manera en que entendemos la relación entre cuerpo, genes y estilo de vida. Hoy sabemos que el ejercicio no solo moldea los músculos o mejora la resistencia: también modifica la forma en que nuestro ADN se comporta, ayudando a prevenir enfermedades, mejorar el metabolismo y fortalecer el cerebro.
“Cada paso, cada pedaleo y cada respiración intensa son una orden que el cuerpo entiende”
- Carl Johan sundberg
En pocas palabras: cada vez que te mueves, estas reescribiendo tu salud desde tus genes o la de tus futuras generaciones.