La invasión rusa a Ucrania no es solo una pugna territorial. Es una batalla estructural entre dos formas de entender el desarrollo, la legitimidad y el poder. Desde 2014, y con mayor crudeza desde 2022, el conflicto ha sido analizado desde múltiples ángulos. Pero hay una dimensión clave que permanece en segundo plano: la económica estructural. Lester Thurow, en La guerra del siglo XXI, anticipó que los conflictos del nuevo siglo se definirían por la capacidad de los países para invertir en capital humano, tecnología y legitimidad institucional. Desde esa perspectiva, la guerra en Ucrania no es solo una invasión. Es una confrontación entre modelos de desarrollo. La violencia bélica refleja una debilidad estructural, y la verdadera batalla se libra en el terreno de la innovación, la educación y la construcción de instituciones resilientes.
El marco Thurow: competir sin disparar. Thurow plantea que el liderazgo global se definirá por la capacidad de competir en una economía del conocimiento. La guerra moderna será silenciosa, librada entre bloques que buscan dominar sectores estratégicos como tecnología, educación e infraestructura. Los países que inviertan en capital humano y cohesión institucional prevalecerán. Los que se aferren a modelos autoritarios o militarizados quedarán rezagados. En ese marco, Rusia aparece como una potencia en declive que recurre a la guerra convencional para frenar el avance de un modelo alternativo que amenaza su hegemonía regional.
Rusia: músculo militar, debilidad estructural. Desde la óptica de Thurow, Rusia encarna un desequilibrio profundo. A pesar de su territorio y recursos, ha fallado en construir una economía competitiva basada en innovación y legitimidad. En lugar de invertir en educación técnica y diversificación productiva, ha privilegiado el gasto militar y el control energético. El gasto en investigación y desarrollo se mantiene por debajo del 1% del PIB. La fuga de talento es constante. Los índices de gobernanza muestran deterioro, lo que limita la atracción de inversión y la capacidad de generar innovación. Thurow habría interpretado esta situación como una debilidad estructural. El uso de la fuerza militar no es una muestra de poder, sino una reacción ante la pérdida de competitividad sistémica. Además, el modelo económico ruso depende de la exportación de hidrocarburos, lo que lo hace vulnerable a sanciones y a las fluctuaciones del mercado. Sin una base productiva diversificada y sin legitimidad institucional, ningún país puede sostener su liderazgo en el siglo XXI.
Ucrania: frontera entre dos sistemas. Ucrania representa una frontera simbólica entre dos modelos de desarrollo. Por un lado, el modelo autoritario y extractivo de Rusia. Por otro, el modelo occidental, que apuesta por la integración económica y la institucionalidad democrática. Desde 2014, tras la anexión de Crimea, Ucrania ha emprendido reformas para fortalecer su institucionalidad y acercarse a la Unión Europea. Aunque el camino ha sido accidentado, el país ha mostrado voluntad de alinearse con un modelo más competitivo y legítimo.
Thurow habría visto en Ucrania un caso de transición estructural. En su visión, los países que construyen instituciones legítimas e invierten en educación técnica pueden sostener su desarrollo. Ucrania, al buscar integrarse a ese sistema, se convierte en una amenaza para el modelo ruso, no por su poder militar, sino por su capacidad de ofrecer una alternativa estructural en el espacio postsoviético.
La guerra no es solo una invasión territorial. Es una batalla por el modelo de desarrollo que prevalecerá en Eurasia. Si Ucrania consolida sus reformas, será ejemplo de que el desarrollo estructural es posible incluso en contextos de alta vulnerabilidad.
Occidente: ¿defensa geopolítica o defensa de principios? El apoyo de Occidente a Ucrania ---financiero, militar, diplomático--- no puede entenderse únicamente como reacción geopolítica. También sería, en la perspectiva de Thurow, una defensa del modelo económico que ha sostenido el liderazgo global: economías abiertas, inversión en capital humano, respeto a las reglas multilaterales. La guerra en Ucrania pone a prueba la resiliencia de ese modelo. Si Ucrania resiste y consolida sus reformas, se convierte en un ejemplo de viabilidad estructural. Si fracasa, se fortalece la narrativa de que el autoritarismo sigue siendo una herramienta legítima. Thurow habría advertido que el liderazgo económico no se sostiene sin legitimidad institucional. El conflicto en Ucrania es también una prueba para Europa y Estados Unidos: ¿pueden sostener su modelo frente a desafíos autoritarios sin caer en el cortoplacismo? Además, la respuesta occidental ha implicado una reconfiguración de cadenas de suministro, una aceleración de la transición energética y una redefinición de alianzas estratégicas. Estos procesos, aunque impulsados por la guerra, responden a dinámicas estructurales que Thurow ya anticipaba: adaptarse a un entorno global cambiante, donde la competitividad depende de la capacidad de innovar y cooperar.
Indicadores que no disparan, pero definen. Rusia y Ucrania enfrentan desafíos estructurales. Rusia mantiene bajos niveles de gasto en educación y gobernanza. Ucrania, aunque con desigualdad, ha incrementado su inversión en formación técnica y ha mejorado sus índices institucionales. Thurow habría interpretado estos datos como señales de una guerra estructural en curso, donde el capital humano y la legitimidad institucional son las verdaderas armas. La disputa no se define por soldados ni por territorios, sino por la capacidad de cada país para construir un sistema económico sostenible y competitivo. El conflicto ruso-ucraniano se convierte en un laboratorio de transición, donde se pone a prueba la viabilidad de los principios que sostienen el desarrollo en el siglo XXI.
La guerra que no se ve. La guerra entre Rusia y Ucrania no puede reducirse a una pugna geopolítica. Desde la perspectiva de Lester Thurow, se trataría de una expresión profunda de la guerra económica del siglo XXI: una batalla por el modelo de desarrollo que definirá el futuro de Eurasia y del orden global. Rusia, al recurrir a la fuerza militar, revela su incapacidad para competir en los terrenos que realmente importan. Ucrania, al resistir y reformarse, se convierte en un laboratorio de transición estructural. Occidente, al apoyar ese proceso, defiende no solo una frontera política, sino una visión de desarrollo basada en reglas, cooperación y capital humano. Thurow nos invita a mirar más allá de los tanques y los misiles. La verdadera guerra del siglo XXI se libra en las aulas, los laboratorios, los parlamentos y las instituciones. Y su desenlace dependerá de quién logre construir un modelo económico legítimo, resiliente y competitivo.
Opinión
Miércoles 03 Sep 2025, 06:30
La guerra que no se ve: Ucrania, Rusia y el modelo de desarrollo en disputa
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Armando Sepúlveda Sáenz
