La inteligencia artificial ha dejado ya de ser un asunto solo de la ciencia ficción para convertirse en uno de los temas centrales de nuestros tiempos. Ya sea en el derecho, en la educación, en la medicina y ahora también en la política, los modelos de IA aparecen ahora con la promesa de perfeccionar procesos que para los humanos nos resulta aún difícil de resolver. Sin embargo, ante el avance de la tecnología persiste un miedo el cual se acrecienta entre quienes conocen del tema y parte de la deshumanización de lo poco que queda de la política en nuestro país. Y es que la pregunta resulta inevitable: ¿qué lugar debe tener la IA en la política mexicana?
Los hechos recientes hablan por sí mismos. El vergonzoso espectáculo protagonizado por Alejandro Moreno y Fernández Noroña da muestra una vez más cómo el debate político en México se degrada en gritos, descalificaciones y golpes de pecho, que son más propios de un ring de box que de un parlamento. Un espacio donde se espera que la razón impere sobre los impulsos; donde debe brillar el argumento y no el berrinche, son escenarios donde la IA se abre paso como una posibilidad tentadora para eliminar la irracionalidad, el ego y las emociones sin control, dejando que los cálculos y procesos algorítmicos sean quienes fijen el rumbo de la nación.
Esta idea no es un mero capricho o u intento por generar controversias, surgen de ideas y discusiones de personajes que visualizan la IA como un espejo de nuestras propias limitaciones, tal como lo afirma Thomas Metzinger: “la IA, no siente, no ofende, no busca protagonismo, es un instrumento diseñado para ejecutar procesos con precisión matemática, y su mayor virtud es no tener emociones que empañen el juicio”. La política del futuro tiene que integrar a la IA no como un sustituto, sino como un exoesqueleto del gobernante: una armadura invisible que lo proteja de la tentación de la mentira, la corrupción y la improvisación. Aterrizando este pensamiento a nuestro Estado, al igual que en Ciudad Juárez donde la política vuelve a convertirse en un cumulo de pleitos partidistas carentes de un rigor argumentativo sólido, pero eso sí, plagados de un tautológico y agotado discurso que evidencia aún más la necesidad de modelo distinto de gobierno.
Sin embargo, no todo es optimismo. Porque, aunque la IA puede ser un aliado estratégico, también puede convertirse en un sustituto indeseable. Y allí radica la trampa: si bien es cierto que la IA no sustituye (aún) los procesos cognitivos más complejos del ser humano, sí puede desplazar las responsabilidades políticas hacia un terreno donde nadie rinde cuentas. "No fue mi error, fue del algoritmo" podría ser la nueva excusa de los gobernantes para encubrir sus fracasos. La transparencia, en ese sentido, podría transformarse en una nueva opacidad: la de los sistemas cerrados, inaccesibles para la mayoría, incomprensibles para los ciudadanos.
El dilema, entonces, no es si debemos usar IA en la política, sino cómo debemos implementarla. Integrarla como un apoyo, como una herramienta de consulta y perfeccionamiento, podría ayudar a dignificar la toma de decisiones. Pero delegar en ella la responsabilidad de gobernar sería, en el mejor de los casos, una renuncia; y en el peor, un suicidio democrático. Tristemente, aunque me considero un promotor del uso de la IA en el caos de la política, esta no puede reducirse a cálculos probabilísticos porque la vida humana no se reduce a números. Gobernar también implica empatía, historia, memoria y dolor un elemento meramente humano. Ninguna IA, ha logrado por más avanzada que sea comprender lo que significa perder un hijo por la violencia, pasar hambre, o ser víctima de algún delito seguimos necesitando al humano para tratar esas fibras sensibles de nuestra condición como seres sociales.
La IA debe ser entendida como una prótesis cognitiva, una herramienta de apoyo que amplifique la capacidad de decidir con base en datos, pero que nunca suplante la responsabilidad ética y moral del político. Porque si algo nos recuerda la historia es que el poder sin control, aunque venga disfrazado de tecnología, siempre termina corrompiendo. Si la IA puede ayudar a corregir el rumbo, bienvenida. Pero nunca olvidemos que la democracia no puede ponerse en piloto automático: necesita de seres humanos dispuestos a pensar, a sentir y, sobre todo, a responder por sus decisiones.