Nuestra historia comienza el 25 de marzo —hace apenas unas semanas, pero de algún modo ya se desvanece en la niebla de nuestro eterno presente— con OpenAI lanzando una nueva versión de ChatGPT. En comparación con las versiones anteriores, esta era sorprendentemente buena para generar imágenes digitales novedosas: los usuarios podían decirle lo que querían ver, y voilà, aparecía una imagen. Y resultó que lo que mucha gente quería ver eran fotografías reales transformadas para que parecieran fotogramas de las películas de animación de la compañía japonesa Studio Ghibli.

Estas películas tan queridas —especialmente las dirigidas por Hayao Miyazaki— evocan la maravilla y la inocencia de la infancia, pero también las fuerzas que erosionan esa inocencia: la mortalidad, la historia, la codicia, la arrogancia. Son producto de un proceso de animación laborioso y en gran medida hecho a mano; no hay nada que se les parezca. No es de extrañar que a la gente le entusiasmara la posibilidad de hacer casi instantáneamente que cualquier cosa se pareciera a una película de Ghibli, con esa inconfundible aura de calidez acogedora pero sofisticada. Pero la ghiblificación de ChatGPT estableció lo que seguramente fue un nuevo récord de velocidad para la aparición de un formato de meme: a las 24 horas del nuevo lanzamiento, generar imágenes tipo Ghibli se había convertido en la forma en que la gente demostraba su dominio de los cambiantes códigos de internet.

El día 25 por la tarde, un ingeniero llamado Grant Slatton acumuló decenas de miles de “me gusta” en X tras publicar una fotografía ghiblificada de él, su mujer y su corgi en una playa. Pronto la gente empezó a publicar no solo fotos familiares, sino imágenes de las noticias y de la historia: un Donald Trump ghiblificado; un Jeffrey Epstein ghiblificado; aviones ghiblificados estrellándose contra torres gemelas ghiblificadas; un asesinato ghiblificado de George Floyd. Empezaron a ghiblificar memes viejos: “novio distraído” ghiblificado, “Bernie Sanders en la toma de posesión de Trump” ghiblificado, “Ben Affleck apesadumbrado, fumando un cigarro” ghiblificado. Al refrescar las redes sociales, uno podía observar en tiempo real cómo la cultura de internet rebuscaba en su despensa llena de telarañas, echándolo todo a su nuevo juego. Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, afirmó que un millón de usuarios nuevos de ChatGPT se registraron en una sola hora el 31 de marzo y que las peticiones relacionadas con Ghibli estaban “fundiendo” los procesadores gráficos de la empresa.

Si las fotos de Abu Ghraib se filtraran hoy, es posible imaginar que la Casa Blanca las compartiría con aprobación.

Los odiadores como yo nos sentimos obligados a señalar que esta ghiblificación parecía basarse en que ChatGPT se había alimentado de películas de Ghibli como entrenamiento, sin pedir permiso ni ofrecer compensación alguna. (Todo lo que OpenAI ha dicho al respecto es que el nuevo modelo se entrenó con “imágenes que reflejan una gran variedad de estilos de imagen”). Estas películas son historias minuciosamente construidas sobre la irreductibilidad del espíritu humano y la frágil belleza de la naturaleza. Las imágenes ghiblificadas son otra cosa, algo que no estaría fuera de lugar en una película de Miyazaki: un enjambre de imitaciones baratas que se alimentan de forma parasitaria de la esencia de las originales, producidas por una tecnología tan voraz en su consumo de energía que plantas de carbón que estaban a punto de cerrar se han mantenido abiertas solo para mantenerla en funcionamiento. Pero señalar esto podía sonar aguafiestas: solo eran memes, ¿no?

Para el 27 de marzo, el meme había llegado a la Casa Blanca, o al menos a su cuenta oficial en X, donde un comunicado de prensa sobre la deportación prevista de una mujer dominicana —una traficante de fentanilo condenada— iba acompañado de una imagen ghiblificada de esta mujer llorando encadenada.

Históricamente, la presencia de un meme en los feeds de políticos o grandes empresas ha sido una señal fiable de que se está quedando obsoleto. Sin embargo, el presidente Donald Trump ha inaugurado una nueva relación entre la política y la cultura de internet. Durante al menos una década, sus feeds, y los de quienes lo rodean, se han sentido a menudo como portales conectados directamente a las cloacas en línea donde los nuevos memes tóxicos evolucionan. (Las mismas cloacas en las que, tras el 25 de marzo, la gente empezó rápidamente a compartir Hitlers ghiblificados y caricaturas antisemitas ghiblificadas). Trump y su gente de las redes sociales, como cualquier creador de contenidos que busque rampas de acceso a la máxima viralidad, han estado dispuestos a publicar o compartir casi cualquier cosa: memes anti-Clinton de tableros de mensajes de nacionalistas blancos, un clip de lucha libre de Trump dándole una paliza a la “CNN”, diferentes guiños a QAnon. Los temas son variados, pero todos los memes comparten un mismo mensaje: ¡Mira lo que no tenemos miedo de hacer!

En los últimos meses, esta parte de la presidencia de Trump —su estrategia de contenidos, por así decirlo— ha dado un giro especialmente oscuro. Trump fue reelegido gracias en parte a su promesa de liderar una ofensiva contra los migrantes indocumentados. Pero la prometida oleada de deportaciones masivas aún no se ha materializado; de hecho, aunque los arrestos y detenciones han aumentado este año con respecto al último año de mandato de Joe Biden, las deportaciones se han quedado rezagadas con respecto al año pasado y están muy por debajo de las cifras de Barack Obama. A falta de un aumento de las deportaciones reales, el gobierno parece haber buscado un aumento de los espectáculos de deportación: imágenes que celebran la expulsión de personas del país con un regocijo visceral expresado en los lenguajes nativos de la cultura de internet.

Estaba el video, publicado en la cuenta X de la Casa Blanca, de deportados siendo encadenados y cargados en aviones, y etiquetado jocosamente como deportación “ASMR”. Estaba el clip de deportaciones acompañado de la canción “Closing Time” de Semisonic. Estaba la imagen de Trump saludando desde una ventana de comida para llevar de McDonald’s, colocada como un meme sobre un anuncio de Seguridad Nacional, de tal manera que el presidente parecía estar despidiéndose alegremente de la profesora de la Universidad de Brown deportada, Rasha Alawieh. Quizá lo más llamativo fue el video de Kristie Noem, secretaria de Seguridad Nacional, hablando ante una celda de una prisión salvadoreña atestada de reclusos afeitados, advirtiendo a los migrantes que ellos también podrían ser enviados allí. En miniatura, este video no se distinguía mucho de los elaborados concursos virales publicados por gente como Beast (ver “Sobreviví 50 horas en una prisión de máxima seguridad” o “100 gemelos idénticos luchan por 250.000 dólares”).

No hace mucho, el gobierno de Estados Unidos intentaba, por defecto, distanciarse de imágenes como estas; a menudo, como en el caso de las imágenes de tortura posteriores al 11-S, el gobierno las suprimía o destruía activamente. El gobierno de Trump las publica a propósito, argumentando implícitamente que su contenido es motivo de orgullo y diversión. (Si las fotos de Abu Ghraib se filtraran hoy, es posible imaginar que la Casa Blanca las compartiría con aprobación). Deja a un lado cualquier sutileza o simulación de moderación y nos ofrece un burdo regodeo, asignando a Trump el papel de despiadado y entusiasta deportador en jefe, independientemente de cuáles sean las cifras reales. El 6 de abril, la Casa Blanca publicó otro meme ghiblificado, este emparejando una caricatura de JD Vance con una cita suya sobre no dejar que la “extrema izquierda” influya en la política de deportación.

Este gobierno no es el único que intenta jugar al más reciente juego de memes. El primer ministro de India, Narendra Modi, figura destacada de la extrema derecha mundial (y gran aficionado a la IA), publicó un autorretrato ghiblificado; Sam Altman lo compartió. El ejército israelí, que ha utilizado la IA para planificar sus ataques contra Gaza, publicó imágenes ghiblificadas de su personal; la embajada israelí en India publicó imágenes ghiblificadas de Modi y Benjamín Netanyahu juntos. Del mismo modo que la ghiblificación por IA permite darle a cualquier imagen el aire deseado con facilidad, los memes políticos son una forma de cultivar un estado de ánimo en línea desafiantemente jubiloso sin relación fija con la realidad.

O al menos son una forma de intentarlo. ¿Será capaz Trump de hacer memes para superar la caída de los mercados, el aumento de los costos o la escasez de productos? Puede que lo averigüemos. Como dijo el subdirector de comunicaciones de la Casa Blanca, Kaelan Dorr, en X, en respuesta a las críticas a la imagen de la deportación ghiblificada: “Las detenciones continuarán. Los memes continuarán”.