CDMX.- Históricamente, en México (y otras partes del mundo) los cambios de estrategia económica suceden hasta que nos vemos forzados a hacerlos. Las más de las veces se conocen con anterioridad los riesgos de no adaptar o modificar el estatus quo.
Muchos ya habíamos escrito de la necesidad de que nuestra modesta tasa de crecimiento dejara de descansar en demasía de las exportaciones (que han sido el motor) hacia Estados Unidos (EU). Se había discutido hasta la saciedad que era necesario fortalecer el mercado interno, promover mayor inversión privada y pública, mejorar la educación y la salud de la población, impulsar la innovación tecnológica, entre otras recomendaciones.
Esto es lo que nos permitiría, en turno, no solamente diversificar el destino de nuestras ventas internacionales, sino alcanzar una tasa de crecimiento económico sostenida y acorde a nuestro potencial. No lo hicimos, a pesar de la advertencia en 2017 cuando Trump se convirtió por vez primera en Presidente de EU. Una vez renegociado el Tratado de Libre Comercio (TMEC), nuevamente nos volvimos colocar en nuestra zona de confort. El ex Presidente AMLO, que tuvo el capital político para cambiar la estructura y colocarla en una senda ascendente, por algún motivo, no tuvo el interés.
Con el nuevo periodo de Trump, durante las últimas semanas el chantaje ha estado a punto de hacerse realidad, al amenazar un día sí y otro también con aplicar aranceles de 25 por ciento a los productos mexicanos que ingresen a su país. No obstante, desde su triunfo, el discurso y las acciones trumpianas han generado una incertidumbre importante sobre la economía mexicana. De aplicar los aranceles el 2 de abril y de permanecer éstos más de un trimestre, se avizora una recesión económica en nuestro País. Si eso sucediera, de facto, se rompería unilateralmente el TMEC.
Más allá de esto, cuando Trump se haya ido, la pregunta es ¿volveríamos a nuestra zona de confort y a crecer al eterno y mediocre 2 por ciento anual? O, alternativamente, deberíamos reflexionar de cómo replantearnos la estrategia económica a seguir para, primero, crecer más y de manera inclusiva; y, dos, para depender menos de las exportaciones a EU.
Como un primer paso, se debe partir de un buen diagnóstico. Contra lo que se cree, nuestras falencias no han sido identificadas acertadamente.
El gran reto de la economía mexicana es elevar drásticamente la productividad observada durante los últimos 40 años, porque es incluso negativa. Esta es la razón por la que no crecemos lo suficiente. Y esto es así en gran parte porque coexisten dos economías: una formal y una informal. La amenaza de los aranceles recae sobre la primera, que es la que medianamente genera el modesto crecimiento. La segunda, es altamente improductiva.
Y como si se tratara de dos mundos separados, los gobiernos han atendido de manera diferenciada a esas dos economías (formal e informal), en lugar de armar una estrategia para integrarlos de forma tal que la productividad finalmente se detone, y con ello, la prosperidad compartida por la vía de generación de empleos productivos.
Para muestra un botón, el Plan México delinea estrategias muy enfocadas al México formal. Nada se dice del informal. A este otro, como en los últimos 40 años, se le ha tratado con programas sociales. Desde mi perspectiva lo que debemos hacer es integrar estos dos. Pareciera que son dos países para nuestros distintos gobiernos.
Pero esto no pasa por el típico cliché de "abatir la informalidad" presente en todo Plan Nacional de Desarrollo. Para tratarla primero hay que entenderla. Esta tiene su origen en la incapacidad de la economía mexicana desde mediados de la década de los 1970s para crear los empleos productivos necesarios año con año.
La historia demográfica es el área que nos permite medianamente dotar con una explicación razonable. Las tasas de fertilidad de la época de "baby boomers" entre 1945 y 1975 pasaron factura a la economía en los 1980s, cuando se creía que el modelo desarrollista era eterno, y no resultó así.
A partir de esas fechas no se ha creado anualmente el millón de empleos anual necesarios para absorber a ese millón de jóvenes que se incorporan año con año a la fuerza laboral.
No lo hemos entendido, la solución a la informalidad no pasa por "programas de primer empleo", "exenciones de contribuciones en el primer año de empleo", y un largo etcétera.
Necesitamos un nuevo enfoque. Un primer paso es la introducción de una verdadera Seguridad Social Universal (SSU). Esta tiene que financiarse con impuestos dada la dualidad de la economía. Los cálculos los hicimos (con mis colegas Antón y Levy) en 2012, pero los actualizamos para 2018. Con base en nuestras estimaciones, con una reforma fiscal apropiada, ello es posible. Esto haría que cualquier mexicano tuviera acceso a la salud con la calidad del IMSS, y no tuviera que clasificarse a las personas (entre formal o informal). Esto permitiría, pues, la integración inicial de ambos.
Pero, reitero, se requiere primero que todos entendamos lo mismo por ese concepto de SSU. Hay mucho manoseo, tiene que decirse, del término desde hace décadas. Acá hablamos de lo mínimo:
1.- Acceso a salud de calidad y homogénea y de calidad a toda la población de manera universal, con financiamiento de impuestos. El servicio debe ser equivalente independiente a la condición laboral, por el simple hecho de ser mexicano.
2.- De una pensión universal "digna" de 1 o 1.5 salarios mínimos para mayores de 65 años, sin que ello impida la coexistencia con sistemas de pensión particulares.
3.- De una política de vivienda orientada al financiamiento de la misma, sin que ello signifique abandonar la planeación urbana ordenada y con visión social.
Un segundo paso, que va asociado con el primero, es reconocer la informalidad en todas sus dimensiones, y más bien reordenarla. Acá un enfoque integral, pero con intervención de las localidades es importante. La construcción de comunidades y sus arreglos con obligaciones y derechos (es decir, con reciprocidad) se da desde abajo, es decir desde las localidades.
Como dije arriba, la mayor parte de la informalidad tiene su origen en la incapacidad de la economía de crear empleos productivos. En la medida en que los empleos productivos se creen, y con una política salarial y laboral digna, y no distorsionante, la informalidad irá cediendo en el largo plazo, a la vez de contar ya con una seguridad social universal. Llevamos con el problema más de 5 décadas. Resolverlo, puede tardar otras tantas con los instrumentos adecuados.
Ahora bien, ¿cómo impulsar la economía mexicana para que ofrezca empleos productivos? La respuesta es siempre la misma. Un elemento que es consenso y que siempre aparece en cualquier programa de Gobierno es el estribillo de "aumentar la inversión" (el Plan México hace mucho énfasis nuevamente en esto).
En efecto, se sabe que México tiene un nivel de inversión insuficiente -pública y privada- para detonar el crecimiento. Esto siempre se toma como uno de los principales obstáculos en el diagnóstico, y como punto de partida, pero no se menciona nunca la causa de la baja inversión. Un plan en realidad debería empezar por preguntarse ¿qué es lo que causa que México invierta poco?
Esto puede obedecer a un buen número de factores como, por ejemplo, que no hay certeza jurídica (desde antes de la reforma judicial y después de esta tal vez menos); que los derechos de propiedad no se respetan debidamente (hoy en la CDMX hay frecuentes amagos desafortunados a este respecto); que no hay la infraestructura de calidad para la producción; o bien, que la mano de obra calificada empieza a escasear, entre muchas otras.
En suma, sabemos que hay que incrementar la inversión, que hay que construir infraestructura productiva (agua, transportación y energía), que hay que aprovechar el "nearshoring", que hay que construir parques industriales, etc. Eso está bien, independientemente que, en mi opinión, el estado carece de recursos presupuestarios para la inmensa parte que le toca de esos factores, dado que es receloso de la participación privada. La viabilidad financiera de estas acciones la cuestiono. En adición, todas estas acciones van dirigidas al México formal y, lo que es más, a perpetuar nuestra dependencia con EU (¿no es el nearshoring, por definición, aprovechar más la cercanía con los EU?).
Sin embargo, la verdadera pregunta es ¿esto resuelve las causales de por qué nunca hemos sobrepasado el 25 por ciento del PIB en inversión y por qué nuestra productividad es negativa? El estado de derecho en México estaba mal, es cierto, y esto explica en parte por que no se invertía más.
Con la nueva reforma judicial, ¿se resuelve este problema, que es una de las raíces de la baja inversión? Los empresarios (o más bien sus representantes en las Cámaras) pueden ir a los mítines, hacer promesas de inversión, pero las decisiones de inversión se toman en los Consejos de Administración, que analizan y evalúan todos los posibles riesgos que puede conllevar su decisión.
Reitero, la relación con EU ha sido un factor "salvavidas", y tiene su importancia, pero no es suficiente. México no ha hecho su tarea complementaria para potenciar la relación con EU. La economía ha descansado sobre ese tratado, pero hay tareas que competen a nuestro país hacer para potenciarlo, y para disminuir la dependencia del mismo. Se debe reflexionar al respecto para que, cuando Trump se haya ido, tengamos verdaderos Plan A, B y C. Roma no se hizo en un día.