No sólo las advertencias y amenazas de Donald Trump de meter sus narices en los asuntos mexicanos es lo único que está en el escenario político internacional: ahora también las autoridades canadienses están cuestionando la permanencia de México en el T-MEC.

Ambos asuntos están puestos en la mesa de análisis de la cancillería mexicana y no son temas menores: estamos hablando de la sociedad comercial, de exportaciones e importaciones que ofrecen a las tres naciones blindajes de seguridad en sus ingresos por el tratado internacional.

Pero dos puntos fundamentales están generando más ruido del normal. Uno, que el presidente electo del país más poderoso, Donald Trump, dice estar dispuesto a doblegar a México en el tema del intercambio comercial, pues al gobierno entrante no le agrada, en absoluto, que los mexicanos hayan abierto las inversiones chinas.

Dos, que Canadá cuestione desde ahora la posibilidad de permanencia de México en el Tratado Internacional México-Estados Unidos-Canadá, lo que se inclina hacia una renegociación que no le va a ser muy benéfica a nuestra nación.

Independientemente de estos dos temas torales para el futuro inmediato de México, está la advertencia de Trump de inmiscuirse directamente en el aspecto de la seguridad y del combate al narcotráfico.

Para nadie es un secreto que, históricamente, Estados Unidos mantiene sus líneas de inteligencia en territorio mexicano, con o sin el permiso del gobierno; desde el escandaloso caso del asesinato de Enrique “Kiki” Camarena, en febrero de 1985, nadie duda que las agencias federales norteamericanas tienen toda la información del negocio del narcotráfico.

Camarena Salazar, infiltrado en el entonces poderoso Cártel de Guadalajara, fue el artífice para describir el mayor sembradío de mariguana en México, ubicado en el tristemente recordado Rancho Búfalo, en Chihuahua, que operó Rafael Caro Quintero y donde tenía “trabajando”, en calidad de esclavitud, a 3 mil jornaleros, entre hombres, mujeres y hasta niños.

En ese 1984, más de 450 soldados mexicanos, apoyados con artillería pesada, helicópteros y la colaboración de las redes de inteligencia norteamericana, destruyeron el sembradío de más de mil hectáreas, cuya producción estaba valuada en cerca de ocho mil millones de dólares.

Fue la segunda operación antidrogas más grande e importante hecha por la DEA, pues unos meses antes, en la selva de Colombia, se incautaron 13.8 toneladas métricas de cocaína, propiedad de Pablo Escobar Gaviria, el zar del narcotráfico, al que le destruyeron en ese momento los laboratorios “Tranquilandia”, la más importante incautación de instalaciones de elaboración de drogas.

Con el golpe a Búfalo, que fue el inicio de la persecución y muerte del agente de la DEA, Enrique Camarena, cayeron decenas de importantes capos mexicanos y el declive de los grupos de Colombia y varias partes de Estados Unidos.

Y desde entonces, a la fecha, la incursión de las redes de inteligencia norteamericana han continuado en territorio mexicano, con, por supuesto, las variables de conveniencia, pues está incluido, sin duda, el tema de la permisividad para que los cárteles mexicanos sean, al mismo tiempo, proveedores, con sus ganancias, a los Contras de Nicaragua.

Camarena habría descubierto, según los documentos revelados a cuentagotas en distintas investigaciones, que el mismo gobierno de Estados Unidos colaboraba con el narco mexicano en la importación y trasiego de drogas de Colombia a Estados Unidos vía México, con el fin de destinar las ganancias, en aquel momento, al patrocinio de los Contras en Nicaragua en su guerra contra el gobierno sandinista.

Entonces, el criminal negocio de las drogas tiene múltiples teorías, conspiraciones e intereses, evidentemente. El hecho de que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, lance advertencias de intervenir para controlar el contrabando de drogas a su país, no es casualidad.

No es gratuito, ahora, que el mismo embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, critique la política del anterior presidente mexicano, señalando que “los abrazos y no balazos” haya sido un fracaso. (En el colmo de los males, se acaba de reducir el presupuesto a la milicia mexicana para 2025, una reducción histórica gravísima por la importancia de la defensa nacional).

Si sumamos a este escenario incierto de una posible futura intervención norteamericana en el tema del combate a las drogas, el señalamiento de Canadá de que México no puede seguir en el T-MEC, no hay muchas interpretaciones en el presente.

¿Por qué no se ha podido controlar el gravísimo escenario de terror en Sinaloa, generado por la disputa de la plaza a raíz de la detención de Ismael ‘el Mayo’ Zambada? ¿Por qué Estados Unidos lanzó la advertencia a sus turistas de no visitar Mazatlán?

¿Por qué está presionando Estados Unidos con el tema de las drogas y las inminentes deportaciones masivas? ¿Por qué Canadá ha colocado en la mesa de los condicionamientos el tratado internacional de comercio? ¿Casualidades? ¿O causalidades? Al tiempo.