Mi mamá, que este año hubiese cumplido un siglo de vida, me platicó que cuando era niña preguntó a un sacerdote cómo se elegía al Papa. (Recuérdese que en aquellos tiempos los papados no eran tan largos como son los casos de Pio IX (1846-1878) (31 años, 7 meses y 22 días) o el de Juan Pablo II (1978-2005) (26 años y 5 meses)). El clérigo le respondió a mi progenitora que los cardenales se reunían en la Basílica de San Pedro, se sentaban en su sitio, rezaban sin moverse. Un sacerdote soltaba una blanca paloma por una ventana, y sobre el hombro de quien se posase, ese era el nuevo papa. Por supuesto el ave representaba al Espíritu Santo.
Otros creyentes me dijeron que el nombramiento del nuevo vicario de Cristo era por designio de Dios a través, necesariamente, del Espíritu Santo. Claro sin el mítico enviado volátil. Simplemente, les llegaba la inspiración divina y elegían al sucesor de San Pedro. Caramba, respondía, ¿y por qué el Espíritu Santo no les dice –al mismo tiempo- a todos los cardenales que voten por mengano? El ungido lo sería en primera votación y con el 100% de los sufragios. Ah, me contra argumentaban, es un misterio de fe.
Antes del nacimiento del Colegio Cardenalicio, el papa era nombrado –democráticamente, como debería ser- por la comunidad quien junto con los obispos señalaban al sucesor de Pedro. Pero en 1059 por medio de la bula In nomine Domini, Nicolás II dispuso que solo los cardenales tenían la facultad de nombrar al Obispo de Roma. Este Colegio Cardenalicio se consolidó en el año 1150. Los cardenales ya existían desde el siglo 4º pero eran considerados consejeros muy cercanos al Pontífice. Después surgieron otros cargos como lo son el decanato y el camarlengo.
Ignoro si para cuando se publiquen estas líneas ya hayan dicho en Roma el Habemus Papam. Lo más probable es que el bocanada negro prevalezca. Pero en ese sentido, los fieles que se congregan en la plaza de San Pedro y quienes lo siguen por el mundo se pondrán infinitamente felices cuando vean que el humo se viste de blanco. Y festejarán sea quien sea el afortunado nuevo Santo Padre. No importa cuál es su nombre o nacionalidad, ni cómo se hará llamar, si es ultraconservador, conciliador, mediador, liberal, de todas maneras y formas, los católicos llorarán de alegría, orarán, le aplaudirán y dirán que una vez más, el Todopoderoso no se equivocó en la designación.
Ya Maquiavelo lo había dicho en su famosa obra El Príncipe: “los principados eclesiásticos son aquellos que se adquieren ya sea en función a los méritos o a la fortuna; sin embargo, estos factores dejan de ser condiciones inescindibles para mantener el poder del principiado. Por el contrario, la autoridad se sustenta en las instituciones religiosas, independientemente del modo de vivir y gobernar; es decir, es el poder de la iglesia quien gobierna. Se trata de principados muy peculiares, en la medida que son estados que no demandan ser defendidos y los súbditos no son gobernados. Estos principados son los únicos que disfrutan de tranquilidad y felicidad. Por ello que sus súbditos no se rebelan contra su señor para emanciparse”.
Me recuerda al viejo PRI que una vez destapado el tapado, la cargada se iba íntegra con él y reconocían que el dedo del dios sexenal había elegido al mejor hombre para ese momento histórico dadas las condiciones sociales, económicas, revolucionarias, ideológicas y bla bla bla… ahora vivimos al nuevo PRI vestido de Morena. De los seis distinguidos precandidatos a la candidatura por la presidencia de la república los morenistas hubiesen aplaudido a quien fuese el preferido de AMLO. Fue consentida, aunque eso ya lo sabíamos todos excepto Marcelo Ebrard. Y las fuerzas vivas estuvieron de acuerdo…
En fin, en el México de antaño no había manera de manifestarse en contra del Partido Revolucionario Institucional, ni hoy de la designación del papa ni apenas ayer de la voluntad del pueblo que se inclinó en miles de en encuestas por la continuidad de la cuarta transformación que se hará realidad en el segundo piso el cual consolidará los ideales de no mentir, no traicionar y sobre todo no robar ni cuando estén jugando dominó o conquián. Habemus presidenta.
Mi álter ego agradece a mi grupo de apoyo de ludópatas porque gracias a ellos ya me libré de tan terrible enfermedad. Les apuesto lo que quieran que no volveré a jugar.
Opinión
Miércoles 07 May 2025, 06:30
¡Viva el Nuevo Papa!
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Rafael Soto Baylón
