Pareciera un final hasta cierto punto inocente, una elección más, otra; no lo fue; AMLO fue precisamente AMLO por el Congreso que lo acompañó durante su sexenio; es decir, la irresponsabilidad, el egoísmo, la cortedad de miras, la estupidez en suma, de Ricardo Anaya, degeneró en una elección catastrófica para el PAN, para la oposición y para México: MORENA y sus aliados construyeron un Congreso con músculo suficiente para imponer agenda y, en momentos clave, bordear mayorías reforzadas. Ésta no es un opinión, es puntual crónica institucional.

Los resultados oficiales hablan por sí mismos: AMLO arrasó y la coalición oficialista dominó la Cámara de Diputados; desde ahí se desmontaron contrapesos y se aprobó —con relativa holgura— la plataforma de la llamada 4T. ¿Que el Congreso decidió? Sí. ¿Que el diseño electoral permite sobrerrepresentación y bloque hegemónico? También; sin embargo, para llegar a ese Congreso, primero había que perder la presidencia de la República en forma trágica y la perdimos; y la perdimos en lo oscurito, no en las calles, ni de frente; la perdimos gracias a las maniobras de un logrero.

El presidente del PAN en 2017 tenía un mandato claro y una sola encomienda: garantizar reglas imparciales y postular al candidato más competitivo; eligió otra cosa; cuando la favorita de la oposición en varios cortes de 2017 era Margarita Zavala, casualmente, el PAN terminó con Anaya y apenas un mísero 22% en la elección real; si eso no es traicionar la encomienda, ¿qué es?

Que ahora, ya investido Senador, Anaya pretenda encabezar la resistencia a los excesos que él mismo ayudó a posibilitar con su apuesta personalista, es un oxímoron perfecto:[1] el mejor parlamentario inaugurando el peor precedente.

Obvio, no podemos endosarle a una sola persona el México que padecemos; empero, no hay forma, tampoco, de soslayar las condiciones político-electorales, y las decisiones de un líder, que hicieron más probable este presente. En 2017 había ruta competitiva; en 2018 había alternativa; el 2024 selló el futuro de México y le permitió a un inútil, a un incapaz, a un traidor, un regreso con fuero. La línea es más que clara; Ricardo Anaya no sólo fue un contendiente más, fue el ingeniero de la derrota. Eso, en política, tiene apellido: responsabilidad.

Lo preocupante es que desde ese lejano 2017 al día de hoy, existe una clara continuidad; no hay forma de separar la gestión de Ricardo Anaya, Marko Cortés —por Dios, a este nada más hay que verle la cara para que te genere desconfianza sobre su coeficiente intelectual— y Jorge Romero.[2]

Ahora sí que el panismo local, donde todavía sobrevive, tendría que estar atento para no copiar esos modelos que, la historia ya lo demostró, son sinónimo de fracaso y derrota; ni siquiera es un asunto del PAN, es un tema ciudadano, es un compromiso por México.

Es hora de revivir los valores que le dieron sentido y razón de ser a Acción Nacional: “… nos hemos esforzado por reencender en todos los mexicanos el concepto verdadero de la política y del deber político; de la política como base y corona en el tiempo de toda actividad humana o social, como constante empeño de entendimiento y colaboración entrañables para el bien, como lucha incesante contra las fuerza y tendencias inferiores de abono y de ruina, de engaño y de violencia; no de la política como lo han hecho ser los profesionales, oportunidad de las más bajas satisfacciones, lucha feroz por el poder y sus gajes más mezquinos, complicidad y compadrazgo, duplicidad y traición”.[3]

No por nostalgia; por auténtica necesidad de retomar el rumbo y vencer al peor gobierno que jamás, valga la redundancia, ha gobernado a México.

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[1] El oxímoron es una figura retórica que consiste en usar dos palabras opuestas en una misma oración, que generan un nuevo sentido. Ejemplos: inteligencia militar, revolución institucional, etc.

[2] Artículo de Juan Ignacio Zavala titulado: “PAN con lo mismo”, publicado el 15 de noviembre de 2024, por el periódico El País.

[3] GÓMEZ MORIN, Manuel. Informe a la Convención Nacional., México, D.F., 20 de abril de 1940 En: Diez años de México, p. 68. Énfasis añadido.