La voracidad y agandalle de los priistas en su alianza con el PAN, así como de los petistas que viven horas extra gracias al oxígeno que les da Morena, representan la mayor de las derrotas para el estado de Chihuahua, en una legislatura próxima con una súper mayoría algo artificial en la que la entidad aparecerá desdibujada.
Al encaminarse a su final el proceso electoral, que acaba hasta declararse la validez de todas las elecciones y dirimirse los conflictos consecuentes, lo que pinta para el estado es una baja en su representatividad federal, desde el gabinete del Ejecutivo hasta la integración del Legislativo.
No hay en el equipo presidencial un solo perfil arraigado en el norte, ya no se diga en el estado, y la única opción en algún momento candidateada, la del exgobernador Javier Corral, sería más una tragedia extendida de su quinquenio del desastre que una señal favorable para los chihuahuenses.
En el Legislativo Federal no hay tampoco señales positivas, al contrario.
Tras un sexenio de agudización del abandono central tan padecido en este desierto -visible en el deterioro de la infraestructura carretera, en la falta de medicinas en los servicios de salud y el descabezamiento total del aparato federal en el estado- lo que vemos ahora es el anticipo de una segunda fase de lo mismo.
Tras la sesión del Instituto Nacional Electoral (INE) de este viernes pasado, para el reparto de senadores y diputados federales por la vía plurinominal, falta esperar las últimas impugnaciones que de manera exprés deberá resolver el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Pero si llega a hacer cambios serán casi cosméticos, nada sustancial.
En números fríos, los legisladores que van a representar a los chihuahuenses serán menos en la legislatura que comienza en septiembre, 14, que los 16 salientes de la actual, en un mundo de 500 donde más de dos tercios corresponden al proyecto de la llamada 4T.
Esos dos tercios no tendrán más límites que su propia moralidad y la de la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, para tomar decisiones constitucionales.
En el caso de los senadores, serán cuatro para el siguiente sexenio, uno más de los tres que son en la actualidad, pero su utilidad en representación del territorio -no de los habitantes- también apunta a ser escasa, no tanto como la de los salientes, pero casi.

***

Aunque es descomunal la mayoría en San Lázaro de la alianza Morena-Verde-PT, a nivel estatal el resultado final de las diputaciones les dejó pérdidas tanto al partido principal de dicha coalición como al PAN, que antes tenía el dominio de seis de los nueve distritos, más dos posiciones plurinominales, ocho curules en total.
Con el reparto de las pluris y el resultado de la votación del dos de junio, Morena y PT tendrán siete curules federales, para Daniel Murguía, Mayté Vargas, Lilia Aguilar, Alex Pérez Cuéllar, Marián Durán, Armando Cabada y Roberto “Nono” Corral. De esos, cinco son morenistas y dos petistas, los que salieron ganones con la alianza.
El PAN, que fue en coalición con el PRI, apenas alcanzará asientos para Carmen Rocío González por la vía pluri y María Angélica Granados, exalcaldesa interina de la capital del estado, quien ganó por tierra.
Pero si el PT supo servirse de su negocia con Morena, el PRI enseñó el colmillote para aliarse con el PAN. Tendrá a Tony Meléndez por el distrito de Delicias; Alejandro Domínguez por la capital y Noel Chávez por la sierra y sur del estado. Si fueran pocos, habrá de sumarse la reina de las pluris tricolores, Graciela “Chela” Ortiz, bien pagada por su entrega total al sepulturero tricolor, “Alito” Moreno. Nada bueno de ella debe esperarse, es Alito-Corralista.
Buena parte de las pérdidas del PAN, que bajará de ocho legisladores a tener solo dos, favorecen al tricolor con ese acomodo. Para completar el cuadro de los diputados federales chihuahuenses arribará desde Parral el dueño de la devaluada franquicia de Movimiento Ciudadano, Alfredo “El Caballo” Lozoya.
En el balance general, Chihuahua pasará de tener 16 diputados federales: seis morenos, uno del PT, ocho del PAN y uno del PRI en la legislatura que termina; a tener 14: cinco de Morena, dos del PT, dos del PAN y cuatro del PRI, en la legislatura que comienza en septiembre.
Tampoco es el gran cambio, de los salientes casi nada destacable puede decirse, mientras que los entrantes estarán a prueba por los chihuahuenses.

***

Los senadores que se despiden, por otra parte, son el corralista Gustavo Madero, todavía del PAN y supuestamente listo para el retiro; la fantasmal Bertha Caraveo, de Juárez; y el más derechista de la 4T, Rafita Espino de la Peña, suplente de Cruz Pérez Cuéllar, quien dejó la senaduría para crear y fortalecer su naciente imperio de la frontera.
Igual que sus compañeros diputados, más allá de las siglas con las que llegaron, poco o nada destacable puede decirse de los senadores que por fin acaban su beca, más generosa que las del Bienestar, por supuesto.
Arribarán ahora el panista Mario Vázquez Robles, derrotado y todavía no despertado del sueño de ser el siguiente candidato a gobernador por el PAN que pueda suceder a Maru Campos; además de los morenistas Andrea Chávez Treviño y Juan Carlos Loera de la Rosa, con la pila cargada para ejercer más que como legisladores, como precandidatos para el 2027. Se les queman las habas no por el presente sino por el futuro.
Tal vez en sus aspiraciones pueda haber algún empuje extraordinario que los obligue a hacer un buen papel desde su escaño con vigencia de seis años; tal vez eso sería lo mejor que pudiera pasarle a la entidad, si no se pierden en el objetivo primario de sacar primero el trabajo y dejar las campañas para el momento oportuno.
La gran tragedia en el Senado de la República sería el arribo del impresentable, Javier Corral, como cuarto chihuahuense llegado por la postulación morenista, obviamente por la vía plurinominal, como le gusta y como ha sido la mayor parte de su vida política.
Si termina siendo favorecido por la justicia electoral, Corral Jurado será el lastre que siempre ha sido como tribuno, de esos que tienen siempre un problema para cada solución.
En el mejor de los casos, el exgobernador y expanista será irrelevante para su estado; en el peor, usará su fuero no solo para evadir la acción de la justicia penal de Chihuahua -que lo persigue por presunto peculado de casi 100 millones de pesos- sino para emprender venganzas políticas obsesivas, incluso contra sus amigos morenistas, donde no tarda en convertirlos en enemigos dada su tóxica personalidad.
Así, si bien va, será Corral un voto más para construir la mayoría calificada que hasta ahora no tiene el bloque morenista en el Senado de la República, pero que no ha de tardar en doblar a los tres legisladores faltantes para completar los dos tercios.

***

Más allá de los colores; incluso más allá de lo perjudicial o favorable que vayan a resultar los experimentos del llamado Plan C de Andrés Manuel López Obrador, el tema de fondo a nivel estatal es la baja en la representatividad del estado a nivel federal.
Numéricamente, ese alrededor del tres por ciento de la Cámara de Diputados y del Senado con representantes del estado, podría considerarse irrelevante y de acuerdo con el peso electoral de la entidad en el país.
Pero no es esperanzadora, además, la calidad de los legisladores que llegan, cuya trayectoria únicamente minimiza más a la entidad en un escenario de continuidad del abandono centralista padecido a lo largo de la historia, agudizado en el sexenio que llega a su final en unas semanas.
Sería lamentable que sea ese factor, el del agandalle y la voracidad de fuerzas políticas casi muertas, el que tenga la representatividad de la entidad en el plano nacional, ante un escenario de mucha inestabilidad e incertidumbre en todos los planos.
También sería lamentable que sea otro factor, el de la personalidad mitómana y psicopática de Corral Jurado, el que defina la relación Estado-Federación en el siguiente sexenio, en el supuesto de que, a pesar de ser prófugo de la justicia, asuma su escaño protegido por el tribunal electoral al servicio de la 4T.
La situación política nacional es grave a partir de la cascada de reformas estructurales apresuradas con las que termina un sexenio y comienza el otro.