En casi siete años de la 4T, ni el expresidente Andrés Manuel López Obrador ni su sucesora, Claudia Sheinbaum, habían regañado públicamente a sus correligionarios como lo hizo la presidenta en días pasados con la senadora juarense de Morena, Andrea Chávez.
Fue el caso Chávez Treviño el primero de esa magnitud, consecuencia de la estrategia de agresiva promoción de su imagen, con el pretexto de llevar atención médica a varias poblaciones del estado, denunciada por el PAN como una serie de actos anticipados de campaña.
Fue eso y no, por ejemplo, la estafa maestra en Seguridad Alimentaria Mexicana (Segalmex), de Ignacio Ovalle y compañía, por más de 10 mil millones de pesos esfumados del erario, sobre lo que hubo unas 150 investigaciones a funcionarios, aunque jamás avanzaron en la FGR, al menos no tocaron los altos niveles.
Fue la campaña anticipada de Andrea y no la muerte de 40 migrantes en la estación de Juárez, tragedia derivada de la omisión, complicidad e ineficiencia, que llevó a enfrentar acusaciones menores a Francisco Garduño, transexenal titular del Instituto de Migración. Hoy prácticamente absuelto.
Al funcionario lo defendió Andrés Manuel en una mañanera; Sheinbaum lo iba a remover en diciembre pasado, pero ha incumplido hasta la fecha.
Vaya, fue la legisladora juarense y no el narcogobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, ligado directamente a “El Mayo” Zambada y exhibido a nivel internacional en medio de un montaje sangriento tras el secuestro del capo. Quedó expuesto como cómplice o inepto en la cruenta guerra del cártel que domina su estado... y nada.
Tampoco fue por los reyes del huachicol vinculados tanto al secretario de Educación, exdirigente de Morena, Mario Delgado, como al gobernador de Tamaulipas, Américo Villarreal, entre otros líderes de la 4T con historias turbias que incluyen desfalcos, contrabando, evasión fiscal y demás linduras.
Es más, ni siquiera fue por la indisciplina mostrada cuando competían Gerardo Fernández Noroña, Adán Augusto López, Ricardo Monreal y Marcelo Ebrard por la candidatura presidencial contra Sheinbaum; tampoco por la retadora conducta de los coordinadores en el Senado y la Cámara de Diputados ante las iniciativas de la nueva presidenta o sus pleitos públicos acusándose ambos de corrupción.
Las críticas, reclamos y regaños desde Palacio Nacional han sido para los inmorales del PRIAN, los corruptos calderonistas, los sátrapas neoliberales y los pillos que ni la ética conocen hasta que se afilian a Morena. Nunca, hasta la semana pasada, había registro de un jalón de orejotas en público a un camarada de la transformación.
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Vista así, la seria intervención de Claudia Sheinbaum en el intenso debate que generó la promoción de la legisladora juarense marca un hito en la historia del régimen morenista.
Esconde el caso Andrea algo más de fondo, si militantes con peores conductas ilegales, inmorales y antiéticas, han sido beneficiarios del respaldo presidencial, contrario a lo ocurrido con la juarense, quien gusta presentarse como el relevo generacional del partido guinda pero con prácticas de dinosaurio priista.
El gran error continuado de Chávez Treviño es que hasta la fecha no ha transparentado el costo de los camiones con su imagen ni ha dicho “quién pompó”, como decía Andrés Manuel cuando sugería, en el momento de las precampañas presidenciales, preguntarse eso al ver el exceso de promoción de algún personaje político.
¿No quiere o no puede echar luz a algo tan aparentemente simple? ¿Qué quiere esconder de los ojos escrutadores de sus opositores y de sus electores?
Más allá de lo evidenciado en publicaciones periodísticas de Latinus y las posteriores denuncias ante la FGR y el Instituto Nacional Electoral, presentadas por la dirigente estatal del PAN, Daniela Álvarez, la senadora ha optado por dejar en lo oscurito el costo de su estrategia para promover una aspiración política, igualito como ocurrió con aquel vuelo en súper jet ejecutivo utilizado por ella y su familia.
Es claro que, además del objetivo de llevar atención médica a los sectores más desprotegidos de la población, su campaña estaba orientada a posicionarse como aspirante a la gubernatura; claramente quería figurar como la inevitable candidata de 2027 ante la percepción de un clarísimo avance del morenismo en Chihuahua.
Pero en vez de explicar y transparentar su estrategia, prefirió llamar ratas (con un video de la película Ratatouille) a los panistas; visceralmente también los llamó “la peor basura que ha tenido México” y “los pitufos de la aldea”, incluso después de la regañada pública de Sheinbaum.
Las expresiones con el hígado por delante fueron dirigidas exclusivamente a los del PAN, aunque su reacción de bajarle dos rayitas al volumen vino después de la fría y sobria intervención presidencial, con un llamado a la moralidad, a frenar el dispendio, no andar en camionetonas, a moderarse, a poner reglas dentro de Morena.
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Así las cosas, no fueron Latinus ni los panistas, a quienes desaforadamente descalifica la senadora, los que la hicieron meter el freno de mano a su estrategia promocional.
Tampoco le fue impuesto un freno por esa práctica que no por común deja de ser cuestionable en los procesos políticos: aprovechar huecos legales para promoverse antes de tiempo, además de pensar en el siguiente cargo sin siquiera asumir por completo el que ya tienen, por el que cobran millonadas al año.
La senadora y exdiputada federal -la tocaya, le llegó a decir Andrés Manuel, dándole vuelo en las mañaneras- fue atorada por las mismas dinámicas grupales de Morena, por más intentos que ha hecho de verse cercana a la Presidenta de la República siendo de un grupo que jugó contra su proyecto en el proceso interno del partido.
La cercanía que mantiene con el coordinador Adán Augusto López, cuyo empresario favorito sería el pagador de la campaña de Chávez, la hace también rival interna del grupo cercano a Sheinbaum, rodeada de allegados leales a López Obrador, sí, pero también cabeza de su propia facción creciente y naturalmente dominante.
En el espectro morenista, la chihuahuense está más lejos de Sheinbaum que otros liderazgos del partido en la entidad, metidos tanto en su gabinete como sembrados en el estado, aunque no hayan sido cosechados todavía.
La jefa del Ejecutivo Federal llegó al poder con ciertas ataduras al obradorismo, pero en la mayoría de los estados y especialmente en Chihuahua, ganó de forma arrasadora y sin compromiso alguno, lo que le resta a Andrea en su proyecto a pesar de su triunfo también arrollador; más, si continúa con la misma forma de conducirse, ansiosa, soberbia y turbia, incapaz de explicar algo tan simple con claridad y transparencia.
Si la senadora pretendía proyectarse como la inevitable ganadora de 2027, el estatequieto dado desde Palacio Nacional le abolló su todoterreno de lujo más que todos los intentos de los panistas para restarle puntos a sus tácticas de ataque, comúnmente llevadas al exceso del histrionismo y la actuación estilo corralato, sin más elementos que le den valor, fundamentos y sustancia a su proyecto político estatal.
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El llamado de la presidenta Sheinbaum la semana pasada, pues, evidenció la pugna interna de la 4T por el poder nacional y de los estados. No es la primera muestra de esa batalla, pero sí la más dura percibida acá en el norte, por la cátedra dictada en la mañanera sobre los principios del llamado humanismo mexicano.
Eso está de fondo en la carta que anunció, como una militante con licencia, a la dirigente nacional morenista, Luisa María Alcalde, exsecretaria de Gobernación y del Trabajo en el sexenio de López Obrador.
También puso de relieve un cuestionamiento más trágico que el simple obstáculo al proyecto político personal de una senadora: ¿qué están haciendo los representantes de Chihuahua (del territorio, que son los senadores) y su población (de las personas, que para eso son los diputados federales)?
Cortesía de Morena, tenemos en la llamada Cámara Alta a Andrea Chávez en primer lugar; al excandidato a gobernador, Juan Carlos Loera, en segundo; y al peor de todos, aliado del anterior, el gobernador más nocivo que ha tenido la entidad, Javier Corral, postulado por el PAN y ahora con fuero de color guinda.
Además de su absoluta sumisión para votar las reformas actuales, ¿cuál es la aportación a su estado, desde esa porción del Legislativo, como promotores del segundo piso de la Cuarta Transformación?
Ella, promoverse como candidata a la gubernatura, con el pretexto de llevar asistencia médica a la población, argumento que ni los más ingenuos pueden considerar válido; ella, con el extremo dramatismo, ha dedicado su tiempo y esfuerzos a atacar -o defenderse, dice- a los panistas y priistas corruptos de Chihuahua, como si en el señalamiento visceral no se mordiera la lengua o escupiera hacia arriba y hacia todos lados.
Loera de la Rosa, por su parte, sigue sin superar su pleito con el alcalde juarense de su mismo partido, Cruz Pérez Cuéllar o la delegada del Bienestar en el estado, Mayra Chávez, quienes parecen dispuestos a ignorarlo, como gran parte de los morenistas ignoran al senador que soñó con ser gobernador, de la mano del entonces panista Corral Jurado.
Y el senador Corral... pues es Corral, una nada llena de palabras e imposturas, incapaz de aportar cualquier cosa al estado o al país si antes no pasa por dejarle algún satisfactor a sus patológicas ambiciones.
Es innegable el avance del morenismo en el país, del que Chihuahua no escapa, pero esos liderazgos que no ofrecen valor político y social aparte de sus descaradas fobias y su tendencia a los excesos, pueden condenar al estado a un régimen desastroso, aderezado con la ausencia de una oposición, fuera del mismo Morena, inteligente y estructurada.