“Sirve y serás servido; el que ama y sirve, no escapa de la recompensa.”
Ralph Waldo Emerson

La vida parece ser una sucesión de encadenamientos, dividida en eslabones generacionales que nos muestran bellas historias de padres y abuelos depositando en sus hijos y nietos los sueños, ilusiones y encantos con los cuales habrán de enfrentar la existencia.

Aquí presento un tributo de gratitud a José Saramago, que revela cómo, en el bumerán de la vida, un niño —una semilla de humanidad— se convierte, gracias a su tenacidad y sensibilidad, en un fruto dulce y perdurable para sus lectores y admiradores de varias generaciones.

A los 74 años, en 1998, Saramago recibió el Premio Nobel de Literatura, consolidando un legado personal e intelectual que hoy sigue iluminando el pensamiento crítico y la empatía social. Cabe recordar que su nombre completo, José de Sousa Saramago, tiene una historia curiosa: algunos dicen que “Saramago” era el apodo de su padre; otros, que quien lo registró estaba ebrio y, por decisión propia, inscribió al pequeño José con ese nombre que hoy es universal.

Desde que conozco su obra, me impresiona su sensibilidad social única. Hombre de trabajo y estudio, en gran medida autodidacta, formado en bibliotecas públicas, fue un artesano de la palabra y de la coherencia. Luchador infatigable —en la arena política, en la defensa de las ideas, en la ternura hacia lo humano—, Saramago fue un hacedor de libros que nos invita a ejercer el derecho a sentir, soñar, creer y aun dudar.

Comparto este fragmento de su Conferencia del Nobel, donde nos revela el origen de su sabiduría:

“El hombre más sabio que conocí en mi vida no sabía leer ni escribir.
A las cuatro de la mañana, cuando la promesa de un nuevo día aún se cernía sobre tierras francesas, se levantaba de su jergón y partía hacia los campos, llevando a pastar a la media docena de cerdos cuya fertilidad los alimentaba a él y a su esposa.
(...)
Mi abuela, cuando partía al descanso, decía mirando las estrellas:
‘El mundo es tan hermoso… y es una lástima que tenga que morir.’
No dijo que tuviera miedo de morir, sino que era una lástima morir, como si su vida de trabajo incansable recibiera, en ese instante final, la gracia de un último adiós, el consuelo de la belleza revelada.”

Así, leyendo la vida, Saramago aprendió a contarnos de ella.

Octubre, mes de cultura y cosecha

Esta semana coinciden tres eventos de especial significado:

La presentación de la obra teatral “La mujer que cayó del cielo”, con la actuación magistral de Luisa Huertas, este miércoles 29 de octubre a las 19:00 horas en el Teatro de los Héroes. La función será a beneficio de la comunidad de Panalachi en la Sierra Tarahumara, con un costo de 500 pesos, destinados a la reconstrucción de su iglesia, destruida por un incendio hace un año.

Ese mismo día, de 19:00 a 20:00 horas, en el marco de la Feria del Libro de Chihuahua, participaré con el diálogo titulado “Tutti Frutti de Limón”, donde compartiré una pasión que me ha acompañado durante 60 años: la educación, la psicología, la ecología, la fotografía y, más recientemente, la pintura. Será un encuentro con jóvenes y adultos. Todos son bienvenidos.

Finalmente, el jueves 30 de octubre a las 17:00 horas, cerraremos el mes con una conversación sobre la cultura menonita, junto a Don Abraham Peters Buecket y la licenciada Khaterinne Rempenning. En este espacio se obsequiarán 50 ejemplares en español y 50 en alemán de la segunda edición del libro “A 100 años de la llegada de los menonitas a Chihuahua: una historia por contar.”

Y pronto llegarán nuestras calaveras vaciladoras, fieles al espíritu del Día de Muertos, para celebrar la memoria con humor y ternura.

Hasta entonces, sigamos este diálogo educativo, agradeciendo lo cosechado y recordando que servir y amar siempre dejan fruto.