Incontables focos rojos por todo el país, producto de la expansión y fracturas del Cártel de Sinaloa y el empoderamiento de células regionales de cárteles como el de Juárez y Jalisco Nueva Generación, sirvieron la mesa para que, con más poder que antes, Donald Trump endureciera sus bravuconadas.
Con las masacres, enfrentamientos e incluso ataques a la población desbordados en Sinaloa, Guanajuato, Guerrero, Michoacán, Jalisco, Morelos, Veracruz e incluso en estados hasta hace poco aparentemente libres de la epidemia del crimen organizado, hay razones de sobra para pensar que la presidenta, Claudia Sheinbaum, difícilmente podrá poner orden y pacificar al país.
En el extremo norte, puerta de entrada a Estados Unidos, Chihuahua se suma a esos focos rojos nacionales por la lucha entre cárteles, en una guerra que ha rebasado por mucho los límites de la frontera de Ciudad Juárez y la capital. La federación ha brillado por su ausencia en materia de investigación.
Ahora vemos que Ojinaga, Ahumada, la región noroeste que converge en Nuevo Casas Grandes, Madera, Parral, Guadalupe y Calvo, Guachochi y Jiménez hacia el sur, por decir algunos puntos clave, son los teatros de operaciones en esta guerra del narcoestado dirigido por los grupos criminales, más fuertes que los tibios intentos por apaciguarlos de parte de las autoridades.
Casi nada ha cambiado en dos décadas de violencia extrema, desatada en gran medida por la política bélica del sexenio de Felipe Calderón, iniciada en 2006.
Casi nada ha cambiado, más que una reorientación de la política criminal que entre sus cuestionables logros tiene la instalación de bases de la Guardia Nacional al por mayor, las cuales han resultado buenas nomás para dos cosas...
Es cierto, a la vez, que el sangriento contador de las ejecuciones en México muestra algunos indicadores a la baja desde 2018; en Chihuahua, desde 2021 a la fecha.
Pero la mortal combinación de drogas -tanto para consumo del mercado interno de adictos como para exportación- con el indiscriminado tráfico de armas de Estados Unidos a México, negocio inmerso en su hipócrita lucha contra el crimen, se ha mantenido intocado, y factor esencial de la evolución y fortaleza de los cárteles.
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En este marco, el presidente estadounidense electo para un segundo periodo a partir del 20 de enero, anunció la designación de un embajador para México que rompe con 30 años de diplomacia civilizada.
Trump informó esta semana la nominación de Ronald Johnson como su futuro embajador en México; es un perfil muy alejado de las últimas ocho cabezas de la misión diplomática del poderoso vecino.
“Ron”, coronel retirado, formado en la Agencia Central de Inteligencia (CIA), está muy lejos del talante y preparación de James Jones, Jeffrey Davidow, Tony Garza, Carlos Pascual, Anthony Wayne, Roberta Jacobson, Christopher Landau y Kenneth “Ken” Salazar, casi todos abogados y algunos hasta artistas formados en la diplomacia moderna estadounidense.
Está muy cerca, en cambio, del perfil de súper espía, soldado y especialista en la intriga política, de quien fuera embajador en la mayor parte del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, John Dimitri Negroponte, emblema del expansionismo de un imperio sobrevaluado por ser el mayor mercado del mundo, con los consumidores de más alto poder adquisitivo.
Diplomático también formado en la CIA, Negroponte sirvió al republicano George Bush padre para intervenir en diversos países del orbe, especializándose en los de América Latina.
La historia ubica a tan renombrado apellido desde la guerra de Vietnam hasta en golpes de Estado y cuartelazos; revoluciones y contrarrevoluciones; operaciones de guerra psicológica y estrategias de desestabilización y desinformación política, en países tan disímbolos como alejados.
Es mal afamado desde Irak hasta Honduras y Panamá, desde México hasta Chile con las terribles operaciones Cóndor para deshacerse de insurgentes y presuntos delincuentes, actividades que harían palidecer a los peores criminales de guerra que han sido debidamente juzgados.
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En niveles medios de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) -donde se estrena como titular Juan Ramón de la Fuente, exrector de la UNAM y exembajador de Estados Unidos en México- empiezan a manejarse versiones y lecturas interesantes sobre la designación anunciada por Trump.
Hay detalles importantes a nivel nacional y local por el impacto que tiene el eventual arribo de Johnson, sobre todo en entidades fronterizas y violentas como Chihuahua.
Dicen que al canciller mexicano le fue entregado un reporte detallado sobre coronel retirado metido a diplomático, quien, como tal, comenzó a ejercer esa labor en El Salvador, dándole respaldo a las acciones polémicas y medio fascistas del presidente Nayib Bukele.
Ese genio mediático salvadoreño, ídolo de las derechas latinoamericanas, con miles de seguidores en México, tiene en su haber un turbio pacto secreto con el cártel de la Mara Salvatrucha, para hacer una limpia más publicitaria que efectiva de pandillas, sin el mínimo respeto a los derechos humanos. Así, Bukele es, en cierta forma, hechura del diplomático y militar estadounidense que llegaría a México.
Pero el caso que importa ahora no es el trabajo turbio de “Ron” Johnson en el país centroamericano, sino la relevancia de que sea un militar, además formado en la CIA, el que llega a representar a su país en la nación mexicana, que Trump tiene en la mira por los cárteles del narcotráfico, el terror del fentanilo y la migración desbordada.
Resulta que en ese reporte aparece el detalle de que el antecedente más reciente de un militar como embajador en México es el de Negroponte. A él se le acredita la operación tras bambalinas de decisiones clave durante el sexenio salinista.
Intervino en asuntos desde la esfera económica, como el Tratado de Libre Comercio y el primer intento de la apertura de Pemex a la inversión extranjera; hasta la esfera política, como las crisis que se sucedieron al final de ese gobierno, las cuales derivaron en el levantamiento del Ejército Zapatista, el magnicidio de Luis Donaldo Colosio y otras graves historias de terror y corrupción.
Conocido por aplicar una política intervencionista al extremo en varios países, el militar terminó siendo designado como persona no grata en México, siendo relevado por James Jones a la llegada de Bill Clinton a la Presidencia de EU; Jones, si bien era militar del Cuerpo de Inteligencia, también desarrolló una mano izquierda impecable para mejorar la relación de ambos países.
Así, el mensaje de que sea un espía y militar el nuevo embajador es claro para la administración de Claudia Sheinbaum: viene una nueva era de injerencismo militar, político y social, muy cantado por Trump, quien nunca se cansa de ser un político y show man al mismo tiempo.
Pues bien, esa es la especialidad en el continente del perfil similar al de Negroponte; nada que ver los embajadores políticos natos que tuvieron Ernesto Zedillo, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto e incluso Andrés Manuel López Obrador, con un entregado “Ken” Salazar la mayor parte de la administración.
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El contexto del sexenio salinista y el actual no es el mismo. Hay pocas similitudes, pero sí tienen en común que ambos marcaron un cambio de régimen: Salinas consolidó el tránsito al neoliberalismo y Sheinbaum es la sepulturera de ese modelo.
Salinas vendió a los mexicanos un modelo como boleto de entrada al primer mundo; un modelo que requería, cuando menos, la apariencia de democracia y pluralidad, de ahí la caída de un PRI hegemónico. Esa idea fue en gran medida influida por la política exterior estadounidense.
Sheinbaum, con la hegemonía ahora de Morena, pretende terminar la tarea de enterrar al neoliberalismo que achaca tanto a ese PRI como al PAN, al fin casados sin mucho éxito y con todo descaro a partir de 2018. Y hace esa tarea, iniciada por López Obrador, sin el aval estadounidense.
Así, ¿será realmente el ataque a los cárteles para frenar el ingreso de drogas a Estados Unidos la motivación real de las bravuconadas de Trump? ¿No serán los cárteles un pretexto para el relanzamiento de la diplomacia injerencista e intervencionista del imperio?
Mal haría la presidenta en negarse a recibir apoyo de EU, en un marco no avasallador, digno para México, contra la violencia criminal que evidentemente rebasa a la autoridad en gran parte del país.
Pero el perfil, tan lejos de la diplomacia y tan cerca de Negroponte, del embajador que quiere mandar Trump, no parece limitarse a combatir ese mal del narco, agravado por las complicidades con las que ha contado desde el comienzo de los tiempos y hasta la actualidad.
Sheinbaum no es Salinas y Johnson todavía no obtiene el beneplácito (plácet) de la SRE para ejercer como embajador en México, asunto que seguramente está en análisis en Palacio Nacional.
Será tema caliente, de lo más caliente, a partir de enero; en tanto, las casi normalizadas expresiones de la violencia criminal seguirán cubriendo de sangre gran parte del territorio nacional, de no haber una respuesta más efectiva para la contención de los cárteles.