Hay una adicción que se ha destapado en las redes sociales a niveles alarmantes, que le llaman “oversharing” que consiste en compartir sin control aspectos de la vida privada en la red. Del acoso presencial al ciberacoso por internet, es lo más común por la facilidad de utilizar teléfonos inteligentes desde niños y adolescentes. Se acostumbran a compartir sus asuntos privados, sus secretos y tabúes con amistades y hasta con desconocidos, lo que después provoca serios riesgos de salud mental.

Lamentablemente, debemos de partir de que ahora los niños no juegan como antes. Que el ejercicio y esparcimiento los han mutado por el encierro sedentario de permanecer horas en competencias de videojuegos: sentados, sin mover piernas, manteniendo una tensión por “no morir” en manos de los “enemigos” a distancia y un afán obsesivo y malsano por “matar” a los otros.

Si antes no se podía convencer a los hijos que se metieran de la calle a la casa a hacer la tarea, a bañarse o a cenar, ahora no los pueden convencer a los chicos que salgan una horas a la calle para que de perdida logren algo de vitamina D dándoles el sol. Paradojas de la vida y de época: las actividades de grupos de amigos de colonias o barrios van dejando de tener presencia porque permanecen en sus cuartos con el celular en mano o hipnotizados frente al monitor de la computadora. Las palomillas de amigos alegres, ruidosas y traviesas se han convertido en largos encierros en habitación, con audífonos, control remoto y acumulación de horas-nalga.

Han desaparecidos los candiles de la calle y ahora permanecen ocultos en la oscuridad de la casa.

Ahora, la reina de los hogares son las redes sociales y su majestad el teléfono celular rige todas las actividades y eventos familiares, privados o sociales. Y lo que se pudiera tratar de asuntos privados o íntimos, se suben a las redes para compartir con el mundo desconocido y ajeno. Y como dice la regla: el que se lleva, se aguanta y luego va subiendo de tono e intensidad lo que se comparte.

La experta en acoso escolar doctora Díazaguado advierte de que el ciberacoso aumenta la desconexión morali. Sostiene que el ciberacoso por las redes sociales reduce la posibilidad de que la víctima pueda escapar o encontrar un lugar seguro y al poder ser compartido rápidamente con más participantes, aumenta el riesgo de que el daño sea extenso y duradero.

Sin embargo, hay un fenómeno preocupante porque los adolescentes al recurrir con su padres para advertirles de que sufren acoso, se detecta que un alto porcentaje de padres de familia ya usan el celular o las plataformas

"Las palomillas de amigos alegres, ruidosas y traviesas se han convertido en largos encierros en habitación, con audífonos, control remoto y acumulación de horas-nalga"

digitales más que los propios hijos. Desde ahí empieza el conflicto porque donde debería de estar el apoyo o respaldo para superar consecuencias del uso desmedido de celulares, los propios padres se convierten en malos ejemplos.

Eso ha roto los límites y la solución del problema no está en que los hijos abusen del uso del celular sino es una larga cadena que empieza desde el hogar, desde el regalo de cumpleaños de los últimos modelos o versiones de celulares, que los convertimos en los nuevos grilletes del siglo XXI.

Del mencionado “oversharing” o compartir sin control aspectos de la vida privada por redes sociales, las personas más vulnerables son quienes no logran gestionar sus emociones correctamente. “De hecho, sentir nervios y la agresividad contra alguien son dos emociones que influyen en el 30 por ciento de la adicción a estas plataformas”.

Parte de la agresividad se manifiesta en las calles, en el tráfico vial que cada día es más violento y peligroso. La cortesía vial se ha esfumado, las calles están convertidas en selvas de asfalto que se potencializa por la falta de señalamientos viales. Los carriles para conducir por las calles están desaparecidos, si acaso existieron, las reglas de conducir inexistentes que como si fuera Londres ya la mayoría circula por el carril izquierdo que es solo para rebasar. Los conductores no respetan los cajones azules, ni los amarrillos ni rojos, ni banquetas, ni ciclovías, ni pases peatonales. Se estacionan en el lugar más cercano al destino para no caminar unos cuantos metros, aunque sea zona de bomberos y los oficiales viales brillan por su ausencia. Los estacionamientos de los centros comerciales son la mejor muestra de ello. Personas que estacionan el auto frente a la puerta para no caminar y no hay nadie que le llame la atención.

Ese congestionamiento en las ciudades, el desorden para estacionarse en el lugar adecuado, el uso del carril correcto para circular y sobre todo, la agresividad y violencia de muchos choferes son el reflejo del congestionamiento de nuestras mentes y vidas. El desorden y la violencia de nuestras mentes las reflejamos en las calles. Y los pleitos, claxonazos y mentadas de madre son los impulsos que ambientan las calles.

Cada día se presenta más seguido y se ve y reproduce más aun. Las redes sociales son los principales vehículos de las escenas. Un pequeño alcance vial, donde un auto se impacta con el de adelante. Se baja un joven de una camioneta enfurecido a reclamarle al conductor del auto de adelante y mientras el adulto mayor pretende sacar sus documentos de la guantera para llamar a la afianzadora, el violento lo agrede a patadas y puñetazos sin dar oportunidad al señor del salir del auto. Antes, por lo general, las demás personas intervenían para interceder y evitar la riña o la agresión. Hoy no, nadie se detiene, pero todos prenden su cámara del celular para grabarlo y luego compartirlo.

Otra escena que se hizo viral fue dos mujeres liándose a golpes por un incidente vial. Nadie se detuvo, pero muchos filmaron. Otra escena, de un joven agrediendo a otra persona por un accidente imprudencial, donde ni lo accidental ni imprudencial son justificación para tolerar y entender una situación adversa.

En el 48 por ciento de comportamientos agresivos, el 52 por ciento son síntomas de depresión y el 55 por ciento de casos por ansiedad, donde las redes sociales están en las causasii y lamentablemente los jóvenes acceden cada vez a edades más tempranas a su primer teléfono móvil y, por ende, a las redes sociales.

Todas las escenas grabadas en la calle son subidas a las redes. Pleitos personales, sentimientos íntimos, ataques viscerales, infundios que desacrediten y manchen el honro de otros, reclamos y despechos, advertencias y amenazas son los contenidos que en redes descorchan los secretos y abren cajas de Pandora sin el menor rubor o prudencia.

Por eso, las redes íntimas también son ya redes violentas donde tienen cabida los desahogos personales, las riñas callejeras, los pleitos por causas viales como si se trataran de escenas de circo romano.

¿Podríamos dejar de ver la paja en las redes ajenas y ver el tronco en las nuestras?

¿Podremos concentrarnos en nuestra vida y preocupaciones y evitar el “oversharing” de estar compartiendo sin control aspectos de la vida privada en la red?

O ¿nos sentimos tan importantes para creer que a las demás personas están pendientes de nuestras acciones, pensamientos y ocurrencias y que nuestras vivencias personales debemos hacerlas públicas?

1 VALENCIA, I.Z. (2024) “El ciberacoso aumenta la desconexión moral”, 11 de diciembre de 2024, Sociedad, p. 41, El País, España.

2 CABALLERO, Elena (2024) Las redes sociales, tras el 55% de los casos de ansiedad, 11 de diciembre de 2014, sección Sociedad, p. 36, La Razón, Madrid.